Con una iluminante transición hacia la democracia, la nación mexicana emergente intentaría ingresar a la historia universal como un pueblo soberano, cuando Hidalgo izó la bandera libertaria de una sociedad que había decidido romper sus ataduras con el imperio castellano, bandera libertaria asumida como conciencia política en el momento en que fueron escuchados los Sentimientos de la Nación, redactados por el caudillo José María Morelos y Pavón. En sólo tres años las cosas estaban claras: la transición propuesta por los insurgentes sugería el paso del absolutismo monárquico virreinal a una república popular, fundada en el voto ciudadano, respetuosa de los derechos del hombre, autodeterminada en sentido absoluto y configurada de manera que los ricos no fueran tan acaudalados como para empobrecer más y más a los pobres, ni los pobres fueran tan pobres como para no tener una vida compatible con la dignidad humana. Es decir, en 1813 se propuso cambiar la dictadura hispana por una república democrática y justa, diseñándose entonces el maravilloso paradigma histórico que los mexicanos hemos intentado realizar durante los últimos ciento ochenta años de vida independiente.
La transición a la democracia de la insurgencia revolucionaria y su Decreto Constitucional de Apatzingán (1814) se estrellaron primero contra la superioridad de los ejércitos comandados por Félix María Calleja, y en segundo lugar con el Imperio (1822) que Iturbide extrajo con los fórceps que inventara el hábil canónigo Matías Monteagudo y los conquistadores de La Profesa, disimulados con los tratados de Iguala y Córdova, así como con el acuerdo del Constituyente que aceptó coronar a Agustín I. Pero el espíritu republicano no estaba muerto; renació con la expulsión de Iturbide y la aprobación, hacia 1824, de la primera ley suprema federalista, inspirada en las ideas de Ramos Arizpe, segundo impulso de la transición democrática que hicieron fracasar por igual Santa Anna, su legislación centralista y el presidencialismo de capa y espada que dominó al país hasta 1855. Una fugaz transición democrática (1847), que propició el restablecimiento de la Constitución de 1924, fue machacada por la guerra yanqui (1846-48) y la tiranía santannista que trataron de consolidar las clases decentes y pudientes con el traidor López de Santa Anna.
La cuarta transición a la democracia fue montada en el escenario de la Reforma y su Constitución de 1857, y abrogada de hecho con la Guerra de Tres Años y la intervención francesa (1862-67), incluido el epílogo de Maximiliano en Querétaro, puesto que el total desbarajuste prevaleciente hizo posible el ascenso del presidencialismo autoritario y militarista del Plan de Tuxtepec (1876) y la dictadura con que Porfirio Díaz burló al Estado liberal al cambiarlo por el Estado policial de un hombre fuerte guiado por los poderes económicos metropolitanos. Y vino entonces la quinta transición a la democracia de la revolución que inició Madero y procuraron concluir los constituyentes de 1917, con las consecuencias lamentables del sistema autoritario que nos ha gobernado desde 1920 hasta el presente: el hoy que plantea una posible sexta transición a la democracia, apoyada en la alianza opositora PRD, PAN y partidos de menor magnitud, alianza que enfrentaría al gobierno en los comicios del año 2000.
¿Será la actual transición a la democracia una victoria? Esto es lo que desea el pueblo, aunque las experiencias anteriores no son optimistas. Sin embargo, se advierte una diferencia fundamental entre el presente y el pasado. Ayer fracasaron las transiciones por una insuficiente conciencia política de las masas populares, que no pudieron ahondar sus líderes. Hoy la conciencia popular parece romper las limitaciones del pasado, y entre sus líderes hay hombres activos y respetables. Estos importantes factores y los intereses en juego que hacen confluir a PRD y PAN, podrían garantizar el éxito de una alianza opositora si tal alianza refleja la alianza del pueblo y no una mera alianza de líderes. Sin pueblo no hay victoria; con el pueblo la victoria es segura. ¿Acaso julio del 2000 será el punto de partida de la realización en la historia del paradigma insurgente?