Ugo Pipitone
Mercosur: la política cambiaria ausente

El día de mañana se reunirán en Montevideo los representantes de los cuatro países miembros del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) para calmar las aguas después de la borrasca que en los últimos diez días amenazó la sobrevivencia del esquema de integración regional del Cono Sur. Las restricciones a las importaciones impuestas por Argentina el 23 de julio pasado han sido removidas y la peligrosa tirantez de las relaciones entre este país y Brasil se ha frenado. Sin embargo, muchos de los problemas siguen ahí. Mencionemos sólo uno: el problema cambiario. Un mercado común en formación necesita crear condiciones para evitar que los impactos provenientes del contexto internacional tengan efectos agudamente diferenciados entre los países miembros. De ser así, cada país se vería tentado a privilegiar una óptica individual de corto plazo respecto a una colectiva de largo plazo, con el peligro de temblores periódicos que, alcanzada cierta intensidad, podrían quebrar las columnas centrales del esfuerzo de integración económica regional.

La decisión argentina de proteger algunos de sus sectores (textil, calzado, acero, etcétera) quedó motivada sobre todo por la abrupta devaluación del real brasileño en enero pasado, lo que hacía mucho más competitivas las exportaciones de este país. Sólo gracias a la recesión argentina pudo contenerse un efecto gravemente negativo sobre su balanza comercial. En efecto, en el primer semestre de este año las exportaciones brasileñas a Argentina se han reducido en 41 por ciento respecto al primer semestre de 1998, aunque algunas exportaciones específicas hayan experimentado importantes incrementos. En términos generales, la recesión argentina permitió evitar daños mayores asociados a la devaluación del real. Pero es evidente que esto no puede seguir así en el futuro. No es posible que un país se defienda de la competencia cambiaria de otro a través de la recesión. Ninguna integración regional sólida puede construirse sobre estas bases. El nudo del problema consiste, evidentemente, en evitar correcciones cambiarias abruptas en el futuro.

La experiencia europea a este propósito es importante. Después de la eliminación, en 1973, de los cambios fijos entre las principales monedas del mundo y de las turbulencias internacionales asociadas a la explosión de los precios del petróleo a mediados de la misma década, si bien con retardo, la Comunidad Europea introdujo en 1979, su Sistema Monetario Europeo. Un mecanismo colectivo de disciplina cambiaria para evitar que los países miembros usaran el tipo de cambio como instrumento para exportar su desempleo. Seamos enfáticos: sin aquella medida, la Unión Europea de la actualidad probablemente no existiría.

Un pacto regional exitoso supone por lo menos dos ingredientes esenciales. Primero: una disciplina cambiaria colectiva que evite el riesgo de establecer juegos a suma cero entre los países miembros. Segundo: un crecimiento de largo plazo de todos los integrantes: en condiciones de débil crecimiento cada país estará menos dispuesto a sacrificar algunos de sus intereses en beneficio de transformaciones con efectos positivos para todos los miembros.

Debe evitarse a toda costa que Brasil, aprovechando el hecho de representar el 70 por ciento de PIB del Mercosur, adquiera una incondicionada libertad cambiaria, con la consecuencia de desarticular las estructuras productivas regionales a partir de las oscilaciones del poder de compra internacional de su moneda. Y, al mismo tiempo, debe superarse esa situación anómala del peso argentino con un poder de compra vinculado al dólar, en lugar que ligado a una disciplina regional aún toda por construir. El Mercosur tiene dos problemas graves que no termina de resolver: la libertad cambiaria de Brasil y la dependencia cambiaria de Argentina respecto al dólar. Hasta que estos dos problemas no encuentren una solución satisfactoria, la crisis apenas conjurada podrá repetirse en el futuro poniendo en entredicho un proyecto de integración regional que hasta ahora ha tenido un éxito notable.

En un mundo en que la globalización sigue avanzando, la regionalización es una clave esencial para evitar que tensiones y turbulencias internacionales puedan poner de rodillas a los países individuales. Argentina, o incluso Brasil, solos, en un contexto globalizado, no tienen muchas esperanzas. E, incluso, juntos los juegos serán difíciles. Recordemos los números. Los cuatro países del Mercosur representan conjuntamente un PIB de 1.3 trillones de dólares, lo mismo que Inglaterra. Con la diferencia que de un lado están 220 millones de habitantes, y del otro 59.