Víctor M. Godínez
El factor estadunidense

La coyuntura económica internacional otra vez está cambiando de signo para México. Los efectos benignos de la excepcional expansión estadunidense podrían empezar a disminuir para nosotros en los próximos meses, hasta tornarse en nuevos factores de restricción. Paradójicamente, estos cambios se vinculan con la mejoría del ambiente económico en otras regiones, como Europa y Asía Pacífico. Las perspectivas de un crecimiento mayor al esperado en Alemania (que representa una tercera parte del producto europeo) y los indicios de que la caída de la producción industrial de los países asiáticos ya tocó fondo y empieza a revertirse, configuran un escenario que obligará a Estados Unidos a moderar drásticamente su crecimiento y probablemente a incrementar de manera significativa sus tasas de interés.

El ambiente económico estadunidense está relativamente dominado por preocupaciones sobre las tendencias del sector externo. El valor del déficit comercial, que en mayo llegó a 21 mil 400 millones de dólares, estableció una nueva marca, y su nivel relativo ya equivale a 2.5 por ciento del PNB. Según el economista en jefe de Morgan Stanley, el desequilibrio comercial aparece como el lado oscuro de una expansión que hasta ahora ha sido espectacular. Es muy significativo, por otra parte, que en sus más recientes intervenciones públicas el jefe de la Reserva Federal adjudique escasa relevancia a las consideraciones de orden global y que sus señalamientos se dirijan de manera reiterada hacia lo que califica como la ``confluencia de rasgos indeseables'' en la economía local, a saber: un mayor crecimiento de la demanda que de la productividad, un mercado laboral cada vez más rígido y una caída del ahorro privado. Muchos observadores dan por descontado que la FED está ya preparada para administrar aumentos sucesivos de las tasas de interés, a fin de orientar el rumbo de la economía hacia un menor crecimiento e impedir que los desequilibrios se tornen incontrolables.

No debe olvidarse que una parte sustantiva de la expansión estadunidense fue financiada hasta ahora con recursos de los inversionistas foráneos. El deterioro de las perspectivas económicas en el resto del mundo significó para Estados Unidos la transferencia de cuantiosos recursos financieros que no estaban siendo invertidos en otros países. Ahora que el deterioro continuo de las naciones asiáticas parece haberse detenido y que la economía europea se reanima, la posibilidad de que esos recursos regresen a sus mercados de origen empieza a plantearse seriamente. Con un déficit comercial de las dimensiones del que tienen los estadunidenses, se entiende que esta sola posibilidad sea preocupante. Su financiamiento requiere captar en los mercados internacionales, por cada día hábil de la semana, recursos equivalentes a mil millones de dólares. Salvo que ocurriera algo que hoy parece inconcebible (es decir, imprimir dólares), la única manera de asegurar ese financiamiento es incrementando las tasas de interés.

En los últimos dos años la economía de Estados Unidos creció a una tasa de 3.9 por ciento y en el presente año lo hará a un ritmo un tanto menor (3.6 por ciento). Para el bienio 2000-2001 se estima que crecerá a un promedio anual de 1.8 por ciento. Por consiguiente, todo indica que en el corto y mediano plazos la economía de este país combinará tasas de interés al alza con una intensidad de crecimiento que caerá a la mitad en relación con el ritmo de expansión que prevaleció en la segunda mitad de la presente década.

Para México lo anterior significa que, en el último año del actual gobierno y el primero del próximo, el factor económico estadunidense será poco favorable. Apenas cabe recordar que en ese país se coloca 86 por ciento de las exportaciones no petroleras y otro tanto de las petroleras, y que hoy, más que en cualquier otro momento desde principios de los años ochenta, la sensibilidad del conjunto de la economía es enorme frente a las pulsaciones del mercado internacional. Un menor crecimiento en Estados Unidos se traduce en una caída de la demanda externa para el sector exportador, que es la única actividad productiva dinámica en México.

Y en cuanto a la posibilidad de repunte de las tasas de interés estadunidenses, la experiencia de 1993 muestra sobradamente sus potenciales efectos perniciosos sobre nuestra economía. Y no solamente porque ello significaría una desviación de recursos financieros internos (y de los externos que dejarían de venir) hacia el mercado estadunidense, sino por el efecto de arrastre que inevitablemente se produciría sobre el costo interno del dinero. Cuesta trabajo imaginar lo que produciría tal escenario en una economía financieramente tan frágil como la mexicana, y en un momento de transición política como el que ya estamos comenzando.