Octavio Rodríguez Araujo
Ultima campanada

El martes pasado El Fisgón publicó en este diario una caricatura de un estudiante ultra que se ve en un espejo y éste le refleja la cara del rector Barnés. El dibujo corresponde a una hipótesis que cada vez circula con más fuerza en diversos medios: Barnés, con la coincidencia de algunos ultras, está tratando de llevar a la UNAM a una crisis total y al mantenimiento de una huelga indefinida para que, finalmente, en los hechos y a la hora de la asignación de su presupuesto por subsidio federal, éste sea regateado y condicionado a que la universidad se reabra con base en un esquema nuevo, es decir, desconcentrándola, disminuyendo la planta de profesores por horas, aumentando la carga a los profesores de carrera, cerrando institutos y centros de investigación que no interesen al mercado, castigando el presupuesto de las escuelas de ciencias sociales y humanidades, etcétera.

Esta peligrosa hipótesis se ha visto alimentada por el presidente de la Coparmex, quien sin ambages propuso el cierre de la UNAM. Y también, a manera de pronóstico negro, por el director de la Facultad de Ciencias, quien declaró que ``no es nada remoto'' que se consume el cierre de la universidad (La Jornada, 11/08/99).

Afortunadamente, contra la idea de dejar que la huelga se pudra y que los apoyos que ahora tiene se conviertan en rechazo, para así poder reabrir la universidad sobre bases nuevas, ayer, en el auditorio Che Guevara la propuesta de los ocho eméritos fue ampliamente aceptada y, al mismo tiempo, un grupo de consejeros universitarios firmamos un documento, que fue entregado al secretario General de la UNAM, para que el rector Barnés convoque a una sesión extraordinaria del Consejo Universitario de donde surja una comisión verdaderamente representativa para coadyuvar a destrabar el conflicto y, sobre todo, para que se cree el espacio de participación necesario y resolutivo de los problemas centrales que se han planteado en el movimiento, y que no pueden soslayarse más.

Vale decir que el documento del grupo de consejeros mencionado le ha expresado al rector Barnés que ``nuestra propuesta coincide con la formulada recientemente por un grupo de ocho distinguidos académicos, y que en opinión de amplios círculos universitarios abre una vía de solución al conflicto''. Y esta propuesta, abonada con las intervenciones de Adolfo Sánchez Vázquez, Luis Villoro, Alfredo López Austin y Manuel Peimbert en el acto de ayer, fue aplaudida de pie por un auditorio lleno de gente y de pluralidad, en el que no faltaron muestras de escepticismo de algunos considerados ultras.

A título personal, pienso que la vía de solución al conflicto ya está planteada, pero falta vencer a la intransigencia que comparten, penosamente, la rectoría y algunos miembros del CGH. La vía de solución, expresada por Sánchez Vázquez ayer, es sin lugar a dudas ``el establecimiento de espacios de análisis y discusión donde toda la comunidad decida el destino de la UNAM'', lo que quiere decir, en mi interpretación, que al intento de imposición del pensamiento único de Rectoría no se puede tratar de imponer otro pensamiento único, por progresista y avanzado que parezca, pues la universidad no es un partido político ni mucho menos una secta donde todos debamos pensar igual. Villoro, por su parte, propuso que sea en el Consejo Universitario donde se tomen las resoluciones derivadas de los espacios de discusión abiertos, y añadió para que no hubiera dudas: ``la condición es la apertura de los espacios de discusión. Si el consejo (universitario) no lo aprueba, entonces la huelga no se levanta'', con lo que, contra la opinión de los escépticos, se valora con justicia el movimiento que se iniciara contra las cuotas y que es hoy, además del zapatismo, un movimiento antineoliberal.

Si bien la hipótesis mencionada al principio tiene fundamento lógico materializado en la intransigencia demostrada por Rectoría y por algunos estudiantes calificados como ultras, no hay suficientes elementos para pensar que tenga que convertirse, fatalmente, en una tesis, en una realidad que todos los universitarios y el pueblo de México lamentaríamos. Pero las soluciones no caen del cielo, hay que construirlas. Y para construirlas tenemos que ser modestos, inteligentes, respetuosos del otro y discutir para llegar a ellas. La vía ya está planteada. Adoptémosla si no queremos que se nos imponga, desde cualquier posición de intransigencia, una universidad en la que no nos reconozcamos. Ya sonó la última campanada.