Distintos grupos religiosos han señalado el día de hoy como el de la consumación de los tiempos, la jornada del fin del mundo. Conforme se acerca el año 2000 las profecías de los milenaristas se han desbordado, anuncian la transición hacia un nuevo orden fruto de las acciones divinas. Confluyen en la profecía una amplia diversidad de credos: gurús orientalistas, un sector de los evangélicos, nostramusitas, ciberzoroastras, espiritistas, videntes de cultos indígenas y un largo etcétera.
El milenarismo es la creencia de que "el fin del mundo está próximo y que inmediatamente después aparecerá un nuevo mundo, de fertilidad inagotable, armonioso, santificado y justo" (American Encyclopaedia of Religion). En este sentido la idea es compartida lo mismo por un amplio espectro de agrupaciones religiosas que por ideologías políticas como el nazismo y el marxismo, a decir de Norman Cohn, autor del clásico En pos del milenio (Alianza Editorial). A éstos habría que agregar a los neoliberales como Francis Fukuyama y su convicción de que el fin de la historia llegó con la victoria de la economía de mercado. La nuestra es una época alejada del escepticismo filosófico, el que supuestamente debería caracterizar a las sociedades modernas que basan su desarrollo en los descubrimientos y aplicación de los descubrimientos científicos y tecnológicos. Vivimos en un mundo en el que millones de sus habitantes más que tener creencias bien estructuradas, en su lugar poseen credulidades formadas con retazos provenientes de todas partes y que bien analizados son contradictorios entre sí. De tal manera que hoy es perfectamente posible que cualquier grupo oscurantista combata los logros científicos y civilizatorios por medios (Internet) que sólo pudieron resultar de "esa forma particular de conocer que fue desarrollando la cultura occidental, que se atiene a ciertas reglas epistemológicas y que ha partido al mundo en desarrollados vs subdesarrollados", es decir la ciencia, cuya característica "no es qué sabe, sino cómo lo sabe" (Marcelino Cereijido, Por qué no tenemos ciencia, Siglo XXI). Un inversionista que por la mañana trabaja arduamente en Wall Street con base en información y construcción de escenarios lógicos, por la tarde puede ser un activista New Age que pregona mensajes fantasiosos y escapistas del mundo en el que él labora.
Damian Thompson ha documentado en su obra El fin del tiempo. Fe y temor a la sombra del milenio (Taurus, 1998), cómo a lo largo de la historia humana se han desarrollado teorías apocalípticas. Sobre todo a partir de la simplificación que distintos autores cristianos de los siglos III al V hicieron del último libro de la Biblia, el Apocalipsis (término que se deriva del griego y que significa revelación). El Apocalipsis de Juan está lleno de símbolos, números y promesas de un mundo nuevo. Las claves de su interpretación les eran cercanas a los cristianos a quienes iba dirigido el escrito. Transcurridos los siglos la excesiva alegorización, una intrincada numerología y hasta intereses políticos de los intérpretes, llevaron a los decodificadores a predecir el fin del mundo en distintas fechas. Cabe aclarar que la tendencia a preocuparse por conocer cuándo acontecería el final de todas las cosas, estaba ya presente en la primera generación de cristianos. El apóstol Pablo le escribió a los tesalonicenses para tranquilizarlos sobre lo que algunos andaban divulgando acerca del inminente retorno de Jesucristo, y por lo tanto el fin de este mundo y el advenimiento de uno nuevo. Los tesalonicenses, al igual que los seguidores actuales del grupo para-católico "Oración Espiritual", de Zacapu, Michoacán, vendieron sus bienes y dejaron de trabajar para dedicarse a cuestiones espirituales y contemplar la nueva aparición de Jesús en los cielos.
Con motivo del último eclipse de sol del milenio que tendrá lugar hoy, y que será totalmente visible en Europa, se han desatado anuncios al por mayor en el sentido de que las tinieblas son el augurio del fin de nuestro planeta. Otro(a)s agoreros matizan la predicación y sostienen que no será un final abrupto, sino el inicio de grandes catástrofes como nunca antes las ha padecido la humanidad. Es cierto que llama la atención la gran oferta de augurios sobre el inminente final de la Tierra, muy parecidos a los que se dieron cerca del año mil, pero más nos atrae a la reflexión la gran receptividad que han tenido en amplias capas de la población mundial profecías resultado de cocteles religiosos en los que se mezclan ingredientes sin ton ni son. Existen oídos prestos a toda clase de mesianismos, los pseudo profetas encuentran terreno fértil para sus presagios, para los cuales en caso de no acontecer tienen explicaciones que siempre dejarán satisfecho(a)s a sus complacientes seguidores. Pero el mesianismo no sólo se restringe a los campos religiosos, también se está desbordando hacia otras áreas de la vida social, como la política, y por eso los personajes que ofrecen solucionar los problemas nacionales al instante se multiplican.
P.S. En caso de que hoy sí acontezca el fin del mundo, esté habrá sido mi último artículo en La Jornada.