La Jornada jueves 12 de agosto de 1999

Adolfo Gilly
UNAM: cambio de marea

Después de varias horas de un intenso debate entre diversas posiciones, habló Adolfo Sánchez Vázquez. Para concluir su intervención en defensa de la propuesta de los ocho profesores eméritos para la huelga en la UNAM, dijo que no hay ninguna garantía anticipada de que al levantarse la huelga las autoridades cumplan sus compromisos: la única garantía, terminó, es la continuidad de la organización y la movilización después del regreso a clases. Entonces, el auditorio Che Guevara se vino abajo en un prolongado aplauso que culminó en una ovación con la sala en pie y en un goya de estruendo. Repleto hasta los topes y hasta las escaleras externas, el Che Guevara era el de las grandes ocasiones. Estaban allí padres de familia, estudiantes, profesores y trabajadores de todas las escuelas.

Después de un brevísimo instante de silencio, desde la parte alta, donde se apretujaban también los estudiantes, brotó condensado y creciente el otro grito: ``¡Huelga, huelga, huelga!'', que descendió inundando la sala. Era la otra parte, la que no les cree, la que está convencida de que una vez concluida la huelga, nada que no hayan conseguido antes les será cumplido. El fervor del grito no agredía ni negaba a los otros, nomás afirmaba su presencia fuerte.

Era un momento de una rara intensidad, la culminación de un diálogo sin interrupciones, sin gritos, sin insultos, sin descalificaciones entre cuatro profesores de excepción -Adolfo Sánchez Vázquez, Luis Villoro, Alfredo López Austin, Manuel Peimbert- y la comunidad universitaria allí presente. A partir de ese momento, la discusión en la UNAM ya está instalada. En el Che Guevara se rompió la mordaza de las unanimidades, las descalificaciones y los insultos. La marea está cambiando. En lo sucesivo deberá ser escuchado quien diga su razón, no quien grite más fuerte o quien mejor manipule la mesa.

Esta es la condición para alcanzar, entre todos, una salida victoriosa de una huelga cuya mayor conquista es haber puesto sobre la mesa la cuestión del destino y la función de la UNAM, haber impedido que las autoridades hicieran pasar en secreto y en silencio su decisión de colocarla al servicio del mercado y haber desenmascarado el cuento de la excelencia como pretexto para transformarla en apéndice de la empresa privada. Dudo que los altos y tercos funcionarios que en este largo conflicto nos han metido, puedan ir a predicarles evaluaciones externas y excelencias académicas a los cuatro maestros que allí exponían sus razones.

Esos profesores dijeron que su propuesta no es la solución definitiva, sino que está concebida como un punto de partida para articular la discusión, ser modificada y alcanzar una formulación satisfactoria. Luis Villoro explicó, con la diafanidad de sus escritos, el porqué de algunas fórmulas que la discusión deberá llenar de contenidos: ``Si no decimos Congreso resolutivo, es porque rectoría lo rechazaría de inmediato. Si no decimos, en cambio, Foros de discusión, es porque ustedes tampoco lo aceptarían. Queremos que haya diálogo. Entonces proponemos una fórmula abstracta, espacios de discusión y análisis que deberán llegar a conclusiones para que, sobre ella, ambas partes puedan llegar a un acuerdo sobre la fórmula misma''.

Los apoyos a la propuesta de los profesores eméritos han ido creciendo desde todas partes. Sin embargo, hay en esto una realidad y una maniobra. La realidad es que la propuesta, incompleta y abierta como está, puede articular la discusión y la salida victoriosa de la huelga. La maniobra, en cambio, es clara: el grupo de rectoría quiere convertir la propuesta en el máximo alcanzable para que el movimiento ceda a cambio de humo y de promesas vagas, se levante la huelga y ese grupo, el de los propietarios de la torre de rectoría, haga después lo que le dé la gana. Tal como en el momento en que precipitó a la UNAM en un paro que ya lleva casi cuatro meses, ese grupo sigue sin entender nada. Su maniobra es mísera y visible, su silencio es pasmoso, su incapacidad para articular palabras y para entrar en debate difícilmente pasaría la prueba de una evaluación académica rigurosa, como aquellas que son cada vez más imprescindibles para calificar a quienes desde las alturas de la torre deciden en secreto sobre todos nosotros.

Es rectoría quien tiene ahora en sus manos la posibilidad de dar al conflicto una salida razonada y sensata, no esa que concibieron con la triquiñuela del reglamento de pagos del 7 de junio. Es rectoría quien puede, sin más dilaciones, convocar al Consejo Universitario, derogar de una buena vez el actual Reglamento General de Pagos, y dar así a todos los universitarios, huelguistas o no, una prenda de buena fe y de apertura. Sobre esa base nadie podría obstruir el ingreso en una rápida y fluida negociación de las condiciones para resolver todo lo que esta huelga ha puesto en debate.

La cerrazón del grupo de rectoría contrasta con la apertura de los ocho profesores eméritos, y de gran parte de la comunidad universitaria que pide una solución de diálogo y razón. ¿Busca ese grupo una salida de fuerza? Me resisto a creerlo, pese a las continuas medidas que parecen diseñadas para dar pretextos a cuantos sólo pueden imaginar un final de violencia. ¿Con qué está jugando el grupo de rectoría? ¿Quieren una UNAM de calidad, de exigencia y de rigor, como queremos quienes estamos hartos de las complicidades mafiosas entre mediocres, o quieren una UNAM con estudiantes mansos, es decir, incapaces de inteligencia y de iniciativa?

No idealizo al movimiento. Esta huelga es como es y sus protagonistas, muy diversos, son también ásperos, desconfiados y hasta amargos. Abandonados por las instituciones, los partidos, casi toda la prensa; agredidos por algunas de las grandes firmas; ridiculizados en portadas y fotografías, en el seno de este movimiento pudo crecer la intolerancia, el grito y la exclusión del que piensa diferente. Esta huelga, así como es, es también el mayor movimiento, en estos últimos años, que se ha opuesto a la implantación en frío y sin resistencia de los precisos planes de despojo de nuestro patrimonio común, que sobre todos nosotros siguen avanzando. En esta huelga, la tenacidad de muchos estudiantes, la solidaridad de tantos profesores, el calor de los padres de familia reflejado en la extraordinaria intervención de uno de ellos en el Che Guevara, han logrado que también se abra el diálogo de las razones y la búsqueda de una salida negociada y victoriosa.

Los estudiantes, todos, están haciendo un verdadero esfuerzo para construir esa salida desde el movimiento. No es fácil, en un movimiento tan diverso, tan agredido y tan acosado por muchos que uno hubiera creído capaces de razonar con él así tal como es. No es fácil, pero habrá que hacerlo a pesar de la mayor de las intolerancias: la cerrazón y el silencio de la torre de rectoría.

Los estudiantes huelguistas no creen en los compromisos de la otra parte. Tienen razones. Desde el Congreso de 1990 (que congeló las cuotas) hasta los Acuerdos de San Andrés, saben que la norma irracional adoptada por este régimen en desintegración es no cumplir los acuerdos. Pero es con ese régimen, por ahora, con quien hay que tratar.

No hay de otra. Las garantías las tenemos que construir nosotros, los universitarios que estudiamos, enseñamos, investigamos y trabajamos en la UNAM. Adolfo Sánchez Vázquez sabe lo que dice: la garantía del compromiso ajeno hay que buscarla en la continuidad de la movilización, del pensamiento y de la razón propia. Lo que venga después hay que construirlo desde ahora, impidiendo el desastre y el desierto al cual amenazan llevar a la UNAM la intransigencia y la increíble ceguera del grupo de rectoría.