Teresa del Conde
Pinceles de la historia (Segunda parte)

Uno de los mejores cuadros de la exposición del Munal es anónimo del siglo XVIII: La fundación de México-Tenochtitlán. La composición se asemeja al conocido óleo del flamenco Joaquín Patinir, con la barca de Caronte, que cruza el río separando el Empíreo del Averno. Hasta los tonos azul-verdoso del cuadro mexicano se parecen a los de aquella pintura que probablemente es de 1521 a 1524, pero lo que más llama la atención es la composición, con el horizonte alto y las montañas del fondo. En medio del lago, casi en el sitio donde Patinir sitúa a Caronte con su barca, hay una isleta donde está el águila en la cúspide del nopal, mientras que en la base de éste y en las isletas vecinas, minúsculas, hay personajes, así como en el plano inferior, donde está inscrito Svper instabile firmvm, que según traduzco (no sé que tan correcto) querría decir ''se sostiene firme sobre lo inestable". Es decir: la ciudad aguantará... Ojalá sea cierto.

Los grabados franceses que están en una vitrina se proponen narrar costumbres no sólo mediante las figuras, sino también con leyendas. Tenemos así que, como bien sabemos, los antiguos mexicanos ''nutrían, adoraban y mataban a los destinados al sacrificio". Aparece allí Huitzilopochtli, luego un banquete con carne humana y extracción del corazón; a continuación el despeñadero de los cuerpos por la escalinata del templo, terminado con la visión de los cadáveres destripados.

El dios es una especie de fauno trepado en un pedestal: no era imaginable que la codificación de una divinidad pudiera diferir de los esquemas de la antigüedad clásica y eso es lo interesante, pues el ámbito en el que se desarrollan las escenas se corresponde con un edificio circular de estilo palladiano.

Si bien nunca me ha fascinado el biombo de Juan Correa (exhibido), en cambio sí me gusta el de la Conquista, entre otras razones porque Moctezuma aparece vestido como San Miguel Arcángel y en vez de espada trae una especie de penacho flamígero, aunque va tocado con una corona muy a la europea; viendo en detalle estas cosas, una no puede sino maravillarse con tales licencias poéticas que resultan encantadoras a los ojos actuales. Este biombo anónimo tiene la ventaja de ostentar en el extremo derecho la vista de los volcantes, tal vez sea uno de los primeros paisajes que los toman nítidamente como tema de representación, si no es que el primero.

La pieza es del Banco Nacional de México y lo interesante en ella es la yuxtaposición de lo que el pintor sí pudo observar: los celajes, las montañas, la atmósfera, con aquello que tuvo que narrar valiéndose de las fuentes escritas, acomodando las acciones, todas ordenadísimas, en un gran escenario con planos escalonados.

A medida que el visitante avanza por las salas, recibe otras sorpresas gratas, sobre todo si gusta del arte contemporáneo y más aún de la ''trasvanguardia" (que ya vio su ocaso, por cierto). En ese sentido el lienzo de Chalchihuapan es otra de las obras más atractivas, procede de la Presidencia Municipal de Puebla, es un anónimo dieciochesco, no guarda las escalas, sino las jerarquías (un poco al modo bizantino) y es casi seguro producto de mano no docta, pero sí muy inspirada. Las escenas están repartidas en 15 secciones y se refieren a la lucha evangelizadora, favorecida por la presencia de la Virgen, pero no es eso lo que atrae en primer término, sino las configuraciones, el caserío, el modo como se agrupan los personajes, las efigies magnificadas de los caciques, vistos de perfil.

Otro cuadro de mi gusto es el referido al martirio de los niños tlaxcaltecas Cristobalito, Antonio y Juan los que, dicho sea de paso, actuaron mal destruyendo los ídolos que guardaban sus progenitores o mentores. No digo que merecieran por eso ser privados de la vida, no es para tanto, pero sí unos buenos golpes, pues traicionaron las creencias de sus ancestros. Ya sé que incluso fueron beatificados, pero acordémonos, así es la historia, de acuerdo con el prisma con el que se mire. En este cuadro hay otra figura despedazada en primer término a la que no se le ha prestado la atención debida; son bien distinguibles sus manos cercenadas (una sostiene una víbora) y su cabeza, separada del tronco: la representación es la de un descuartizado; en cambio, la que corresponde a los otros tres deja ver que los protagonistas fueron apedreados, como San Esteban, el protomártir cristiano. ƑNo estará extraída de allí esa historia? Aparte de los enconchados, que también son una delicia y que se hacían combinando el óleo tradicional con la incrustación de lajas de concha nácar, siguiendo el pattern de la composición; con tan excesiva religiosidad y con las imágenes guadalupanas de pésima factura que se exhiben, la muestra indefectiblemente decae.