* En un domingo de futbol, rindieron protesta sus precandidatos a la Presidencia
El nuevo PRI se ajusta a los tiempos de la tele
Elena Gallegos * A media luz, en el enorme set en el que se transformó el auditorio Plutarco Elías Calles -con falsos muros plateados de utilería barata-, se hace el silencio. Las figuras se congelan en sus asientos. Sólo se escucha el conteo del anónimo floor manager: cinco... cuatro... tres... dos... šuno..! y el PRI ya está en cadena nacional. Señal de los nuevos tiempos que los priístas dicen vivir, el acto de toma de protesta a sus precandidatos no es de masas, sino un show televisivo en este domingo de futbol.
Durante la función se confirma -como en la vieja tonadilla infantil- que de los cuatro aspirantes que tenía, en realidad al PRI "ya nada más le quedan dos... dos": Francisco Labastida Ochoa y Roberto Madrazo Pintado. Entre ellos acabará dirimiéndose este primer ensayo "democratizador".
Media hora antes de que comience el espectáculo, convocados por el dirigente del partido, José Antonio González Fernández, y en presencia de Fernando Gutiérrez Barrios, los cuatro contendientes -mencionados en el acto en estricto orden alfabético- llegan al despacho del líder en donde, entre sorbos de café, hacen un pacto de caballeros.
González Fernández les dice en corto lo que más tarde habrá de repetirles frente a las cámaras: "šel adversario está afuera!". En resumidas cuentas y como en el box -acusan el mensaje- "no se vale pegar abajo del cinturón". Pronto se conocerán los términos en que Bartlett, Labastida, Madrazo y Roque comprometieron su palabra en favor de la unidad del partido, y pronto se sabrá también si habrán de cumplirla.
Aunque este domingo de PRI en la tele los dos rivales más fuertes -protagonistas de la indiscutible batalla entre los distintos PRI que hace tiempo se disputan la supremacía- no eliminaron de su discurso las líneas que buscan descalificar al otro.
"No traigo dinero sucio, no traigo manchas en mi pasado, no traigo mentiras ni sensacionalismos. šNo traigo demagogia!", se lanza Labastida sobre Madrazo en directa referencia a los recursos que el ex banquero Carlos Cabal Peniche hizo llegar al tricolor para financiar las campañas de 1994.
Y el tabasqueño insiste sutilmente en que Labastida es el hombre del sistema, el de la cargada, el de la línea. Advierte: "cada hecho de simulación, cada acto de la vieja cargada que atenta contra el voto libre y digno nos llevaría sin remedio a la derrota del 2000. Y de esto, todos seremos responsables. šTodos!". Cierra con "algunos quieren que la gente vote, pero que no elija.".
Así, de esta primera confrontación de personalidades y ofertas resalta: el tímido, vacilante intento de Francisco Labastida de desmarcarse del presidente Zedillo y negar el "carácter oficial" de su candidatura, y la poca fortuna de Humberto Roque, aunque es el único que improvisa termina enredándose en la historia al asumirse como quien pagó en 97 el costo político de la crisis que estalló en diciembre de 94.
Es notorio, también, el desdibujamiento de Manuel Bartlett, quien se autoproclama como el real impulsor del proceso democratizador interno y hace un largo, tedioso recuento de su trayectoria; y la desmemoria, el descaro de Roberto Madrazo, quien, como si el pasado no existiera, embiste a "la vieja cargada" y ofrece un gobierno honesto, sin complicidades ni corrupciones.
El logo del nuevo PRI, motivo para el albur
En la vieja sede del "nuevo PRI" -según reza el eslogan- se multiplican las esferas tricolores sostenidas por dos manos, lo que da pauta a que los más conspicuos priístas intercambien cualquier cantidad de "albures". Eso sí, muy "šdemocratizadores!" Un grupo de matraqueros se desgañita: šMadrazo, sí! šDedazo, no!, mientras los invitados -alrededor de mil 100- sudan la gota gorda para transitar por media docena de filtros de seguridad.
Un montón de edecanes se apuesta en la explanada, y junto a los accesos del auditorio, botecito en mano, solicitan su cooperación a los presentes, a quienes estampan pegotes tricolores ("con tu ayuda un nuevo PRI"). Francisco Galindo Musa revuelve en el bolsillo hasta encontrar una monedita y, displicente, la echa.
