"Entusiasta y osada ha de ser la ju ventud. Sin entusiasmo no se sirve a hermosos ideales; sin osadía no se acometen honrosas empresas. Un joven escéptico está muerto en vida, para sí mismo y para la sociedad. Un entusiasta, expuesto a equivocarse, es preferible a un indeciso que no se equivoca nunca. El primero puede acertar; el segundo, jamás".
José Ingenieros
Nos encontramos ante uno de los más difíciles momentos de la historia de la UNAM. Es indudable que la responsabilidad mayor de lo que ha ocurrido recae en el sector. Su propuesta de reforma al reglamento de pagos de la UNAM se hizo en circunstancias claramente adversas; las razones ya las han expuesto numerosos analistas. Sin duda, se actuó con insensibilidad social y con torpeza política.
Surgió entonces un movimiento estudiantil con la participación de cientos de jóvenes que creyeron generosamente que así preservarían al sistema educativo.
Desde entonces han pasado más de tres meses, costosos para el país en varios aspectos. Muchos estudiantes fueron rebasados poco a poco por el discurso más radical. Entre quienes lo emplean hay idealistas y también personas con más que sobradas razones para estar resentidos con la sociedad; pero además hay provocadores, pagados posiblemente, por algún sector del gobierno federal.
Dice Alberto Barajas, universitario apasionado, que nunca en la historia de la UNAM ha prendido un movimiento si no existen razones en el entorno social o en la propia casa de estudios para que así ocurra. Y dice también que cuando los hay, los adultos deben afinar el oído para entender qué es lo que los jóvenes quieren decir. Afinemos pues, el oído.
En México la mayoría de la población está constituida por jóvenes. Para casi todos ellos no existen verdaderas perspectivas de desarrollo ni individual ni colectivo. Sin embargo, se actúa sin tomarlos en cuenta, como si no hubiera futuro; no se conocen planes serios respecto del destino de estas generaciones. No hay un proyecto de nación justo e incluyente.
Estas son las razones de más peso detrás del movimiento estudiantil. Los jóvenes reclaman sus derechos, y es nuestra responsabilidad como adultos abrirles paso. A quienes con irritación los rechazan, se les podría decir en todo caso que si no creemos en ellos, no creemos en nosotros mismos, pues son nuestros hijos o nuestros alumnos, y corresponden al mundo que les forjamos.
Pero más allá de la responsabilidad de ciertas autoridades universitarias que actúan no como maestros, pues prefieren vencer antes que convencer, los estudiantes tienen también una seria responsabilidad. A ellos me dirijo.
Es indudable que su movimiento ha tenido logros importantes. Los maestros e investigadores han visto con claridad que son muchos los aspectos de la vida universitaria que hay que analizar y que la reforma al reglamento de pagos era apenas uno de los aspectos de la transformación integral que se pretende hacer en la universidad. Son numerosos los que decidieron no dar clases durante este paro, y se han constituido grupos permanentes de análisis. También es cierto que se han eliminado las nuevas cuotas como obligatorias.
En este contexto ha surgido un planteamiento serio por parte de ocho profesores eméritos, que han hecho un importante esfuerzo de tolerancia y democracia para, a pesar de tener posiciones ideológicas diversas, presentar un documento común. Un ejemplo de que se puede dialogar y llegar a acuerdos sin que los actores se traicionen a sí mismos.
Respetuosamente pido a los estudiantes que participan aún en el movimiento que consideren los graves peligros que se avecinan si no se dialoga, cuando parece claro que tanto el gobierno federal, como un sector de las autoridades universitarias, están empecinados en su ajedrez político por encima del bien de la nación, y buscan doblegar este movimiento alargando el conflicto, y descalificando, además, todas las voces que expresen divergencias o salidas razonables. Así lo demuestra que, ante la propuesta de los eméritos, la rectoría insistió en no detener los trámites de inscripción y en anunciar la vuelta a clases el dieciséis de agosto.
Si se cierran, los mismos jóvenes que buscaron el bien para la universidad y para el sistema educativo en su conjunto compartirían con la rectoría la responsabilidad histórica de haber auspiciado que puede establecerse una universidad como la que se percibe detrás de las reformas que se quieren imponer: con el bachillerato y la investigación segregados y con licenciaturas compactadas, tal como lo plantea la reforma al reglamento de estudios profesionales que ha hecho circular la rectoría. Tendríamos entonces, no una Universidad Nacional, sino la del Distrito Federal, tan empequeñecida y endeble que serían asociaciones como el Ceneval (Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior, AC), las que determinarían la calidad de sus estudiantes.
Sé que al entregarles un país incomparablemente más empobrecido que el que nos dejaron nuestros padres y con una corrupción que todo lo contamina, tienen razones más que suficientes para no creer en los adultos, pero en estos momentos en que aún tiene fuerza el movimiento, la mejor estrategia sería superar la desconfianza y aceptar como punto de partida propuestas viables, como la de los maestros eméritos, también unir fuerzas con los maestros que han estado y estarán con ustedes en la siguiente etapa, y abrir espacios para que vuelva a darse una participación amplia del estudiantado. En las actuales circunstancias del país y del mundo, se requiere que el sector universitario esté unido en el campus, y no disperso y debilitado.
De esta forma podría evitarse el desprestigio y el aislamiento de los paristas; el escepticismo de quienes en algún momento tuvieron esperanza y superaron su individualismo para sumarse a una causa, y la polarización de las posiciones al interior de la universidad con sus inevitables secuelas en el quehacer cotidiano. Sabremos entonces que la maniobra utilizada una y otra vez en decenas de movimientos sociales de radicalizar y cerrar toda salida habrá sido derrotada por la sensatez y la inteligencia.
Ustedes pueden aprender de la historia y triunfar con sus ideales en una nueva etapa de la lucha. De corazón se los digo. Ustedes tienen la palabra.