Un hombre perseguido, acosado por la intolerancia, es prácticamente un hombre sin futuro, sobre todo si no tiene un lugar dónde cobijarse. Por ello tiene mayor significación el papel realizado por nuestro país durante la etapa más conflictiva de la situación sociopolítica de los países allende nuestra frontera sur. Más de 40 mil refugiados centroamericanos, principalmente indígenas guatemaltecos, llegaron a finales de la década de los setenta a territorio mexicano buscando la supervivencia.
Muchos nacieron y se desarrollaron en México. Y amaron a nuestra nación. Otros, los más, conciliaron ambos intereses: continuaron fieles a sus raíces, aunque respetaron y defendieron los principios del país que los acogió. Y es que dar refugio a las víctimas de la violencia generalizada y de la intolerancia es parte de la idiosincrasia del pueblo mexicano. Significa una expresión superior del desarrollo político de nuestro país, porque concilia los sentimientos de la sociedad con la política social de nuestro régimen político. Además, permite considerar en su justa dimensión el valor que para todo ser humano tienen la justicia y la libertad.
El asilo político también es parte de nuestra tradición política, aunque la figura de refugiado es prácticamente nueva en México. En lo personal, tuve el privilegio de promover y apoyar en la Cámara de Diputados una iniciativa del Ejecutivo federal con tal fin. La categoría de refugiado fue incluida en la Ley General de Población, al ser aprobada por ambas cámaras del Congreso de la Unión el 17 de julio de 1990. Por eso reviste mayor trascendencia la acción conjunta realizada por los presidentes Ernesto Zedillo, de México, y Alvaro Arzú, de Guatemala.
Basada en los principios de solidaridad y cooperación humanitaria, sin más propósito de auxiliar a quienes buscan refugio, en la actualidad la figura de refugiado tiene importancia primordial, especialmente porque México aún no suscribe el documento elaborado en Ginebra en 1951, de donde surge el Alto Comisionado de la ONU para Refugiados. De esta manera, la acción humanitaria de nuestro país realizada en la frontera sur, principalmente en Chiapas, Campeche y Quintana Roo hasta la semana pasada, es de enorme significación.
En los temas de asilo, refugio y, en especial, la defensa de los derechos y dignidad de los seres humanos, vale la pena resaltar la intensa labor emprendida por muchos compañeros dedicados al servicio público, tarea en la que se ha destacado Luis Ortiz Monasterio, actual cónsul de nuestro país en Dallas, Texas. La acción mexicana constituye un poderoso mensaje de tolerancia y solidaridad a la comunidad internacional, según palabras de la señora Sadako Ogata, representante del ACNUR, al admitir como conciudadanos a casi 22 mil ex refugiados guatemaltecos, quienes sembraron sus raíces en México, nación a la que consideran como su casa.
Frente a los fenómenos generados por la globalización, el enfoque y la flexibilidad mostrada por México es muy importante, porque a los ojos del mundo puede representar una política humanitaria para la adopción de medidas que permitan atenuar la precariedad en la que sobreviven unos 22 millones de refugiados en todo el mundo. En este sentido, la ceremonia de repatriación de los últimos refugiados guatemaltecos en Champotón, el pasado 28 de julio, representó para nuestro primer mandatario, la culminación de dos procesos: el de aquéllos que decidieron retornar, y la estabilización migratoria de quienes optaron con toda libertad por permanecer en México.
* Senador de la República