En Historia de un secuestro, Gabriel García Márquez dice que nada afecta más a una sociedad que el dinero obtenido fácilmente. Se refiere a los ríos de dinero proveniente del narcotráfico y que incide lo mismo en la política, la administración pública, el sector privado, la Iglesia o los cuerpos de seguridad. Ni siquiera escapa la esposa del responsable por parte de Estados Unidos de las actividades militares y las operaciones antinarcóticos en Colombia.
Nadie duda de la necesidad de acabar y controlar selectivamente las siembras, bloquear la producción y exportación de cocaína y otros estupefacientes. En esa tarea, la comunidad internacional ha hecho estudios y firmado acuerdos. Pero lo que no disminuye es el número de consumidores. Estados Unidos, por ejemplo, cuenta con más de 6 millones de usuarios regulares de cocaína y sus derivados. Si en 1980 un gramo puro de esa sustancia valía allí 329 dólares, hoy se obtiene en 169.
Y en el mercado, ya ''cortada'', bajó de 191 a 44 dólares. Igual pasa con la heroína. Ello ocasiona a nuestro socio comercial gastos multimillonarios por parte de los demandantes, en combatir los delitos contra la salud y en la rehabilitación y educación de los consumidores. También en Europa, destacadamente en España, Alemania y Holanda, crece el número de adictos y los problemas. En Asia, los consumidores de heroína suman ya 60 millones mientras el hachis lo demandan en Medio Oriente más de 25 millones. Ni las estrictas leyes islámicas han podido detener su comercio y consumo. México no es la excepción y el número de adictos de cocaína ha crecido los últimos años en forma importante.
Mientras, las ganancias del comercio de estupefacientes quedan en poderosos grupos: en Perú, Bolivia y Colombia, de cada peso que mueve el narco, apenas 7 centavos van a los campesinos e indígenas cultivadores y a los que protegen las siembras y sacan las cosechas. En Colombia decenas de congresistas, políticos, ministros y otros funcionarios de alto rango, cantantes, reinas de belleza, directivos y jugadores de futbol, han ido a la cárcel por sus nexos con los barones de la droga. Pero el dinero fácil de que habla García Márquez sigue deteriorando el ambiente social, político y económico. Las figuras destacadas de los cárteles de Medellín y Cali, que fueron muertos o están en la cárcel, son reemplazadas por nuevos protagonistas, que ya no hacen tanta ostentación de su riqueza ni aspiran a hacer política activa.
También la siembra de cultivos ilícitos afecta los recursos naturales. Por ejemplo en la zona andina, donde se concentra una parte clave de la biodiversidad del mundo. Los procesos de abrir nuevas tierras a cultivos ilícitos arrasan cada año con más de 300 mil hectáreas en Bolivia, Perú, Colombia y Ecuador. Agréguense los daños ambientales por el combate de siembras con productos químicos, y los residuos de las sustancias utilizadas en el procesamiento de coca que van a dar a los ríos. Existen pocos estudios de campo para medir esos efectos en la salud pública, pero no hay duda de que son graves.
En fin, luego de varios años de luchar contra el poder del narco, la fórmula de actuar en los dos polos del problema (en las economías campesinas pobres de los países productores y en los millones de consumidores) no está dando los frutos esperados. Así lo comprobó el general McCaffrey, el zar antidrogas estadunidense, en su reciente visita a Sudamérica. Al respecto, el presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia, Fernando Devis, apuntó otra arista del asunto: los países productores gastan sumas importantes de sus mermados presupuestos en combatir la siembra de estupefacientes, mientras los países consumidores ni siquiera controlan el contrabando de mercancías, de armas y de productos químicos utilizados para procesar cocaína y heroína, todo lo cual se adquiere con dinero del narco. Agregó no entender cómo un campesino que cultiva hoja de coca para sobrevivir pueda ser señalado como el victimario de un ejecutivo de Nueva York que consume cocaína. Mas, como en otros asuntos donde imponen su ley los grandes centros de poder y decisión, la madeja se revienta por la parte más delgada.