Notting Hill, un barrio londinense célebre en los años sesenta por su ambiente festivo y por una de sus calles, Portobello Road, punto de reunión de hippies y bohemios, es ahora, muy transformado, el escenario que elige el realizador Roger Michell para recrear una comedia romántica muy cercana, en su tono y convenciones, a un cuento de hadas. William Hacker (Hugh Grant), simpático propietario de una modesta librería de viajes, conoce en ella a Anna Scott (Julia Roberts), una estrella hollywoodense que visita Londres para promover Helix, su cinta más reciente; ambos se enamoran rápidamente a pesar del abismo social que los separa (ella gana quince millones de dólares por película; él, lo justo para verse obligado a compartir su casa con un compañero increíblemente tonto), y superan mil obstáculos (representados casi todos por la prensa sensacionalista) para encaminarse a un previsible e inverosímil final feliz. Justamente hacia el tipo de desenlace dichoso que hace siete años satirizaba Robert Altman en El ejecutivo (The player), en una escena con la misma Julia Roberts en brazos de Bruce Willis.
Notting Hill es, a su modo, secuela de uno de los mayores éxitos de su protagonista Hugh Grant, Cuatro bodas y un funeral, y reelaboración de una fórmula (la pareja socialmente dispareja) que en Mujer bonita dio una gran popularidad a Julia Roberts.
Richard Curtis, guionista también de Cuatro bodas..., maneja aquí con la destreza y eficacia mostrada en aquella cinta, los equívocos y situaciones cómicas que sugiere la trama, y esto es particularmente notable en el manejo de los diálogos. Sobresalen dos secuencias: una cena en la que los invitados buscan conquistar el premio de una galleta mediante un juego en el que gana quien exponga el mayor número de frustraciones y calamidades personales, y la falsa entrevista que Hacker tiene que improvisar para permanecer más tiempo cerca de Anna. En la primera secuencia se elabora, con pinceladas algo gruesas, el retrato de los habitantes del barrio que da título a la cinta. Una joven recurre a la ironía y al autoescarnio para sobrellevar su reciente condena a pasar el resto de sus días en una silla de ruedas; la hermana menor de Hacker decide con mil aspavientos, y sin el menor temor al rechazo, convertirse en la mejor amiga de la estrella norteamericana; un hombre neurótico se toma por James Bond, y algunos personajes más, orgullosos todos ellos de sus limitaciones en la vida, integran el núcleo de amigos, la familia extendida, del pretendiente de Anna. La segunda secuencia, muy eficaz a ratos, muestra el tono abiertamente fársico por el que optará el director, su gusto por la caricatura (el amigo de Hacker y su formidable momento ante el espejo, semidesnudo, extasiado ante su físico sin gracia), su comentario mordaz sobre la corrupción e ignorancia de los periodistas que asedian a una estrella y son capaces, por una buena nota, de sacrificarla públicamente.
A los contrastes sociales que señala Notting Hill, se añade un contraste cultural, el de la comedia inglesa que ha ofrecido retratos sociales tan logrados como Todo o nada (The full monty) o Secretos y mentiras, y que ahora reinterpreta con libertad y desenfado algunos temas favoritos de Hollywood, atreviéndose a ensayar la misma candidez de muchos de sus desenlaces satisfechos. Roger Michell propone la pareja ideal, dos personas ajenas en todo ųnacionalidad, status social, apetito de famaų y a la vez complementarios, y la opone, con una referencia explícita, a la pareja romántica más popular del cine estadunidense actual, la de Tom Hanks y Meg Ryan. Todo ello con una clara perspectiva social. El lugar llamado Notting Hill es un microcosmos de la Inglaterra actual, con su desencanto ante el neotatcherismo económico de las autoridades laboristas, y con una galería de vecinos fracasados y discapacitados como muestra evidente de las desigualdades persistentes. En este territorio en crisis aterriza, como revelación extraordinaria, el glamour de una estrella hollywoodense, y los efectos son, por supuesto, excelente material cómico. Se podrá preferir el humor más fino, la elaboración más perversa, de Cuatro bodas y un funeral; sin embargo, la calidad de las actuaciones, el retrato cáustico y a la vez generoso de los amigos de Hacker, confieren a Notting Hill un encanto muy especial que se impone, con profesionalismo y frescura, sobre las propias convenciones del género.