La universidad y la industria maquiladora en México
Otra cara de la gratuidad
Victoriano Garza Almanza
Cuando la guerra de Vietnam emergió como un escenario de riesgo para los corporativos estadunidenses en Asia durante los 60, paralelamente surgía un nuevo panorama de desarrollo industrial en el norte de México. La desaparición del Programa Bracero y el desempleo de miles de jornaleros dio lugar a la creación de iniciativas progresistas por parte del gobierno federal, una de las cuales fue la apertura a la industria extranjera de manufactura o maquiladora.
De 1966, año en que se asienta en Ciudad Juárez, Chihuahua, la primera maquiladora, hasta 1999, el camino ha sido tortuoso. Uno de los elementos que caracterizaron el inicio fue la desconfianza de los inversionistas hacia la capacidad del mexicano; por tal motivo, por cada planta que ponían en México levantaban otra similar en Estados Unidos; eso les permitía comparar el desempeño de los greasers con el estándar de allá. Este modelo se denominó twin plants. Con el tiempo advirtieron lo innecesario del esquema y la idea fue abandonada.
A partir de las negociaciones y consecuente aprobación del TLC, la maquiladora incrementó sus operaciones en México ųmostrando unos entendibles altibajos entre 1994-1996ų, hasta casi sextuplicar en la actualidad el número de plantas que había en 1990.
La maquiladora ha traído enormes beneficios para el país ųde hecho, la situación de México no es tan crítica como la de otras naciones latinoamericanas por ese factorų, pero también grandes inconvenientes: ha acarreado contaminación, migración sur-norte y campo-ciudad, miseria periurbana, crecimiento acelerado del norte, desabasto de servicios públicos, fraudes contra hospitales por falta de instancias legales o cortes internacionales que reciban demandas contra las maquiladoras y los crímenes contra más de 175 mujeres en Ciudad Juárez.
Educación y maquila
Los resquemores de los corporativos contra el mexicano menguaron: el obrero nacional es garantía de calidad internacional. Ahora ven otras necesidades de sus empleados, y cada vez ofrecen mayores prestaciones por su trabajo y lealtad. La educación ha tomado importancia: los trabajadores capacitados hacen la diferencia en los sitios de trabajo.
Comenzaron por ofrecer oportunidades para que terminaran primaria, secundaria o preparatoria técnica. Con tal propósito establecieron acuerdos con escuelas y centros técnicos como Conalep y Cebetis.
Al principio, el atractivo que los inversionistas encontraron fue la abundancia de mano de obra barata ųla cual no sólo existe en Méxicoų y su vecindad con Estados Unidos. Después, otro factor ųinexistente en muchas nacionesų apuntaló el incremento de las maquiladoras: la presencia en el mercado laboral de miles de profesionistas universitarios, resultado de la sobreproducción de las universidades mexicanas.
Maquila y universidad
Muchas de las universidades y tecnológicos que actualmente existen en ciudades fronterizas fueron diseñados ųo reorientaron sus programas educativosų para abastecer de profesionistas a la industria maquiladora. Con el tiempo, por la demanda de personal con estudios superiores, las maquilas se colmaron de pasantes y estudiantes que dejaron a medio término la universidad.
La oportunidad y la buena paga eran suficiente excusa para dejar inconclusa una carrera. Conforme el advenimiento de nueva tecnología, las maquiladoras no descuidaron la capacitación del personal; sin embargo, la educación de esa gente ya era insuficiente: no sólo se requería su titulación, sino que accedieran a programas de posgrado.
En respuesta a esa necesidad, universidades y tecnológicos crearon programas de maestrías nocturnas para estudiantes de tiempo parcial, para producir especialistas y no científicos. La demanda rebasó la oferta de las universidades locales, por lo que, con las nuevas técnicas de educación vía Internet, empresas como Delphi crearon sus propias universidades virtuales intramuros.
Según las necesidades de la empresa, un grupo de expertos del corporativo decide cuál será la currícula de la maestría; entonces se convoca a universidades y tecnológicos para que hagan pasarela y muestren sus mejores profesores y equipos de sistemas, así como capacidad de llevar la educación a esos nuevos claustros.
Instituciones como el Poli-técnico, la UNAM, el Tecnológico de Saltillo, entre otros, han entrado a ese nuevo concepto de universidad, donde los estudiantes no hacen examen de admisión, pero sus empleadores pagan bien por su educación.
Está claro que la acumulación de cursos o la obtención de la maestría por técnicos y administradores significan mayor salario o bonos. Muchos profesionistas han crecido así con las empresas, pero si quedan desempleados podrán estar inhabilitados para trabajar en otras, pues están hechos a la medida de la maquila nodriza. Una especie de concepto huxleyano. Así, todos ganan: la empresa, el empleado y la universidad. Todo queda como en familia.
La maquila ya no sólo exporta sus productos terminados sino que, a menudo, sus mejores ingenieros son enviados a Sudamérica y Asia para fundar esquemas operativos o hacerse cargo de nuevas plantas.
Hay empresas, como Surgikos de Johnson & Johnson, que jactanciosamente llaman a su programa de capacitación "Universidad Surgikos".
La formación de cuadros de profesionales para la maquila es otra cara de la llamada educación gratuita. ƑGratuita para quién? ƑY si el país se llena de maquiladoras, como está sucediendo, así como abandonamos el campo dejaremos los centros de investigación para generar profesionistas en pro de una maquila mexicana? Dentro de esa superespecialización, el individuo sale de la universidad técnicamente adiestrado, pero sin bagaje cultural.
Actualmente, enrolarse profesionalmente en la maquiladora tiene sus asegunes; si un senecto como yo, mayor de 40 años y con un doctorado, pero sin experiencia en la iniciativa privada, se acerca a pedir trabajo: o miente en su edad y en su título ųse los debe quitarų o se queda sin empleo.
Colofón: "Los intereses de la universidad moderna no son los de la propiedad privada sino los del bien público...": Pedro Henríquez Ureña, 1915.
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