El actual movimiento estudiantil en la UNAM ha obtenido un triunfo importante, aunque por medios que, para decir lo menos, son muy controvertibles: el carácter gratuito de la educación pública superior en México está en debate, las ambigüedades que mantiene nuestra Constitución se han hecho evidentes y ha quedado claro que deben superarse de una vez y para muchos años. Se ha mostrado también la urgencia de revisar a fondo no sólo la estructura de la UNAM, sino todo el proyecto educativo del país. Pero para llevar adelante eso se requiere una muy amplia y profunda discusión, no sólo dentro de la universidad, sino en las esferas políticas y públicas del país.
Sin embargo, los logros del movimiento estudiantil ahora se están perdiendo por la insistencia de algunos sectores de volver este conflicto en un juego de suma cero, donde el resultado de lo que alguien gana es igual a lo que los demás jugadores pierden, por lo que la suma total de ganancias y de pérdidas es igual a cero. La buena política es la que entiende que las confrontaciones y los conflictos rara vez son así. En política difícilmente conviene que haya un único ganador que obtiene todo, haciendo que las otras partes pierdan todo. Buscar eso a toda costa generalmente es mala política. Es como obligar a la gallina de los huevos de oro a trabajar hasta la muerte. Es un caso paradigmático de irracionalidad.
En el conflicto de la UNAM algunos sectores insisten en ganar todo, a costa de que las demás partes pierdan absolutamente todo. A la larga, será la UNAM la absoluta perdedora, y por consiguiente el país. Esa no es buena política.
Aunque ya es tarde, más vale levantar el paro ahora. Lo que fue un triunfo importante desde hace semanas está disolviéndose en penosas pérdidas. Muchos sectores de la UNAM y de la sociedad que saludaron el ejercicio de la crítica por parte del movimiento estudiantil, aunque discreparan sobre sus procedimientos, ahora miran con desconfianza --o franca hostilidad-- a aquéllos que están demostrando que después de todo carecen de capacidad crítica y que más bien asumen una actitud de intolerancia. En poco tiempo más ya nadie querrá una discusión seria de los problemas de fondo de la UNAM y de la educación superior. Todo mundo querrá un retorno a la normalidad al precio que sea. Entonces todos habrán perdido todo.
La propuesta de los ocho profesores eméritos ofrece las condiciones más razonables en este momento para el levantamiento de la huelga. Todavía es tiempo de que el CGH reconsidere su posición y acepte esta propuesta, con lo cual ellos y las autoridades quedarían comprometidos a promover una discusión en torno a los problemas fundamentales de la UNAM (gobierno, financiamiento, etcétera), donde participe toda la comunidad universitaria. Esta es una condición indispensable para cualquier reforma viable en la UNAM. Sería intolerable un cambio en ella sin la participación de uno de sus pilares fundamentales: los académicos.
Si las autoridades y el CGH aceptan la propuesta, nadie ganará todo lo que quiere. Pero el CGH ganaría algo muy importante: preservar su triunfo. Las autoridades, por su parte, encontrarían una salida al conflicto, y tendrían la oportunidad de demostrar que, de buena fe, están dispuestas a llevar adelante, junto con toda la comunidad, el proyecto de transformaciones institucionales que la UNAM requiere.
Quienes estamos convencidos que el país necesita mantener a la UNAM como lo que es, una de sus instituciones académicas del más alto nivel, tendremos que seguir dando la batalla cotidianamente no sólo para preservar las medidas que a lo largo de muchos años y con mucho esfuerzo han permitido eso, sino para mejorarlas y garantizar la continua superación académica de la UNAM, al mismo tiempo que la preservación del principio de que la universidad pública debe estar abierta a todo aquel con capacidad y disposición para los estudios superiores, sea cual sea su condición social y económica.
Levantar la huelga, ya, no es sólo el movimiento más inteligente que puede hacer el CGH, es también un imperativo ético, pues quienes defienden la continuación del paro también están actuando inmoralmente, porque impiden que los demás universitarios ejerzan su autonomía personal participando en los debates y expresando su punto de vista.
La discusión amplia y participativa es la etapa que sigue en el esfuerzo por transformar a la UNAM y al sistema educativo del país. Es un error político no dar ese paso y aferrarse a una situación que ya caducó hace meses. Es urgente que el CGH tome la decisión más inteligente: el levantamiento de la huelga ya, a cambio de la suspensión de los puntos controvertidos del reglamento de pagos, de la anulación de toda posible sanción a quienes participaron en el paro, de la recuperación del semestre, y de la realización de su verdadero triunfo: los espacios de discusión que conduzcan a reformas efectivas en la UNAM.