Cuando, en respuesta a un reglamento de cuotas anticonstitucional, se inició una huelga de estudiantes inconformes con la violación a la ley más alta de nuestra sociedad y en contra del autoritarismo con el que se adoptó la medida, escribí en este mismo espacio, aportando a los estudiantes argumentos jurídicos y razones políticas en pro de su movimiento.
Cuando las autoridades universitarias dieron marcha atrás y establecieron que las cuotas son voluntarias y que los universitarios pueden inscribirse y cursar sus estudios sin pagar nada, en mi opinión el paro debió cesar. Estábamos ante un triunfo de los jóvenes y había que detenerse, consolidar lo obtenido y preparar la siguiente batalla: reformas a fondo en la UNAM, a través de un congreso universitario amplio, tolerante, racional y abierto al debate, pero también dispuesto a la toma de acuerdos y a las concertaciones.
Ciertamente, la rectoría no ha dado marcha atrás en la derogación del reglamento inconstitucional y se ha mostrado tozuda y beligerante, viendo en los estudiantes a sus enemigos y no a los destinatarios de su acción educativa, de la enseñanza y formación.
La UNAM, que tiene sus raíces en la antigua universidad virreinal, la más importante y reconocida en su tiempo y que se mantuvo, aun cuando cerrando a trechos, durante el siglo XIX en medio del maremágnum que fue la consolidación de la nación mexicana, que renació en 1904 con Justo Sierra, que alcanzó con Vasconcelos un lugar privilegiado en la reconstrucción nacional después de la primera etapa de la revolución, que se sacudió con Antonio Caso el dogmatismo positivista que se le quiso imponer, que adquirió y defendió la autonomía con Gómez Morín, que en 53 estrenó casa en el Pedregal, que encabezó y sobrevivió al movimiento del 68 y a la represión, sin dejar de enseñar, investigar y difundir cultura, saldrá adelante de este trance difícil.
Ciertamente, se requerirá para ello de buena fe y entendimiento del problema; por parte del rector, más espíritu universitario y menos oficialismo; del lado de los dirigentes más extremistas, disposición a ubicarse en su posición inicial, salvar a la UNAM por lo pronto y olvidarse de tratar de abarcar todo lo que su imaginación y sus ideales les ponen enfrente, desde su posición relativa y circunstanciada a su casa de estudios. Que cada quien cumpla su trabajo.
El llamado de los ocho maestros eméritos, que proponen soluciones respetuosas y democráticas, debe poner a todos a reflexionar, a buscar pronto salidas decorosas y a dejar tras la puerta, antes de sentarse de nuevo a dialogar, la intolerancia y el sectarismo; la UNAM lo vale.
El país en general está en una situación crítica en la que la violencia, la gritería, la imposición autoritaria, el uso de la publicidad en lugar de la razón, nos ponen a un paso del desastre nacional. Los universitarios, al llamado de académicos eméritos, pueden iniciar otra vez, como en otros tiempos, la reconstrucción nacional. Depende de todos, estudiantes y maestros, trabajadores y rectoría.