* Se cumple un cuarto de siglo de su muerte ocurrida en Tel Aviv
Rosario Castellanos, metáfora en la que no hay sollozo, sólo silencio atroz
* Chiapas fue una tierra que despertó en la escritora el amor por las raíces indígenas
Mónica Mateos * ''ƑQué se hace a la hora de morir?, Ƒse vuelve la cara a la pared?, Ƒse agarra por los hombros al que está cerca y oye?, Ƒse echa uno a correr, como el que tiene las ropas incendiadas, para alcanzar el fin? ƑCuál es el rito de esta ceremonia?, Ƒquién vela la agonía?, Ƒquién estira la sábana?, Ƒquién aparta el espejo sin empañar?"
Rosario Castellanos siempre tuvo respuestas a sus propias preguntas, porque poesía sí era ella y así fue su muerte, hace 25 años: una metáfora incrédula donde ''ya no hay sollozo. Nada más que un silencio atroz. Porque lo que sucede no es verdad".
Rosario Castellanos Figueroa nació en la ciudad de México, en mayo de 1925 y murió en Tel Aviv, Israel, el 7 de agosto de 1974. Su infancia y parte de su adolescencia las vivió en Comitán y en San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, tierra que la hizo amar sus raíces indígenas.
Al Distrito Federal volvió en 1950, donde se graduó como maestra en filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Así se integró con dinamismo al exquisito arte de ser una mujer de letras: partió a Madrid, España, a realizar estudios de estética y cuando regresó de Europa impartió cursos acerca del humor en su alma mater, en la Universidad Motolinia, en la Facultad de Leyes de Chiapas, en la Universidad Iberoamericana y en las universidades estadunidenses de Wisconsin e Indiana.
La palabra es el arca de la memoria
Castellanos volvió a Chiapas como promotora cultural del Instituto Chiapaneco de la Cultura y del Instituto Nacional Indigenista, fue directora de un grupo de teatro tzeltal-tzotzil. Luego se encargó del área de información y prensa de la UNAM, fungió como secretaria del PEN Club (asociación de escritores a nivel mundial, con sede en París) y fue designada embajadora de México en Israel.
Hasta aquí con la serie de actividades públicas que, aunque no lo parezca, le dejaban a Rosario tiempo para escribir. Su primera publicación fue en 1948, el poemario Trayectoria del polvo. Al respecto, la autora comentó en una entrevista con Emmanuel Carballo: ''A partir de 1940 comencé a escribir poemas. Mis primeras influencias fueron las más fáciles de adquirir, ya que mi formación literaria era muy deficiente. En 1948 encontré un libro revelador: la antología Laurel. Ahí leí Muerte sin fin, de José Gorostiza, que me produjo una conmoción de la que no me he repuesto nunca. Bajo su estímulo inmediato, aunque como influjo no se note, escribí en una semana Trayectoria del polvo. Es una especie de resumen de mis conocimientos sobre la vida, sobre mí misma y sobre los demás. Supuse que la mejor manera de expresarme era el poema largo, de gran aliento, aunque yo no lo tuviera".
De aquel poemario es la frase ''hoy es en mí la muerte muy pequeña y grande la esperanza". Así se gestó Balún Canán, su primera novela, publicada en 1957. En el ámbito cultural internacional dicha obra tuvo como precedente una gran sombra masculina: apenas tres años antes de su publicación, el Nobel de Literatura se otorgó al mejor exponente del estilo del hombre solo y aventurero, al estadunidense Ernest Hemingway. Eran tiempos en los que la literatura seguía coronada por lo masculino.
La autora de Balún Canán convive en México con la presencia de David Alfaro Siqueiros, pintor que decía que no existe arte sin contenido ideológico, también con la noticia de que el presidente Adolfo Ruiz Cortines concedió el derecho de votar a la mujer; y con la puesta en circulación, en 1960, de la píldora anticonceptiva.
Castellanos se crió con una indígena tzeltal, la nana Rufina, de quien aprendió su idioma y retomó simbólicamente este párrafo en Balún Canán: ''ų...Y entonces, coléricos, nos desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es el arca de la memoria..."
En 1962 aparece su segunda novela, Oficio de tinieblas, que se sumó a la competencia internacional, con lo mejor de la literatura soviética de Mayakowski, Pasternak y Solyenitsin. Luego se inició en el cuento y el ensayo con Ciudad Real, Los convidados de agosto, Album de familia y Mujer que sabe latín, donde reflexionó sobre la condición femenina y escribió: ''El amor no es consuelo, sentenciaba Simone Weil. Y añadía lo terrible: es luz. Esa luz de la que el alma se retrae para no ver iluminados sus abismos, que claman para que nos precipitemos en ellos, que han de aniquilarnos, y después... La promesa no es clara".
Su obra la hizo merecer los premios Chiapas 1958, por Balún Canán; Villaurrutia, por Ciudad Real; en 1962 Oficio... obtuvo el Sor Juana Inés de la Cruz; después recibió el Carlos Trouyet de Letras en 1967, y el Elías Sourasky de Letras en 1972.
Hasta 1974 había publicado 23 libros: 11 de poesía, tres de cuentos, cuatro de ensayos y crítica literaria, una obra de teatro (El eterno femenino) y un volumen que reúne sus artículos periodísticos en Excélsior.
Cuando murió en Tel Aviv, siendo embajadora, se iniciaban en el mundo los programas de control natal, con la carga que ello significó para los derechos de la mujer. Al año siguiente, ya sin su presencia, se celebró el Año Internacional de la Mujer, iniciativa que defendió y no vio culminada.