n El siglo XX inició y culmina con el son cubano
Ibrahim Ferrer, primer disco de un muchacho de 72 años
Pablo Espinosa n A tambor batiente, a ritmo de changüí, guagancó, bolero, guaracha, son, danzón, cerramos el siglo que, lo dicen los grandes maestros cubanos, inició con el son y así culmina: en el esplendor de algo más que un revival, un apogeo magnífico de la música tradicional cubana, esa música clásica del Caribe.
La nueva buena nueva: apareció en México el episodio del prodigioso resurgimiento de esta música de cuerpo y alma: Ibrahim Ferrer, título de un disco compacto espléndido, el primero en la vida musical de un muchacho de 72 años: el maestrísimo Ibrahim Ferrer, artesano improvisador, genio del fraseo y de la paráfrasis de sudor y solfa. El título completo de este álbum de antología es: Buena Vista Social Club Presents. Ibrahim Ferrer, en tono similar y alargando la trilogía fantástica del ahora genealógico Buena Vista Social Club, integrado por ese título además de A toda Cuba le gusta y Presentando a Rubén González.
El disco Ibrahim Ferrer aparece en México merced al trabajo de Discos Cora Son, a cuyo mérito corresponde en nuestro país la apuesta, el tesón y el haber ganado el Grammy desde el mismísimo bloqueo, el trabajo cultural desde la música tradicional cubana, desde épocas en que no estaba de moda, como ahora ocurre.
Aparece también este disco en efervescencia apabullante, pues hace poco estuvieron entre nosotros Los Jubilados (también grabados por Cora Son), el pianista inconmensurable don Rubén González, recientemente Eliades Ochoa y la próxima semana Compay Segundo.
Esa pléyade, además de Omara Portuondo, Israel Cachaíto López y el artífice Ry Cooder, participan en el compacto que ahora nos alegra y que contiene once piezas clásicas once, desde un afro-son, Bruca maniguá, cantada por don Ibrahim como se debe, es decir en un creole derivado del español y lenguas africanas, hasta la enternecedora Cómo fue, bolero de flechazo a primera vista. La leyenda de Arsenio Rodríguez permea este repertorio y la maestría de los muchachos cubanos (muchachos del alma, pues ya setentean, ochentean y hasta noventean algunos de ellos) atraviesa este nuevo disco de la saga Buenavista Social Club que es, como el resto de esta gesta a la que nadie le hace gestos, al menos que no baile, de una música clásica ideal para cerrar el siglo. Una música de alma y cuerpo enteros. De ternura y sabrosura.