Se pasaron los novilleros bailando a ritmo de pasodoble a danzón. Se les movió la inquieta gelatina en el alargado rostro blanco huevo de gallina. Flautar cremoso en las curvas del redondel. Agua que les secaba la boca al acercarse a los pitoncitos de los novillines. Capotes muletas que se revolvían al conjuro de los gritos. Labio papel secante en los que temblaba la tinta sangre escondido.
¿Cómo son nuestros novilleros 2000? ¿Cómo son? Sin símbolo fijo, van de lo chusco a lo rebuscado. De un sonado derechazo de pitón a barrera a otro. En acaramelarse fingido antes de llegar a jurisdicción el novillero. Luego si te he visto, no te conozco, en la distancia entre los pases naturales que se da cuando el toro se deja y el que hay que dar en la oportunidad, porque de lo contrario habrá que trabajar.
Fermín Spinola, Leopoldo Casasola y Curro Javier, el sevillano que se presentaba en la México, no pudieron, no quisieron ver ni en fotografía a los seis novillos de desecho de Cerro Viejo. Sólo detallitos toreros en el cristal de la cueva de Spinola y Javier. En suma, los vaivenes inconfundibles de aquellos en trance de miedo mortal más peligroso que el de los desvencijados animalitos de Cerro Viejo.