ASTILLERO Ť Julio Hernández López
No se necesita una bola de cristal para darse cuenta de que en el Partido de la Revolución Democrática hay un segmento dominante que está dispuesto a apoyar la alianza electoral con el PAN sólo si Cuauhtémoc Cárdenas es el candidato.
Y, ya que los datos que han arrojado diversas encuestas de opinión, más o menos confiables, muestran que Cárdenas no está en el mejor momento de su popularidad, entonces ese segmento dominante está dispuesto de manera enérgica a establecer como condición para la señalada alianza opositora el que el candidato surja de una elección primaria abierta y no de alguna otra variable como proponen los panistas.
Al impulsar el fijamiento de tal condición (las elecciones primarias) se estaría cerrando casi de manera insalvable la posibilidad unitaria (ciertamente hay posibilidades de interpretación, como las que Amalia García comentó ayer a Luis Felipe Bravo Mena, pero el hecho político importante es la renuencia a elegir por vía distinta a las primarias).
Un asunto de honor
En el fondo de todo está, además de la percepción perredista de que su candidato estaría en mala posición electoral respecto al panista Vicente Fox, una especie de asunto de honor: el panismo considera que es difícil realizar elecciones primarias sin que metan las manos fuerzas priístas, y de los propios presuntos aliados opositores, deseosos de adulterar resultados. Por su parte, el perredismo jura y perjura que es viable organizar esas elecciones primarias y que los riesgos de fraudes internos son conjurables.
Ambas posturas, para desgracia de quienes esperan con ilusión la posibilidad de una propuesta opositora única, que arranque al PRI el poder presidencial, tienen buena dosis de razón.
Tienen fundamento las dudas del partido blanquiazul respecto a las posibilidades de hacer una elección primaria confiable, que deje satisfechos a todos los participantes y que haga al perdedor asumir los resultados y apoyar de manera genuina al triunfador.
Para empezar, son distintas las categorías que cada partido maneja: mientras el PAN es una organización de cuadros, orgullosa del carácter selectivo de su militancia, el PRD tiene una concepción de masas, con frecuencia teñida por características corporativas, como sucede con diversos movimientos gestionarios de carácter urbano.
Experiencias negativas
Por lo demás, no hay ninguna experiencia partidista de elecciones abiertas internas que haya sido exitosa hasta ahora. El PRI ha mostrado con especial esmero los riesgos del mapachaje interno: con el dinero sacado del erario por los gobernadores se han impulsado varios herederos que han dejado en el camino a sus contrincantes no oficialistas; en otros casos, los problemas han creado precisamente las rupturas de las que se ha valido en varias ocasiones el PRD para postular a los inconformes y ganar gubernaturas.
Por su parte, el PRD ha hecho su propia aportación a la desconfianza en los comicios internos abiertos. Recién acaba de emerger Amalia García como dirigente del partido del sol azteca luego de dos elecciones impugnadas en diversa medida: la primera, en la que compitió principalmente contra Jesús Ortega, provocó tales disturbios internos que los órganos de calificación electoral decidieron anular tales comicios y convocar a una segunda edición que, a pesar de contar con menos impugnaciones (y de menor gravedad), continuaron con la generación de inconformidades, rupturas y desajustes internos.
El factor PRI-gobierno
Es fácil agregar a la lista de riesgos naturales el interés obvio que tendrían otros actores políticos gubernamentales y priístas para provocar desaseo, encono, desconfianza y rupturas en un proceso abierto en el que el PAN y el PRD elegirían a un candidato presidencial que por primera vez tendría una perspectiva seria de sacar del poder al partido tricolor.
Sin embargo, la propuesta panista de realizar la selección del abanderado presidencial mediante una encuesta representativa tampoco goza de especial respeto en el ámbito cupular perredista. Se estima, con fundadas razones, que tendría insuficiente legitimidad un candidato surgido de un proceso parcial, y que, al igual que en las elecciones abiertas, se corren riesgos de manipulaciones que llevarían a desconocer como válidos los resultados.
Uno de los puntos centrales de la desconfianza se refiere al universo de ciudadanos que, encuestados, definirían al candidato opositor único. Se estima que la cultura de las encuestas de opinión aún no está tan arraigada entre los mexicanos y que una serie de circunstancias podría influir para que una decisión trascendente se tomara en un marco coyuntural y acaso pasajero.
Lo cierto, por lo pronto, es que en el ámbito panista hay una actitud de absoluta confianza respecto al triunfo de Fox en cualesquier modalidad de encuesta de opinión que se acordara con el PRD, mientras en este partido se han expresado con claridad voces directivas desanimantes. En su propio discurso de toma de posesión, Amalia García incluyó un párrafo altamente significativo, pues después de encomiar el proceso unitario, advirtió que aun cuando éste no se realizara con el PAN, podría haber una alianza de centro izquierda abierta a partidos, organizaciones y ciudadanos deseosos de impulsar una opción presidencial.
En el fondo de la postura perredista están los problemas internos que parecen interminables. Porfirio Muñoz Ledo avanza en su proceso de desprendimiento del PRD, pero además de esa renuncia anunciada continúan las turbulencias internas derivadas del reciente proceso de elección de directiva nacional.
En ese marco, se desvanecen las posibilidades reales de la alianza electoral PAN-PRD. Lo más seguro es que Cárdenas y Fox vayan cada cual por su lado.
El agua envenenada
Es imposible dejar de lado la preocupación que genera el creciente enfrentamiento declarativo entre Francisco Labastida Ochoa y Roberto Madrazo, pues tal espiral refleja el ánimo prevaleciente entre las dos fuerzas que están tras tales candidatos (el zedillismo en el caso del sinaloense; el hankismo-salinismo en el del tabasqueño) y muestra con claridad el ambiente envenenado en el que se está desarrollando el proceso interno de elección priísta de candidato presidencial.
Por otra parte, el choque (hasta ahora oratorio) de trenes oficiales, demuestra también que esas fuerzas superiores en pugna están entrando en un terreno riesgoso de confrontación, que hace difícil avizorar una salida política civilizada, incruenta, al conflicto en curso.
Del lado salinista es sabido el conjunto de sentimientos negativos que le animan en la actual lucha priísta por el poder, y en esa medida son de esperarse maniobras y acciones que podrían rayar en lo absolutamente insano. Del lado zedillista, a su vez, va quedando claro que su postura inicial de presunto apoyo a una contienda democrática en el interior del PRI ha ido cambiando aceleradamente hacia una plena defensa de sus intereses de grupo representados en este caso por Labastida Ochoa y por el sustituto designado, Esteban Moctezuma Barragán.
Astillas: Apenas va despuntando el proceso electoral priísta y ya son varios los expedientes que Fernando Gutiérrez Barrios debe desahogar adecuadamente antes que se conviertan en demostración de que la comisión que preside es meramente decorativa. Las acusaciones de Roberto Madrazo respecto al uso de recursos públicos chiapanecos para la precampaña de Francisco Labastida, y la reticencia del tabasqueño de retirar su propaganda del madrazo contra el dedazo, son dos ejemplos dañinos para el prestigio concertador, y ejecutor, del veracruzano.
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