Los mexicanos necesitan certidumbre, pero el gobierno actual es incapaz de crearla. Las circunstancias políticas, sociales y económicas de nuestro país han hecho que mucha gente no sepa si mañana preservará su trabajo, si regresará salvo a casa, si tendrá para pagar las deudas a fin de mes, si su pequeña empresa sobrevivirá, si no se formará un nuevo monopolio que acabe con el negocio, si el peso logrará mantener su valor, si la bolsa de valores se mantendrá al día siguiente.
Esas incertidumbres cotidianas, que afectan la vida diaria de cada uno de los mexicanos, se han sumado en una enorme incertidumbre colectiva que ha puesto en duda el mismo destino nacional: ¿seguirán avanzando la militarización y paramilitarización, la guerra social y de contrainsurgencia, el crimen organizado, el narcotráfico, el secuestro, el robo a transeúntes, la violencia callejera, la corrupción policiaca, los asesinatos políticos? ¿Qué voluntad prevalecerá en Chiapas: la de solución militar al conflicto o la de diálogo y el cumplimento de la negociación? ¿Seguirá la violación a los derechos humanos en México, la tortura, la desaparición forzada?
La tarea fundamental de un eventual gobierno democrático en el 2000 será devolver la certidumbre a los mexicanos, restituir la confianza perdida de la población en el proyecto nacional; en el México justo, pacífico y próspero que nos han negado por décadas; en la certeza de que avanzamos juntos hacia un país con democracia plena, con instituciones sólidas, con funcionarios íntegros y honestos; en la vigencia del estado de derecho y la aplicación rigurosa de las leyes; en el federalismo republicano y democrático; en unas fuerzas armadas respetuosas de la población y sus derechos humanos, vigilantes de la soberanía y la integridad territorial; en el futuro seguro y pleno de oportunidades para la niñez y la juventud.
Tanto la continuidad, la congruencia histórica, como la búsqueda de soluciones estratégicas a los grandes problemas nacionales, deberán ser fieles acompañantes de la certidumbre democrática. Debemos dejar atrás los programas sexenales de la burocracia priísta, que sólo ha demostrado ser incapaz, ciega e insensible a los rezagos reales e históricos de los mexicanos.
Los mexicanos hemos vivido más de 70 años de demagogia y engaño; de políticas elaboradas a espaldas de la sociedad y sus organizaciones; de arreglos con elites, con minorías favorecidas y frecuentemente corruptas. La política de gobierno deberá ser enteramente distinta. Hablar con la verdad y estimular la vigilancia social, el escrutinio colectivo de cada acto de gobierno. Ese es el único camino para construir confianza y legitimidad.
La certidumbre democrática debe ser sinónimo de restitución del tejido social. La acción gubernamental demostrará que puede dar pasos encaminados a mejorar el sistema educativo nacional, generar empleos, recuperar la capacidad productiva de todos los mexicanos, integrar a mujeres y jóvenes en las actividades productivas, crear condiciones laborales justas; a impulsar el crecimiento económico, a garantizar niveles mínimos de bienestar, a orientar el sistema financiero nacional para promover el desarrollo del país.
En lugar de saturar las comunidades pobres con policías y militares, deberán crearse políticas de mejoramiento colectivo en todos los órdenes: el social, el político, el económico, el cultural. A largo plazo nuestra sociedad dejará de ver a mexicanos que optan por el camino de la violencia para satisfacer sus demandas. A largo plazo veremos a cada vez menos mexicanos que acuden a la criminalidad para sobrevivir en las ciudades. A largo plazo en el horizonte nacional será ya muy raro ver niños de la calle, hombres tragafuego en las esquinas; mexicanos que consumen drogas blandas o duras, mendicidad, violencia policiaca, funcionarios corruptos.
Un cambio de gobierno no es sólo un cambio de individuos, es una transformación completa de mentalidades y actitudes; es una nueva generación de gobernantes que respeten la ley, que cumplan con su obligación de servicio, que pongan por delante la honestidad como norma de gobierno. Sonará utópico, pero es la única forma de lograr la certidumbre perdida.