Sir Alfred
n Raquel Peguero n
El criminal más perfecto que jamás ideó, fue él mismo: Alfred Hitchcock, ''el monstruo confiable del barrio que, contra lo que sucede con otros auters subversivos, siempre fue accesible y obtuvo una gran aceptación popular. Lo increíble, entonces, no es sólo la calidad de su veneno sino la adicción que creó".
Una adicción que se desplegó no sólo en el cine sino también en la pantalla chica, en la que su robusta figura aparecía siempre con su imperturbable porte serio y una flema inglesa que todavía es capaz de sorprender al mundo. Y es que este ''niño bueno", el tercer hijo de los pequeños comerciantes William y Emma Hitchcock, capaz de ''torcerle el cuello a lo cotidiano", como dice François Truffaut, creció en su casa del lado este de Londres, sin un amigo, aunque con la capacidad de inventar sus propios juegos; sentado en un rincón sin decir nada, pero observando mucho. Su familia adoraba el teatro y de ahí Alfred Joseph saltó sin problemas, a los 16 años, a una nueva pasión: el cine, al que llegó primero por la lectura de revistas ''profesionales" y no de chismes, solía contar.
Seguir el camino del arte
De familia católica, ''lo que en Inglaterra constituye casi una excentricidad", Hitch ųcomo se apodó a sí mismo para evitar que le llamaran Alfie o Cockie, que detestabaų era un joven temeroso. Su miedo, contaba, probablemente se fortaleció durante su estancia como estudiante en una institución jesuita, ''el miedo moral a ser asociado a todo lo que está mal". También temía a los policías por aquel (des)encuentro que tuvo cuando niño en que, por una nota que le dio su padre para que entregara a un uniformado, éste lo metió a una celda durante diez minutos al son de ''esto es lo que hacemos con los niños malos". Como alumno, era bastante mediocre, sólo destacaba en geografía y tenía pavor a los castigos corporales que imponían sus maestros. Soñaba, entonces, con ser ingeniero y nada hacía suponer que seguiría el camino del arte.
A la muerte de su padre, se dedicó a varios oficios, incluido el de telegrafista, hasta que un día se enteró que la Famous Players Lasky, de Paramount, abriría una sucursal en Londres y consiguió un trabajo para escribir los títulos para los diálogos y elipsis de las películas mudas. Ahí ocupó varios puestos: dialoguista, director artístico y codirector de una película inconclusa, Number Thirteen, de la que sólo se filmaron dos rollos y ''realmente no era buena", aseguraba él mismo. Tenía entonces 21 años y la experiencia le descubrió el sendero que habría de seguir y que ni siquiera ''me había planteado": la dirección cinematográfica.
En 1925 conoció a Alma Lucy Reville, ''quien también trabajaba en los estudios y a quien propondría matrimonio a bordo de un barco, durante la filmación de The Prude's fall; ella, mareada, contestará con un sonoro eructo", recrea la escena Guillermo del Toro, en su libro Alfred Hitchcock (editado por la Universidad de Guadalajara), del que se tomó la cita inicial de este texto. Un año más tarde se casó con La Duquesa ųcomo llamaba a su mujer en la intimidadų y se estrenó como papá en 1928, cuando nació su única hija, Patricia. El matrimonio duró toda la vida y funcionó de manera extraordinaria también en el nivel profesional, pues el nombre de Reville aparece en muchas de las producciones de Hitch como adaptadora o autora de guiones originales.
Impecable imagen y ''cine sin mancha''
El maestro del suspenso sólo aceptaba críticas de ''mi Alma" y tomaba su ''palabra como si fuera un edicto", asegura Del Toro. De su vida adulta ųagrega en su libro el director de Cronosų se ha dicho principalmente que fue ''recluida e íntima, opuesta al standard hollywoodense. Hitchcock fue un padre parco, pero justo y si bien sus relaciones con Pat se distanciaron un poco después de la boda de ella (que Hitch preparó con el detalle con que hacía sus filmes), es bien sabido que fue un abuelo ejemplar".