Lo mismo le pasa a la señora Teresa Uriarte de Labastida. Hurga con apuro en el bolso, encuentra un peso y lo deposita. Un espléndido Emilio Gamboa enrolla unos billetes y los hace entrar por la angosta ranura. Muchos, de plano, alzan los hombros para disculparse porque en esos momentos -algunos parafrasean a sus clásicos- no tienen cash.
De uno en uno, invitación en mano y gafete a la vista, los priístas se apuran para alcanzar su lugar. La maestra Elba Esther Gordillo confía en que la estrategia de abrir el proceso le rendirá frutos al priísmo, y no descarta que, en una de esas, la oposición alcance la alianza; y Manlio Fabio Beltrones, Samy David David y Fidel Herrera -"somos la corriente procoalición interna", se divierte el veracruzano- discuten sobre la oportunidad de los tiempos.
El show está por comenzar. Cada precandidato recibe 40 pases -10 para sus parientes y amigos y 30 más para los miembros de sus equipos- y cuenta con siete minutos -aunque Bartlett termina tomándose tres más- para exponer ideas y proyectos.
Van a dar las diez cuando entran al salón el líder del PRI, González Fernández, la secretaria general, Dulce María Sauri, y el conductor del proceso, Fernando Gutiérrez Barrios, con su tradicional copete, seguidos de los cuatro. El público estalla en aplausos. Se encienden las cámaras, bajan las luces y ya está todo a punto cuando... un retrasado Genaro Borrego irrumpe y aparece a cuadro.
A una señal del floor manager, el locutor hace la presentación, breve, brevísima -porque este domingo en el PRI se imponen otros tiempos, los de la televisión- y enseguida salta al escenario de utilería José Antonio. Los priístas alargan el aplauso.
En el extremo derecho del podio se acomodan los cuatro. En sesenta segundos, el líder despacha la protesta y, hábil como es, Madrazo levanta los brazos de Labastida y Roque. A Bartlett no le queda sino sumarse al gesto.
Eufóricos, los mil 100 invitados -ni los miembros del gabinete ni los gobernadores fueron llamados- se ponen de pie. Atrás, a silbidos y hasta mentadas, los fotógrafos protestan porque están a punto de perder la imagen de la jornada.
Corresponde a Gutiérrez Barrios abrir la ronda de oradores. Va al grano. Esta -defiende- es una competencia leal entre miembros de un mismo partido que expresan con diversos matices sus programas, pero coincidentes con una misma doctrina. Se trata de adversarios transitorios, no de enemigos.
De acuerdo con el programa, Bartlett es el primero en hacer su presentación. Salpica sus conceptos con la palabra "firmeza". Seis veces habrá de repetirla. Habla de sus premios y sus logros. Asegura: "conduje la Secretaría de Gobernación entre 82 y 88. Salí con las manos limpias, en paz, sin haber vulnerado ninguna libertad, ningún derecho".
Con la urgencia de posicionarse -está convencido de que el caballo que alcanza... gana-, Labastida se le va al cuello a su más fuerte adversario. "Condeno -remarca- los financiamientos vergonzantes". Y necesitado también de construir su propio espacio, aclara: "el gobierno debe estar al servicio de la gente y no de los indicadores macroeconómicos", para después dejar claro: "soy candidato por mi propia voluntad y mis propios méritos".
Y para que no haya lugar a confusiones, establece de entrada la relación que tendrá con su partido. La caracteriza "la más sana cercanía". Lejos deja aquella "sana distancia" ofrecida alguna vez por Ernesto Zedillo, a quien, sin embargo, hace un dilatado elogio (Bartlett y Madrazo no se refirieron en ningún momento al Presidente).
Madrazo destaca su pertenencia a la corriente histórica del PRI y dirige su mensaje a la militancia. Siente que ahí radica su fuerza y a ella habrá de apelar. Con teatralidad, extiende los brazos y finaliza: "šquiero ser presidente de México! Yo estoy listo.. šustedes deciden!"
Para Roque lo importante es poner énfasis en las maneras en que habrá de desarrollarse el proceso interno. La legalidad y la transparencia -dice- serán nuestro mejor aval.
La función termina con las palabras del líder del partido, quien habla de las bondades del proceso y de la unidad como requisito. Luego descalifica las gestiones de Cuauhtémoc Cárdenas y Vicente Fox y, sobrado, desafía: cualquiera de los cuatro priístas podrá ganarle hasta a una alianza opositora.
Más tarde, Leonardo Rodríguez Alcaine, El Periquín, acompañado de un gesto impublicable, traducirá lo que quiso decir su jefe: que a los priístas, la oposición les hace lo que el viento a Juárez.