Leonardo García Tsao
Como se perdió el oeste

¿Falta alguna serie televisiva de los 60 en convertirse en una película mala de los 90? Si bien ninguna de esas series --salvo Los vengadores-- era particularmente sofisticada, su versión hollywoodense las ha hecho ver en comparación como creaciones de Bergman. Fui un aficionado infantil a la serie The Wild Wild West (aquí se llamó Espías con espuelas, o algo así), un producto típico de la era jamesbondiana; su gimmick era introducir agentes secretos y sus gadgets al contexto del viejo Oeste, y enfrentarlos a villanos rebuscados. No era la gran cosa, pero la recuerdo entretenida. Un adjetivo que ni con el espíritu más benigno se podría aplicar a The Wild Wild West, la película (tímidamente titulada Las aventuras de Jim West, en castellano).

El director Barry Sonnenfeld ya había demostrado una buena mano para la comedia exagerada --las dos cintas de La Familia Addams, Get Shorty, Hombres de negro--, con una marcada tendencia al humor excéntrico. Pero aquí está trabajando en el vacío. A falta de una intriga comprensible, resumamos el asunto como los esfuerzos del héroe Jim West, ahora en versión morena (Will Smith) y su compañero/patiño Artemus Gordon (Kevin Kline), ambos alguaciles federales en la nómina del presidente Grant (Kline, disfrazado), por vencer al Dr. Arliss Loveless (Kenneth Branagh, en plan Capitán Garfio), un genio del mal que combatió del lado confederado y ahora busca vengarse.

Cuesta trabajo concebir que hubo por lo menos seis personas encargadas del argumento y el guión, y encima cobraron bien por sus pifias (¿no se podría demandar en la Profeco?). La estrategia consiste en alternar escenas de un humor cansino y anacrónico, con momentos de acción protagonizadas por pesadas máquinas de mecanismos muy elaborados, que no hacen nada de utilidad aparente (¿qué pensaba lograr Loveless con esa gran araña mecánica, fuera de marearse?).

Smith y Kline son actores de probada simpatía. Sin embargo, poco pueden ayudar a una catástrofe en la que se recurre una y otra vez a rancios chistes de doble sentido sexista, susceptibles de ruborizar de vergüenza al propio Chatanuga: o en la que ambos se ven obligados a disfrazarse de mujeres, o servir de relleno a sobrados despliegues de efectos especiales. En una escena, el villano ofrece entre sus planes la devolución a México de los territorios robados. Demasiado tarde. Mejor haría Hollywood en ofrecerle un papel decoroso a Salma Hayek, de seguro nuestra paisana más cotizada en el extranjero, aquí condenada nuevamente al papel de objeto decorativo, sin ningún otro desempeño en las acciones. (De hecho, las contadas mujeres de la cinta están ahí sólo para lucir escotes.)

Otros colaboradores podrían sentir algo más de vergüenza. ¿Habrá recordado el cinefotógrafo Michael Ballhaus sus trabajos con Fassbinder, mientras encuadraba esos horribles sets de futurismo kitsch? ¿Tendría presente el veterano compositor Elmer Bernstein sus partituras clásicas de western, como el de Siete hombres y un destino?

En su atropellada carrera al abismo de la falsa espectacularidad (y el ansiado negocio millonario), el cine hollywoodense ya no respeta nada. The Wild Wild West no alcanza a inscribirse en género alguno, pues carece de la dimensión heroica de un western, el suspenso elaborado de un thriller o la chispa ocurrente de una comedia. Su único género posible es el que está de moda desde hace algunos años: la nulidad ruidosa.

LAS AVENTURAS DE JIM WEST

(The Wild, Wild West)

D: Barry Sonnenfeld/ G: S.S. Wilson, Brent Maddock, Jeffrey Price y Peter S. Seaman, basado en un argumento de Jim Thomas y John Thomas/ F. en C: Michael Ballhaus/ M: Elmer Berstein/ Ed: Jim Miller/ I: Will Smith, Kevin Kline, Kenneth Branagh, Salma Hayek, Ted Levine/ P: Barry Sonnenfeld y Jon Peters para Warners Bros. EU, 1999.

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