Después de realizar, durante su periodo inglés, algunas obras maestras indispensables en su filmografía, Hitchcock emigró a Estados Unidos. Originalmente para trabajar con David O. Selznick, aunque la relación entre ambos resultó muy difícil por el constante choque de egos. Lo hizo durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que recibió muchos ataques, sobre todo cuando filmó dos cortometrajes al servicio de la causa aliada ų''lo hice para sentirme útil, era la única forma de hacerlo porque era demasiado gordo para ir a luchar"ų, contó a Truffaut. Cuando aún no se consagraba como maestro del suspenso, dirigió una secuencia de una revista musical, Elstree calling (1930) y filmó varias adaptaciones de obras de teatro.
Tras su ruptura con Selznick, ya independiente, se consagró al gran público por medio de sus series de televisión Alfred Hitchcock presenta y La hora de Alfred Hitchcock, cuyo éxito las mantuvo en el aire durante diez años ųcuando el promedio era de dosų y que aún pueden disfrutarse en la pantalla chica de este país. El dirigió una veintena de capítulos, entre los que se encuentran unas maravillas de humor negro y maestría narrativa. Gracias a ese boom televisivo filmó Psicosis (1960) y se forjaron la revista y la serie de antologías que llevan su nombre ųaunque casi no intervino en su ediciónų pero que, como dice Del Toro, crearon un ''sello de garantía hitchcockiano".
De imagen impecable ųcomo su cine, que le gustaba ''sin mancha"ų lo reflejó siempre en su vestir, invariablemente un traje negro con corbata, aun en los días más calurosos. Sin embargo, ''cuidaba siempre de dejar fuera de lugar el lado izquierdo del cuello de su camisa: Siempre torcido. Claro indicador de que en medio de tanta perfección, algo extraño debía estar pasando", cuenta Del Toro.
Vivir por y para el trabajo
Envidioso confeso de Walt Disney ų''pues si no le gusta alguno de sus actores lo rompe a pedacitos"ų, Hitch hizo famoso el sistema del guión de hierro y cooperó en la generalización del storyboard o guión visual, que pasó a ser parte indisoluble del sistema de rodaje en EU. ''A él se debe mucha de la libertad creativa que permite al cine de ambiente realista darse 'licencia sobre la realidad' a fin de lograr su plenitud de expresión", asegura el director de Mimic. De un humor tan grueso como su cuerpo, dejó testimonios sobre los actores ų''no dije que eran como ganado, sino que había que tratarlos como si lo fueran"ų; de sus métodos de terror para con ellos, con el fin de hacerlos sentir torpes, ineficaces, inseguros y humildes, y dieran una mejor actuación, y de sus bromas macabras. Una de sus favoritas traspasaba al público pues consistía en contar, con lujo de detalles, un asesinato espeluznante durante el trayecto en un elevador atestado de personas.
Imitado, pero nunca igualado, por cineastas de todo el planeta, la voz y figura de Hitch han sido usadas en caricaturas de comics, películas y hasta en anuarios escolares. El mago del suspenso nació el 13 de agosto de 1899 y fue un hombre que vivió por y para su trabajo, como asegura Truffaut, por eso ''un paro de actividad significaba la muerte. El lo sabía, todo el mundo lo sabía y por eso los cuatro últimos años de su vida han sido tan tristes".
Con un marcapaso sobre su corazón, consciente de la problemática que suponía llevar su nombre ų''es el origen de las dificultades que he tenido para conseguir buenos temas"ų, un año antes de morir cerró su oficina, despidió a sus empleados y acudió a su país natal a recibir el nombramiento de Sir Alfred, que le otorgó la reina Isabel. Con todo ello se sentó a esperar su propia muerte y se alió con algunos vodkas para conseguirlo.
Murió el 29 de abril de 1980. Su sepelio ųrelatado por Truffaut en su libro El cine según Hitchcockų fue el de un ''hombre tímido que llegó a intimidar y quien, por una vez, rechazaba la publicidad porque no le podía ya servir para su trabajo". Fue algo diferente, porque así lo dispuso; después de todo fue un hombre que ''se había entrenado desde la adolescencia para controlar la situación". Lo sigue haciendo.