Alberto Aziz Nassif
Una alianza para el futuro

La última medición de la empresa Indemerc Louis Harris encontró que más de la mitad del país quiere una alianza, y que ésta le ganaría al PRI (La Jornada, 30/07/99). Cuando surgieron las primeras experiencias de gobiernos estatales de alternancia, quedó más o menos clara una hipótesis: la alternancia en el poder es un requisito básico para realizar un cambio democrático; por supuesto, no se trata de una transformación que se realice de forma automática, sino mediante un complejo proceso de construcción política. En estos momentos, un año antes de la sucesión presidencial, México está ante la oportunidad histórica de concluir un largo proyecto inconcluso: terminar la transición y consolidar una democracia. Si el paso necesario para que las transiciones regionales se hayan puesto en marcha ha sido la alternancia en el poder, es correcto aplicar la misma hipótesis a nivel nacional.

El tipo de sistema de partidos que tenemos en el país propicia una oposición dividida, la cual no tiene los votos suficientes para lograr el triunfo, pero sí lo puede hacer mediante una alianza. En términos simples, en el año 2000 los votos opositores divididos no valdrán gran cosa, quizá algunos escaños en el Congreso, pero juntos pueden hacer toda la diferencia, es decir, una nueva coalición gobernante. No se trata simplemente de juntar partidos que tienen diferencias ideológicas e institucionales, sino de generar un nuevo proyecto político para el país. Ganar las elecciones no es un fin en sí mismo, sino la posibilidad de realizar los cambios institucionales que necesita México para el siglo XXI. Sin alianza, lo más posible es que no se logre la alternancia, y sin ésta no será posible terminar la transición y hacer las reformas democráticas.

Después de la experiencia legislativa de estos últimos dos años ya no hay duda de que las reformas democráticas sólo se podrán llevar a cabo mediante una nueva coalición legislativa mayoritaria: la reforma del Estado y de las estructuras de gobierno; la reforma laboral; las modificaciones al proyecto económico y una mejor distribución del ingreso; una nueva política social que detenga el empobrecimiento; la reconstrucción de un estado de derecho; la pacificación de Chiapas y de otras regiones polarizadas por la guerra; el establecimiento de la seguridad pública; una relación transparente con los medios de comunicación, cambios que hoy están atorados con el gobierno priísta y que otro gobierno de este mismo signo político seguramente los mantendrá igualmente atorados.

Pero no se trata sólo de modificar una voluntad política, sino de mover una red de intereses anclados al PRI que impiden las reformas, y que sólo será posible modificar con una nueva coalición amplia, plural e incluyente, como la que resultaría de una alianza de oposición. Esta alianza estaría ubicada en el espacio del centro político tanto de la izquierda como de la derecha; en ambos polos se comparte un proyecto democrático. Su sustento social estaría dado por esa ciudadanía mayoritaria que no tiene compromiso partidista.

La responsabilidad de los líderes de la oposición es fuerte. La reciente aceptación del PAN de ir a la alianza mostró un avance significativo, y de igual forma la flexibilización del PRD sobre el método. Las posiciones se acercan. A pesar de que todavía faltan pasos muy importantes de negociación, parece que los vientos soplan en favor del acuerdo. Lo que falta del arreglo necesita pasar por una serie de combinaciones difíciles de lograr: se necesita una visión de largo plazo y un proyecto de país, que tenga como centro la construcción de un sistema democrático; para ello, es indispensable flexibilizar las posturas partidistas y subordinar los legítimos intereses de cada precandidato para hacer factible una agenda mínima de transición y un método consensado de elección de la candidatura presidencial (primarias, consulta nacional o cualquier otro) y de las candidaturas para obtener una mayoría en el Congreso. El pacto de los partidos serviría de base para formar una convergencia social amalgamada por una oferta de reformas y de gobernabilidad democrática. En cualquier momento la oportunidad se puede frustrar, por eso hay que cuidar mucho el último tramo de la negociación. En palabras de Max Weber, esperemos que los líderes de oposición actúen con pasión, visión de largo plazo y responsabilidad de Estado.