ƑQuién valora en realidad a la UNAM? ƑQuién reconoce su papel crucial en el pasado y en el futuro de nuestra nación? En consecuencia, Ƒquién está dispuesto a defenderla aun a riesgo de la incomprensión, de la calumnia y hasta de la represión? ƑQuién, en cambio, está dispuesto a dejarla morir ya sea de vergüenza ante su creciente perversión en una escuelota técnica para ricos o bien por su clausura literal?
Preguntas como esas se antojan indispensables no sólo para resolver la actual crisis de la UNAM, sino para evitar otras. A responderlas ha contribuido como nadie el movimiento estudiantil de 1999, para lo cual ha tenido que recurrir a una huelga tan larga como heroica. Y obviamente han enfrentado la dura reacción de los agraviados, es decir, los operadores del proyecto desfigurador de la UNAM. Ahora estos reaccionan hasta con la amenaza de cerrarla de una vez por todas. Y cuando amenacen más imaginativos y menos impacientes, siguen ensayando otras vías no tan descargadas.
Una de éstas, acaso ya la principal, es la del alargamiento de la huelga hasta que se vuelva en contra del propio movimiento estudiantil. Por ejemplo, hasta que las saludables discrepancias en su seno acaben ahogadas en el canibalismo. O hasta que la inédita solidaridad de los padres de familia acabe devorada por la explicable angustia de perder un lugar en la UNAM para sus hijos. O hasta que errores como la represión del pasado 4 de julio acaben por incendiar el conflicto, de paso engordando el caldo anticardenista tan cotizado por los zopilotes electorales del 2000. O hasta que los medios de desinformación acaben de crucificar al movimiento estudiantil. O, en suma, hasta que la ultra profesional, bien sincronizada dentro y fuera de la universidad, termine de hacer su trabajo policiaco.
Contra esa interminable serie de adversidades, el movimiento estudiantil ha sabido mantenerse en pie con la bandera de la dignidad muy alta, y por eso ya puede vérsele como un movimiento histórico. Ha ayudado mucho a la defensa de la UNAM y a su revigorización, pero no lo puede hacer todo y menos con una sola huelga. Nuevas etapas y formas de lucha se antojan cada vez más necesarias, tan sólo ante la posibilidad de que el alargamiento de la huelga cristalice en una trampa mortal. Pero independientemente de esa posibilidad, la transformación democrática de la UNAM, que a nuestro juicio es el denominador común de las demandas estudiantiles, exige más que una huelga.
Por lo menos exige la participación, constante y organizada, de toda la comunidad universitaria. Exige nuevas formas e instancias lo mismo de dirección y administración, que de investigación y docencia. Y de mucho exige una nueva cultura universitaria que deje atrás la apatía, el individualismo, la burocratización, el verticalismo, la intolerancia, los dogmatismos, las corruptelas tanto económicas como morales, la deshumanización tecnocratizante y, en fin, todo aquello que ha colocado a la UNAM al borde del precipicio. A su vez, la nueva etapa de la lucha en defensa de la UNAM requiere una serie de debates abiertos e inteligentes. No tanto o no sólo con las autoridades, sino sobre todo con la propia comunidad de estudiantes, académicos y trabajadores administrativos.
En sí misma, la huelga estudiantil ya inició los cambios requeridos, comenzando con el reemplazo del ánimo de resignación vegetativa, por una actitud de superación y lucha; sin embargo, para que esos cambios puedan consolidarse y expandirse, parece indispensable encontrar una salida a la huelga. Una salida que para ser digna y fructífera, como debiera ser, comience por garantizar el desarrollo de los debates necesarios lo mismo para impulsar la nueva cultura que la transformación democrática, en forma y fondo, de la UNAM.
A encontrar esa salida ayuda mucho la ya famosa, y ampliamente respaldada, propuesta de los ocho eméritos. Al enriquecerla y aceptarla como la base de un nuevo diálogo con las autoridades, el movimiento estudiantil podrá una vez más mostrar a quién realmente le importa el futuro de la UNAM, que en mucho es --insistimos-- el futuro del país. Por lo pronto hay que vigilar de cerca a quienes descarrilan, una y otra vez, todo cauce de solución.