Enrique Calderón A.
La alianza para el 2000. Retos y virtudes

Varias son hoy las razones que están impulsando la concreción de una alianza entre los partidos de oposición para presentar un candidato y una plataforma política comunes para las elecciones del 2000.

Los resultados de las recientes elecciones en el estado de México, y antes las de Guerrero, se han constituido en ejemplos claros de lo que el gobierno, en conjunción con el partido oficial, es aún capaz de hacer con tal de mantenerse en el poder, no obstante el rechazo y el descrédito que la mayoría de la sociedad siente hacía ellos. De hecho, en estas elecciones la sociedad mexicana en su conjunto ha señalado a los partidos, con bastante claridad, su deseo de cambio manifestado en el voto polarizado hacia la opción política que más posibilidades muestre de sacar al PRI del poder.

El nivel de agravio de los mexicanos en contra de quienes han gobernado a México es entendible, engaños que han seguido a engaños, promesas de bienestar incumplidas, violencia como sustituto de la paz y del respeto a los derechos humanos, desempleo y destrucción de cadenas productivas, impunidad para los ricos y los poderosos, castigos y sacrificios para quienes menos tienen. Si ya en 1997 el pueblo le señaló al PRI que sus días de impunidad habían terminado, privándole de la mayoría en el Congreso, para el 2000 la sociedad está planteando a los partidos opositores la necesidad de tomar el poder, como única forma de acceder a la democracia y de terminar con la pesadilla que hemos estado viviendo cuando menos los últimos 18 años.

Ciertamente que la concreción de la alianza no es la solución mágica de los problemas de México, y no debemos pensar en su candidato como una especie de Mesías que lo arreglará todo. Eso no es posible, sus objetivos serán restringidos, el gobierno al que daría lugar será limitado, como lo han sido todos los gobiernos de transición; y sin embargo, su triunfo constituirá uno de los hechos más importantes de la vida moderna del país.

Esto lo saben los partidos de oposición, y a ello están dedicando a sus mejores hombres, a sus negociadores más duros, a sus políticos más hábiles, a sus técnicos más experimentados. Viendo su trabajo de cerca, no me queda duda de la seriedad de sus decisiones, de la voluntad política que está en juego.

Para quienes dirigen el PRI y quienes ocupan las oficinas principales del gobierno federal, la alianza opositora constituye ya un serio problema, su estrategia ha consistido, como es natural, en presentar a la alianza como algo irrelevante, absurdo e incapaz de producir beneficio alguno, un acto contranatural. En el mismo sentido, una serie de analistas políticos que les son afines han estado criticando y poniendo en duda la viabilidad y la conveniencia de la alianza opositora, buscando crear confusión e incredulidad hacia el proceso.

Otro grupo importante es el de los votantes duros de los diferentes partidos políticos, quienes están de acuerdo en la alianza, pero siempre y cuando su candidato sea el triunfador; su entusiasmo, siendo entendible, puede dar lugar a salidas inesperadas que pondrían en riesgo la viabilidad de la alianza, además de desgastar enormemente a sus partidos y candidatos.

El éxito de la alianza en el proceso electoral, y luego al hacerse gobierno, no estará determinando en qué partido o partidos dominan por sobre los demás, sino por cuánto todos estén dispuestos a hacer su mejor esfuerzo por llegar a consensos que faciliten las decisiones, porque las posibilidades de llegar a resultados y acciones concretas estarán siempre limitadas por los disensos de las partes.

Vistas así las cosas, cada uno de los partidos, pero especialmente el PRD y el PAN, se enfrentarán a una responsabilidad histórica; las descalificaciones y las desconfianzas hacia las contrapartes por parte de los miembros de un partido, por distinguidos que sean, en nada ayudarán a la alianza, pero tampoco a su partido; menos aún el querer tomar ventaja del ambiente de distensión para beneficiar supuestamente a su causa.

Si los partidos y los hombres que trabajan hoy en la conformación del proceso logran llevar el proyecto a buen término, habrán logrado un resultado sin precedente, que seguramente marcará el inicio de una nueva etapa de la historia de México.