Luis Linares Zapata
Agosto de las sorpresas

Las campañas electorales con tupida competencia han aparecido en el México de final de milenio y, con ellas, los inevitables sobresaltos para un sistema acostumbrado a los estrictos márgenes de control y las amplias seguridades, casi certezas, en sus resultados. El simple lema efectista de Madrazo (RMP) causa revuelos inusitados en las alturas decisorias del gobierno, en su coalición de apoyo y en el equipo de campaña de Labastida (FLO). Ocupó el tiempo de muchos comentaristas de radio y prensa escrita del Distrito Federal, es cierto, y se introdujo en un hueco específico del auditorio: el segmento del descontento al que intenta succionar. Aunque también descuidó el impacto posterior en el votante al que apela y, sobre todo, la consistencia y los contenidos que ya le adhirió al perfil del candidato.

Llenar espacios difusivos y escandalizar poderosos no es un propósito muy redituable si se trata de atraer amplias capas de votantes. Los abundantes comentarios desatados y que van desde la "genialidad" del publicista hasta la habilidad de un candidato reactivo (RMP) para ocupar mayor espacio en el horizonte de atención ciudadano, es sólo una parte del propósito para llamar la atención del auditorio. Seducirlo es lo siguiente. Pero apelar a la inteligencia y el raciocinio del individuo, abrir sus expectativas y reparar en sus necesidades es el complemento inseparable para ganar su voluntad y el voto. Los contenidos de la oferta política cuentan y van marcando al proponente de tal manera que, al cabo de una campaña, acaban condicionándolo. Máxime si los conceptos añadidos a su historial son de naturaleza violenta, desesperados, excluyentes de sutilezas o que niegan capacidad para los acuerdos y la negociación, tal y como los madrazos sugieren. El imaginario de un candidato sólido, al que hay necesidad de acercarse, habla, por el contrario, de confianza y horizontes atractivos, de firmeza, pero no de rijocidades, aun aquéllas que pretenden terminar con prácticas indeseadas como sería la del famoso dedazo.

Otro de los flancos que la cerrada contienda ha introducido en el panorama mexicano de hoy recala en confrontaciones, ríspidos desplantes y hasta descalificaciones que inciden hasta en la vida íntima de los candidatos. Aspectos que resaltan las omisiones, los errores o defectos públicos de pasados desempeños. Y se dice que se inician porque ahora llevan la rúbrica y el respaldo de sus autores y se insertan en medios establecidos. Son los componentes de las llamadas contracampañas.

Antes también se usaban tales recursos, pero lo hacían de manera clandestina. Aparecían libelos, folletos apócrifos, rumores malévolos, cartas anónimas para difamar sin tener que pagar el debido precio por ello. Se levantaban falsos testimonios, se iniciaban indagaciones judiciales que no se concluían, demandas que se desechaban por infundadas o se sembraban temores irracionales. Todo ello continuará sin remedio pues la contienda por el poder enciende las ambiciones, y éstas no siempre siguen los cauces de las buenas maneras o las normas marcadas por la ley. Pero ello, aun cuando moleste, no es conveniente que concluya en controles represivos por doquier. Pueden y hasta deben verse como ciertos excesos de la democracia y aceptarse como parte del precio a pagar por ella. Al final de la contienda, los ánimos, por lo general, vuelven a sus cauces. Los perdones funcionan y las instituciones prevalecen por sobre las pasiones encendidas.

Agosto ha sido el mes de las dobles incertidumbres que han sustituido a la conocida pareja de certezas: las que daban como amarrados tanto el triunfo de Francisco Labastida Ochoa al interior del PRI como el de este partido sobre el PAN o el PRD. Dichas seguridades se apoyaban, además, en el abierto proceso de selección en que se embarcó el priísmo y en la férrea decisión de echarle mano a todos los recursos y privilegios para lograrlo. Súbitamente el escenario cambió pues RMP salió respondón, se lanzó contra el grupo atrincherado en el poder, puso en la picota su modelo de gobierno, cuestiona los resultados logrados con él y va abanderando el sentimiento de aquéllos que se sienten vejados, abandonados por sus guías. Y con este nada despreciable segmento del electorado en su buchaca amenaza a la disciplina de la línea. Por el otro lado, el externo, apareció la todavía informe Alianza Opositora y, con ella, se nublaron las anteriores garantías y ya se vislumbra, con aceptables supuestos, su posible éxito en las urnas. Los 70 años de continuidad pesan, no cabe duda. Pero las estrecheces del modelo en boga, el elitismo de la tecnoburocracia y sus incapacidades para entregar resultados han puesto el resto. Así, la contienda se ha tornado menos previsible y más interesante.