Carlos Montemayor
La ONU y el subcomandante Marcos
Dos días atrás leí el comunicado que hace un mes el subcomandante Marcos envió a Asma Jahangir, la relatora especial de la ONU para ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias. Ignoro si, como lo temía el subcomandante Marcos, fueron muchas las críticas que recibió por los señalamientos expresados en ese escrito y por ''haber desaprovechado una buena oportunidad de exhibir al gobierno mexicano en su política genocida contra los pueblos indios''.
En realidad, la guerra que la OTAN emprendió contra Yugoslavia fue sólo un paso adicional en el desmoronamiento de la Organización de las Naciones Unidas como un organismo de negociación y pacificación en el mundo. La burocracia que constituye actualmente la ONU depende cada vez más de los caprichos y gustos del gran elector mundial y del apego que los más poderosos países europeos le están manifestando a Estados Unidos y a la economía de mercado. Yo me encontraba en Alemania cuando el general Walter Jertz reconoció que en la guerra contra Yugoslavia, la OTAN estaba empleando como proyectil antitanque, en ''casos especiales'', municiones con uranio no enriquecido. Este metal se empleó en la guerra del Golfo, cuando EU y sus aliados dispararon, según informó Greenpeace (otra vez una organización independiente, no la ONU, como diría el subcomandante Marcos), 315 toneladas.
El uranio no enriquecido es un subproducto del proceso mediante el cual se obtiene el uranio radiactivo 235, y posee una radiactividad 65 por ciento menor que la del uranio natural y una vida media de cuatro a cinco mil años. Un experto de Greenpeace explicó que cuando un proyectil con uranio no enriquecido impacta en un objeto y se quema, sus partículas se dispersan en forma de aerosol en el aire, son transportadas por los vientos y pueden penetrar en el cuerpo humano por inhalación o en la ingesta. Esta munición se relaciona con el síndrome del Golfo que sufren los veteranos de EU, y con el incremento desde 1991 de casos de enfermedades cancerígenas en el sur de Irak, incremento que se ha cuantificado entre 20 mil y 100 mil casos de cáncer. La ONU ha sido rebasada en muchos aspectos, pues, y ahora también en la guerra.
Sin embargo, es paradójica la fuerza creciente de las organizaciones de defensa de derechos humanos (que el subcomandante Marcos defiende, con toda razón) cuando de manera desmesurada aumentan los niveles de pobreza en el mundo y cuando los gobiernos, replegados ante las fuerzas del mercado, se niegan a regular y gobernar la economía. Este empobrecimiento masivo, incalculable, está suponiendo una idea de los derechos humanos distinta a la que alienta a las organizaciones que los defienden.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial se contemplaba la construcción de un orden internacional distinto. La ONU y sus organismos dependientes para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la Ciencia y la Cultura (UNESCO) o la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se propusieron el desarrollo internacional a partir del reconocimiento de estados soberanos. Pero en los últimos 25 años, el poder económico de las corporaciones transnacionales a través del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y del Acuerdo Mundial de Comercio ha impuesto una globalización de la economía por encima de la ONU, que está provocando un vasto proceso de crisis social y de empobrecimiento en muchas sociedades del planeta.
Pues bien, las organizaciones internacionales de defensa de derechos humanos tratan de frenar y denunciar la violencia visible contra la integridad física; también la injusticia flagrante de procesos judiciales o de medidas unilaterales de cuerpos policiacos o militares.
El genocidio, la tortura, el secuestro, el abuso de autoridad, han encontrado ahora, en cualquier parte del mundo en que ocurran, denunciantes capaces de estructurar redes complejas y eficientes para internacionalizar de inmediato la denuncia de ultrajes a la dignidad humana.
Pero hay otra violencia todavía más letal, que está destruyendo a pueblos enteros: el empobrecimiento y la miseria extrema, que torna más vulnerables a grupos e individuos y cancela de manera definitiva el desarrollo intelectual, físico y político de millones de personas en zonas urbanas y rurales del mundo.
Es extraño que no veamos en este empobrecimiento una violación más profunda y definitiva de los derechos humanos.
Esta cancelación del desarrollo humano pleno es en verdad equivalente a la cancelación de todos los derechos humanos.
A la denuncia de esta violencia, el gobierno mexicano en turno le ha empezado a llamar populismo.