Alberto querido
Ana Colchero
Alberto debe haber muerto ya. Lo vi por última vez ayer, no esta mañana cuando vi su cuerpo dormido, sino ayer cuando me miró entrar torpe y desaliñada, casi corriendo para entregarle de la selva dos libros dedicados.
Leyó, después de ponerse dificultosamente las gafas, la dedicatoria y sonrió con la mirada perdida en quién sabe dónde, con esa sonrisa pícara y profunda que conocíamos todos y a la que temíamos, pues nadie sabía qué frase mordaz y perfecta vendría tras ella. Pero no hubo frase, al menos no en voz alta. Hizo trazos de un pasamontañas en la última hoja, y le mostraba a Beto, a Bárbara, a Emiliano, a Carmen, a Virginia y a todos los que llegaban la dedicatoria que acababa de recibir y que fue el último texto que leyó.
Nos va a hacer falta su valentía y sus desplantes, su capacidad de ira, sus corcholatas, sus fetiches, sus Zapatas; todos aquellos conceptos suyos tan armados, tan aderezados de poesía y de colores; el recuento de sus anécdotas con Buñuel, con Paz, con Jünger; su modo particular de leer El País o La Jornada. Algunas veces me llamaba señalándome la nota a la cual quizá yo no le había dado mayor importancia y que sólo después de él analizarla tomaba un relieve no perceptible para cualquier lector.
Pareciera que queda en el mundo tan poca pasión y hoy muere uno de sus ejemplos más auténticos. Esa pasión que no se limitó a pintar, esa pasión a la que Alberto cogió de la mano y con la que sobresaltó a tantos timoratos y a tantos tartufos, como él decía, y con la cual amó todo lo que amaba.
Nunca lo vi dudar ni de sus amores, ni de sus odios.
Tras una o varias botellas de Pesquera, junto a sus miles de libros y periódicos apilados, donde era casi imposible encontrar un título, confabulaba junto a López Velarde, a García Lorca, a Vallejo, a su Valle Inclán.
Lo observaba todo, lo oía todo, lo intuía todo y se reía de todas sus provocaciones pasadas y saboreaba el efecto de su próximo lienzo. Quedaron en la paleta tantos trazos, tanta rebeldía.
Ya ningún consuelo, ni ningún recuerdo revivido me harán posible marcar su número de Valle de Bravo para oírlo decir: ''ƑCuándo vienes?".
De sus labios fue saber la muerte no sólo de mi amigo, sino la terminación del arte de Gironella. Ya no pintaría más, ya no blasfemaría más, ya no provocaría más. Esa inteligencia vehemente, productora de imágenes, de formas, de conceptos murió hoy y ahora sólo puedo repetirme lo último que recuerdo haberle dicho: ''Te voy a extrañar mucho, Alberto".