Ť Alberto Gironella. In memoriam Ť
Ť Teresa del Conde Ť
No alcanzó a cumplir 70 años, como sí los cumplieron o incluso sobrepasaron otros colegas suyos a quienes, como a él, adscribimos a la prematuramente mermada generación que llamamos ''de ruptura". Personaje complicado, Alberto Gironella fue gran artista, de los mejores durante la segunda mitad del siglo, como fue también enamorado de la literatura, sin ser jamás narrativo.
''La ferocidad es, en cierto modo, la contrapartida animal del entusiasmo espiritual y de ahí que aparezca, complemento contradictorio, en las grandes pasiones eróticas y artísticas", le escribió Octavio Paz en agosto de 1978. Y no se equivocó en lo más mínimo, pero la ferocidad destructiva de Gironella anduvo en mayor medida en su vida, que en su obra, aunque también allí aparece orquestada mediante una poco usual capacidad asociativa.
Su corpus ofrece piezas magistrales aunque algunas, propositivamente, tuvieran carácter de ''disparates", pero disparate es un disparo y los de Gironella con frecuencia daban en el blanco. Quien escriba su monografía definitiva tendrá que realizar un sinnúmero de entrevistas, ya en estas mismas páginas Merry Mac Masters y Mónica Mateos dieron la pauta en su reportaje aparecido el 4 de agosto, a dos días de su muerte, ocurrida en esta ciudad.
Enfrentar obsesiones personales
Tren de vida (título de su exposición en el decimoctavo Festival Internacional Cervantino) fue por momentos insoportable, para él mismo, para sus amores, su familia, allegados y amigos.
''En los enfrentamientos con sus obsesiones personales y estéticas, existe el deseo de posesión y de destrucción'', escribió la directora del Cervantino y promotora de aquella exposición, Mercedes Iturbe. El parecía apreciarla y ella desplegó su consabida y entusiasta actividad en esa muestra, que no acabó bien, no por ella, sino por él, que terminó armando trifulca. Con su caligrafía de amplios caracteres dejó inscrita la siguiente confesión en una de las páginas del catálogo:
''Leyendo el diario parisiense de Ernst Jünger me surgió la idea de esta exposición. Cito de memoria: cuando un hombre ha perdido eso que llamamos tren de vida, el único consuelo es la compañía de una mujer hermosa". Abajo está su firma, simplemente el apellido, subrayado, ya no es el barón de Beltenebros. Anota la fecha: París, agosto, 1990. Se exhibieron entonces varios retratos, el de Bambi (Ana Cecilia Treviño) muy joven, la madre de sus tres hijos mayores, fechado en 1954: es un Gironella antes de Gironella; el de Carmen Parra, madre de su Emiliano, su hijo menor es variación velazqueña: me refiero a Reina Riquide (1974), pintura notablemente briosa con el contorno diseñado por él mismo. A Riqui le puso cara de cara y el cuadro pertenece a las colecciones del Museo de Arte Moderno.
Otra pintura, Ana o la mariposa (1978), evoca un icono modernista: la fèmme fatale de Edvard Munch. Sanda Racotta aparece erguida, cubierta de un manto multicolor, fundida en un escenario madrileño en 1983; los Ismos de Gómez de la Serna acompañan uno de los retratos de Patricia Ortiz Monasterio; la representó dura, de mayor edad de la que entonces ella tenía (1984), sin procurar fisonómicamente su reconocimiento. A diferencia de Reina Riqui este retrato sí atentó al parecido con la modelo. Es impresionante, en cambio, la perspicacia, el acierto y la penetración con la que captó al padre de Patricia, el célebre cirujano, en más de una ocasión.
Pintor de mano privilegiada
A Mercedes Iturbe la exhibió ''en proceso", pues la pintura no estaba terminada, en tanto que a su efervescencia de esos años, Edna, es Sor Juana mirando al infinito, pero sin cancelar la sensualidad, en un óleo de 1988 que, recuerdo, años después se exhibió en Casa Lamm, donde conocí dos cajas-retrato, la verdad no buenos, sobre Octavio Paz. En cambio, todos sus retratos de Valle Inclán son espléndidos, tal vez porque para él ''nada vale lo que vale Valle", cosas que decía aludiendo al escritor y a Valle de Bravo, donde vivió por muy largo tiempo y donde lo visitó por última vez hará unos tres años, disfrutando de hospitalidad que luego terminó como el Rosario de Amozoc.
Resulta que mi alumna y colaboradora Moro (nombre de pluma), le mostró en esa ocasión unas fotografías en las que ella aparece vestida de Reina Mariana, disfraz ingeniosamente gironellesco con el que obtuvo el primer premio en el renovado baile de San Carlos (se lo otorgó el rector José Sarukhán).
Al cabo de horas ella rehusó respetuosamente pernoctar con Gironella y ardió Troya. Yo me llevé parte de los insultos, pero no todos. La primera versión gironellesca de la Reina Mariana es de 1959, pero ya antes él era adorador del Siglo de Oro español, de la tauromaquia, de la literatura de todos los tiempos, de Nietszche (le brinda uno de los varios homenajes que le hizo en Sanda como Carmen y eso lo configuró no sólo atendiendo a la filosofía visionaria, sino porque a Nietszche y curiosamente a Freud, también, le encantaba la ópera de Bizet con todo y el amor-odio por Wagner).
Gironella, quien escribía poesía de joven, fue universal, surrealista, bebedor empedernido, antologista de poetas y escritores; arrojado, soberbio, inconsecuente, imprevisor, arbitrario, generoso con los artistas jóvenes; misógino, arrebatado por actrices y vedetes famosas (la postrer creo que fue Madonna) a las que representó en sus cuadros. Es el primer ensamblador en México que hizo del retablo tradicional un medio conceptual, además fue excelente ilustrador y grabador, y pintor de mano privilegiada en sus mejores momentos. Descanse por fin en paz. Su ciclo se cumplió con creces. El así lo quiso, y en su obra se ve.