La Jornada sábado 14 de agosto de 1999

Manuel Vázquez Montalbán
El nuevo diseño de Hillary Clinton

Cuando Clinton apareció en el star system global llegaba acompañado de una mujer fuerte, Hillary, reputada abogada y considerada como la verdadera inspiradora del progresismo posibilista de su marido. A Clinton le gustan las mujeres propensas a la celulitis, pero la fortaleza psicológica que transmitía Hillary era tal que consiguió fijar una imagen atractiva, la belleza de la inteligencia y la seguridad. El mercado estadunidense de imaginarios femeninos no aceptó del todo el nuevo prototipo de primera dama que recordaba mucho más a Eleanor Roosevelt que a la señora Reagan, mujer fuerte también pero disfrazada de ninfa constante a lo Debbie Reynolds, incluso hubo quien le veía el aura de chispitas que acompañaba a Nancy, como si se tratara de un duendecillo afeminado y pasado por todas las cirugías estéticas de este mundo.

Hillary quería demostrar que tenía ideas y causas propias, como la señora Roosevelt, y dio la batalla por una sanidad pública a la altura del estado del bienestar, batalla perdida porque corrían malos tiempos para la lírica y para lo público y la primera dama se retiró a un segundo plano, acompañó a su marido en los viajes y llevó a su hija al dentista para que le corrigiera evidentes y comunes defectos dentales adolescentes. Mientras tanto, Clinton expiaba sus pecados de juventud, no haber ido a la guerra de Vietnam y sí en cambio haber visitado Moscú, la meca de la revolución mundial. A pesar de estos antecedentes es poco probable que Clinton fuera el autor del asesinato de Kennedy, pero ha tenido que hacerse perdonar su izquierdismo de juventud como buena parte de los líderes hoy en ejercicio. Casi todos pecaron en su mayo respectivo, fuera el mayo francés, el estadunidense, el alemán, el italiano o el español, pero más pecador que cualquier otro, Clinton, porque quiso ser emperador de todo cuanto había puesto en cuestión en su juventud.

Sin resucitar La trahison des clercs de Benda, estaría por hacer una historia de apóstatas y renegados que fueron revolucionarios en mayo de 1968, tratando de establecer un balance del daño que a la larga causaron a las ideas de progreso que en su día abrazaron. De hecho se comportaron como el hijo pródigo que volvió a la casa del padre y le contó cuanto había aprendido en el bando enemigo. Y estaba Clinton reconstruyendo la imagen de su virtud cuando el caso Lewinsky demostró una vez más su afición por la celulitis y su incontrolado apetito de la más pasiva de las sexualidades. Hillary aprovechó la situación. Se convirtió en la defensora de su marido y a la vez en la mujer fuerte, digna pero herida en su amor propio por la vejación. Excelente interpretación que esta vez sí mereció el entusiasmo del público y Hillary estuvo en condiciones de emerger con luz propia hacia un escaño en el senado y quién sabe si la posibilidad de ser la primera mujer presidente de Estados Unidos.

Se expanden ahora las revelaciones de Christopher Andersen en Bill y Hillary sobre supuestas relaciones sexuales de Hillary con su amigo de infancia, Vincent Foster, suicidado en 1995 bajo la presión de verse implicado en el caso Whitewater que tenía a los Clinton en el centro de un feo asunto de corrupción. Estas relaciones se divulgaron en su día y renacen ahora para que consten como sombra del esplendor de Hillary, tan dueña de su papel que ha declarado comprender la ansiedad sexual de su esposo, condicionada por traumas de infancia y adolescencia. Traumas ciertos. Clinton reveló a García Márquez y a Carlos Fuentes que era un gran lector de Faulkner y para demostrarlo, les recitó un fragmento de El ruido y la furia, al tiempo que les contaba los viajes que hacía en bicicleta a la casa de Faulkner para sentirse acompañado por el espíritu de un hombre libre y abierto, en aquel sur profundo de Ku Klux Klan e intolerancia racial. Desconfiados, García Márquez y Carlos Fuentes, nada más dejar a Clinton buscaron a dúo El ruido y la furia para comprobar si el emperador realmente sabía fragmentos de memoria. Los sabía.

Contradictorio emperador electo, la emperatriz conseguirá sumar su imagen de mujer fuerte, a la de mujer digna y a la de amante de un amigo de la infancia. Los amigos de la infancia son tan asexuados como los ángeles y cuando los recuperas en la vida adulta, hacer el amor con ellos no es adulterio. Es reencarnar la Oda a la juventud de Wordsworth. Aquellos tiempos del esplendor en la hierba.