Samuel Huntington, el politólogo harvardiano, advierte en el prólogo de The third wave (la tercera ola), que el propósito de su libro es hacer un estudio sobre el más importante fenómeno político de finales del siglo XX: la transición global hacia la democracia. Y está bien porque, a la postre, la democracia es, sin lugar a dudas, el requisito fundamental para que los pueblos modernos salgan del desalentador predicamento actual que parece ofrecer, únicamente, un vuelco hacia la derecha regresiva o el retorno del comunismo totalitario. Ni Marx ni Jesús, en palabras de Jean-Francois Revel. El camino parece ser la tercera vía, que no es un refrito del socialismo soviético ni la entronización del capitalismo salvaje. Tampoco significa champurrar lo mejor de ambos extremismos económicos; una filosofía política para anodinos o débiles mentales. Es una reafirmación del individuo moderno frente al estatismo opresivo de los últimos tiempos, y una justificación de la globalización limitada exclusivamente a aquellos aspectos que contribuyen a la justicia social: tecnología, democracia y bienestar. Es la moderna socialdemocracia europea que, utilizando a Tony Blair como punta de lanza, adquiere nuevos bríos apuntalada por una vigorosa sociedad civil que no aspira (¡oh, sueño neoliberal!) a desaparecer el Estado, sino solamente a redimensionarlo.
Sir Anthony Giddens, el gurú de Tony Blair, reconoció en The third way (la tercera vía) que su asesorado parece buscar inspiración no a través del canal (de cara a Europa), sino a través del Atlántico (de cara a Estados Unidos), y que sus detractores no están del todo equivocados al afirmar que la retórica del jovial primer ministro, al igual que sus influencias intelectuales y su estilo político, muestran resabios de corte estadunidense. Sin embargo, Giddens no es el primero en relacionar la inspiración de la tercera vía con Estados Unidos. Treinta años antes, Revel, el lúcido periodista francés, vaticinó que la nueva revolución mundial se estaba gestando en Estados Unidos. Es ahí, advirtió en 1970 el autor de Ni Marx ni Jesús, donde la sociedad civil ``está impugnando el imperialismo de su propio gobierno, librando la batalla por la igualdad de los sexos, rechazando toda represión moral e inventando, con no pocos sufrimientos, una sociedad multirracial y un policentrismo cultural''. Aunque, para infortunio de ese país, el radiante amanecer de lo que pudo ser una tercera vía de patente estadunidense se haya ensombrecido en las postrimerías del siglo por el fundamentalismo religioso.
En México ninguno de los partidos tradicionales se identifica aún con la tercera vía. En primer lugar, porque la sociedad civil no ha adquirido la fuerza que viene con la plena democracia. Y, además, porque uno de sus requisitos esenciales, el ``Estado sin enemigos'', no puede darse en un espacio donde jóvenes nihilistas están dedicados a destruir, en vez de construir, y las minorías étnicas pelean por el derecho a la supervivencia y la autodeterminación. Pero comienzan a elevarse algunas voces. El legislador priísta Oscar Levín Coppel se pregunta en un interesante ensayo publicado en Reforma la semana pasada, ¿existe una tercera vía? Y se contesta: sí existe, siempre y cuando el gobierno esté más dedicado a incentivar que a ocupar espacios en la vida económica, se fortalezca la sociedad civil, erradiquemos la corrupción y democraticemos los procesos políticos. Cuando la política esté ``apasionadamente comprometida'' con la justicia social. Se trata, dice Levín Coppel en una frase que resume el espíritu de la tercera vía, ``de construir alternativas comunes que enfrenten (la) realidad globalizadora con estrategias integradoras''. En una palabra: alianzas. Por lo pronto, mientras hombres y partidos estén involucrados en la lucha encarnizada por la presidencia de la república, sin proyecto nacional ni programa de gobierno; despreocupados por los efectos (internos y externos) de la transición y con una visión política obnubilada por el poder, será imposible esperar que la tercera ola de Huntington (la transición hacia la democracia) se traduzca para los mexicanos en la tercera vía que las socialdemocracias europeas consideran la tercera llamada.