Maestro en la Facultad de Filosofía y Letras, universitario ilustre desde que en su juventud participara en las reflexiones sobre el ser del mexicano, al lado de los miembros más distinguidos del grupo Hiperión --Emilio Uranga, Jorge Portilla, Ricardo Guerra, Francisco López Cámara, Elí de Gortari, Sergio Avilés (no olvidar su novela El tiempo muerto en el tiempo), entre otros-, y autor de obras ya clásicas en materias tan importantes como la Independencia y el indigenismo (El proceso ideológico de la Revolución de Independencia, 1953; y Los grandes momentos del indigenismo en México, 1959), en los que se muestra sereno y en ocasiones angustiado por los grandes problemas nacionales (algo semejante dolía en la conciencia de Andrés Molina Enríquez cuando redactó su libro sobre el campo mexicano). Las vinculaciones de Villoro con la renaciente cultura del zapatismo en Chiapas y su estudio sobre el enhebramiento del poder político y la moral, en su último texto, reproduce en nuestra patria la actitud de Jean Paul Sartre, cuando en 1958 lanzó sus tremendas denuncias y protestas contra el gobierno francés, por las matanzas que los paracaidistas castrenses causaban entre las masas argelinas, en un intento vano por frenar su liberación. Una filosofía que en sí misma establece sus deberes para con el hombre, es una filosofía verdadera, marginal a la pura razón razonante y comprometida con los destinos superiores de la humanidad. Estos fueron los ejemplos que nos legaron Platón, en La República, y Marx y Engels, en El Manifiesto Comunista. Nadie puede negarle galardón semejante al filósofo mexicano Luis Villoro.
Ante las tribulaciones de la universidad, Villoro ha hecho señalamientos que debieran ser cuidadosamente atendidos por los huelguistas y autoridades. En mesa redonda organizada en la UAM Azcapotzalco, en la que participamos juntos, Villoro acotó la sustancia del problema universitario: ante los hechos que la agitan, la comunidad debe hacerse una interrogación central, ¿qué tipo o clase de universidad desean edificar pueblo y universitarios, a fin de que cumpla sus propósitos científicos y humanistas?; y en este marco Villoro colaboró en la propuesta de los ocho, comentada en mi anterior artículo de La Jornada. La propuesta ofrece una solución impecable a las exigencias estudiantiles; por una parte satisface la demanda de gratuidad, al plantear la suspensión de pagos previstos en los reglamentos respectivos; y por la otra, satisface igualmente la exigencia de democracia al proponer el debate sobre las cuestiones académicas y administrativas sancionadas con anterioridad y que se estiman acordadas sin audiencia de la comunidad. Gratuidad y democracia son las banderas izadas por los ocho catedráticos eméritos, y sus connotaciones se ven ahora ampliadas por Luis Villoro en la entrevista que le hizo Francisco Ortiz Pardo (Proceso, núm. 1187), en la que haciendo a un lado imputaciones de culpabilidad a huelguistas o autoridades, reafirma su convicción sobre la necesidad de implantar en la universidad reformas que impidan la repetición de ``un conflicto tan absurdo como el que estamos pasando'', y propone, entre otras, la descentralización de la institución, aprovechando los ejemplos de la Sorbona y de la Universidad de California, cuyos múltiples centros educativos abren sus puertas a quienes satisfacen los requisitos de ingreso, y aun a quienes careciendo de estos requisitos desean ampliar y profundizar su saber personal. Junto a la Universidad de Berckeley, en el norte de San Francisco, se ofrecen cursos de extensión universitaria, en esta ciudad, a quienes carecen del currículum preliminar, en aulas de ciencias, filosofía, historia y artes. Si esto ocurre en el extranjero, con más razón debería suceder en México. Las redes universitarias en todos sus niveles y formas tendrán que ofrecerse a todo mexicano que tenga oídos y quiera oír las palabras del Espíritu. Lo que Villoro asevera en la mencionada entrevista es intachable para todos los universitarios de buena o mala voluntad si le adicionamos un punto capital: la demanda al gobierno para que cumpla con la obligación del Estado de proporcionar a la universidad los recursos materiales que le son indispensables. Este punto es tan importante como el primero, porque su incumplimiento causa es en buena parte de los agobios de nuestra Universidad Nacional Autónoma de México. Irresponsabilidad gubernamental y desconfianza de la juventud a la autoridad, son elementos sustantivos en el conflicto universitario.