Después de la propuesta de Cuauhtémoc Cárdenas hace unos meses sobre la posibilidad de una coalición electoral del PRD con otros partidos, incluido el PAN, algunos medios me entrevistaron y sostuve entonces que las ideologías de ambos partidos, aunque poco precisas para un ciudadano común, eran suficientemente distintas como para que dicha coalición pudiera darse. Ahora no estoy tan convencido como entonces, pues la coalición sí es posible, y aconsejable. Veamos por qué.
No sólo las posiciones del PAN y del PRD, en principio, son diferentes en muchos aspectos, sino que la historia de alianzas de ambos partidos los separa en asuntos de vital importancia para el futuro del país, como fueron los casos de la reprivatización de la banca, las reformas al artículo 27 constitucional, Fobaproa, y otros de menor importancia. Estos temas, junto con la educación, la política social, los servicios públicos y los energéticos, tienen que ver con muy distintos conceptos de soberanía (si es que el PAN defiende la soberanía del país) y del modelo económico que debe seguir México como nación y no como parte subordinada y dependiente de la globalización económica y del neoliberalismo político-ideológico. En varios de los aspectos mencionados, el PAN ha hecho alianza con los gobiernos de Salinas y de Zedillo y, por extensión, con la fracción hegemónica y dominante del PRI. La oposición a estas reformas y a estos fortalecimientos del capital ha estado representada, no siempre con la contundencia esperada, por el PRD y algunos de sus aliados coyunturales. Entonces, ¿por qué es aconsejable la coalición opositora contra el PRI?
Tanto José Antonio González Fernández, presidente del PRI, como Miguel de la Madrid, expresidente priísta de México, para mencionar sólo dos ejemplos relevantes, han coincidido en que la alianza PRD-PAN sólo tiene como fin ganar el poder o derrotar al PRI (que es lo mismo), ``sin que medie una propuesta, una ideología o una oferta política'' (González Fernández) o teniendo ``tesis tan contradictorias'' (De la Madrid). En el mismo sentido se expresó el dirigente de Democracia Social, organización que según algunos observadores está más cercana al grupo de Gobernación que a la oposición ideológica que pretende representar. Empero, y esto es muy significativo, los priístas y sus satélites nunca cuestionaron las diferencias ideológicas que supuestamente tienen con el PAN, cuando se trató (como se sigue intentando) de ajustarse a los planteamientos del FMI y del Banco Mundial en cuestiones de reducción del intervencionismo estatal en la economía y de sujeción a los mercados de todo aquello que permitía antes una mejor calidad de vida de la población en general. El PRI critica ahora el pragmatismo político-electoral de los partidos opositores, olvidando olímpicamente las concertacesiones salinistas al PAN a cambio de aprobación de reformas legales favorables al proyecto neoliberal.
Ciertamente la coalición opositora que está a debate en estos momentos es un proyecto pragmático que cuestiona por sí mismo y seriamente la historia y la trayectoria de los partidos. No puede pasarse por alto que el PAN ha sido cómplice oportunista de reformas antipopulares impuestas por los gobiernos tecnocrático-neoliberales, y que el PRD, pese a sus ambigüedades ideológicas y discursivas, ha sido el partido más importante antineoliberal en México.
Pero tampoco puede pasarse por alto lo que exige la coyuntura política del país y lo que significaría un gobierno de transición hacia una redefinición, quizá nueva, de lo que debe ser el país en el futuro. Porque un gobierno de cohabitación, producto de una alianza opositora, no podría ser otra cosa que un gobierno de transición, transición hacia un nuevo régimen político (ni populista ni tecnocrático-neoliberal) y hacia el fin del priísmo con todo lo que éste ha significado en términos de complicidades, de corrupción, de privilegios y de autoritarismo.
Finalmente, tampoco puede soslayarse que los partidos políticos, todos y no sólo algunos, han devenido pragmáticos y plurales (no representantes explícitos de una clase social específica) y que la política, todavía, es asunto de élites y no, como se quisiera, un proceso claro de democracia participativa. Esta vendrá después; el catalizador de este proceso ya lo inició el EZLN, y el ambiente propicio podría ser, precisamente, un gobierno de coalición que rompa con todos los vicios del pasado y con el autoritarismo del PRI. Una vez derrotado el PRI, ya veremos.