No es sólo en México que el dinero manda en el terreno político. Cada vez existe una mayor preocupación internacional acerca del poder de las finanzas en el escenario electoral. Es más, puede argumentarse que la mayor amenaza al ejercicio de los regímenes que se dicen democráticos se finca en el creciente desequilibrio en los niveles de ingresos de los ciudadanos.
Un artículo reciente de William Pfaff en el International Herald Tribune afirma de manera rotunda que Estados Unidos está controlado actualmente por una plutocracia, y sugiere que este hecho es ahora irreversible. Actualmente los que mandan en el país vecino son los 4 millones de millonarios (cifra sorprendente y hasta estrafalaria) en tanto son dueños no sólo de la economía nacional sino además de los lobbies, que tienen una enorme influencia en los pasillos del poder político en Washington, en las legislaturas estatales y en los gobiernos municipales. Esta nueva y gruesa generación de millonarios cobró fuerza con la administración de Ronald Reagan, pero no dejó de crecer bajo los gobiernos de Bush y Clinton. Y ellos son los verdaderos beneficiarios de la ola neoliberal que sigue impulsando el capitalismo a escala mundial.
Las ganancias de la plutocracia han sido tan enormes que no les cuesta controlar las campañas electorales, destinando un pequeño porcentaje de sus beneficios a sostener tanto a los candidatos republicanos como a los demócratas que luchan por escaños o por la silla presidencial. Por ello no sorprende que el aspirante republicano a la presidencia, George Bush Jr., ya haya logrado acumular la considerable cantidad de 37 millones de dólares para su campaña del año 2000, y se calcula que podrá reunir un total de 70 millones de dólares hacia fin de año. Pero tampoco resultará una sorpresa que Albert Gore (el contrincante demócrata con mayores posibilidades) logre juntar una suma similar de millones de sus numerosos amigos y aliados en la industria de computación.
Es tal el influjo del dinero privado en la política contemporánea que aun los órganos conservadores comienzan a preocuparse por el fenómeno. En la edición de la primera semana de agosto de la conocida revista The Economist --vocera principal del librecambio desde hace un siglo y medio-- se pasa reseña a los diversos métodos adoptados en países diferentes para circunscribir el poder político de Don dinero. Señala, por ejemplo, que en Gran Bretaña se ha llegado a prohibir el gasto de fondos para campañas políticas en televisión o radio. Y añade que en Francia se prohíbe inclusive el uso de dichos dineros en la fabricación de carteles o el pago de anuncios en la prensa para fines electorales. En ambos de estos países, dichas prácticas han contribuido a disminuir la influencia de los grupos de interés --en particular de grandes inversores, empresas y bancos-- en la política. Estas prácticas han tendido a fortalecer a los principales partidos políticos en buena parte de Europa lo que contrasta con la tendencia en Estados Unidos donde se debilitan los partidos y ganan fuerza los individuos que cuentan con mayor apoyo financiero. En México se va planteando un dilema similar: se trata de elegir entre promover un sistema de partidos políticos fuertes pero competitivos u alentar un sistema electoral que favorece principalmente a individuos carismáticos y/o caudillos políticos que logran captar el apoyo de los instrumentos de los medios masivos para atraer votos. Para la plutocracia la segunda opción es muy atractiva, pero no lo es para el futuro desarrollo de una democracia verdadera.