Revoluciones estéticas
Miguel Angel Barrón Meza
Mucho se ha escrito sobre la belleza de las teorías científicas. En apoyo al carácter estético de la ciencia, indefectiblemente se cita a uno de los padres de la mecánica cuántica, Paul Dirac, quien afirmaba que la belleza esencial de una teoría era la verdadera razón por la que él creía en ella. Algunos defensores a ultranza de la naturaleza estética de la ciencia llegan al extremo de utilizar el criterio de belleza para distinguir entre científicos auténticos (aquellos que propone teorías bellas) de otros a quienes de manera peyorativa denominan maquiladores de la ciencia (aquellos que proponen teorías no bellas).
Como diría Perogrullo, un problema de carácter estético es aquel que se le plantea a un científico cuando intenta catalogar una teoría como bella o no bella. Si el mismo científico pretende elegir una teoría entre dos o más rivales para explicar ciertos hechos o resolver un determinado problema, y utiliza para ello un criterio estético, entonces el problema se torna de carácter filosófico.
El físico Steven Weinberg, premio Nobel al igual que Paul Dirac, hace una distinción entre la belleza en el arte convencional ųpintura, música, poesíaų y la belleza en la física. Una teoría científica es bella, dice Weinberg, si tiene simplicidad (economía) en las ideas; si tiene un sentido de inevitabilidad (completitud), es decir, si provoca la sensación de que nada en ella debe ser cambiado; finalmente, la teoría debe poseer rigidez (firmeza) lógica para que describa con precisión y claridad aquello que se desea.
No existen criterios estéticos bien definidos y universalmente aceptados que permitan catalogar de manera absoluta algo como bello. El sentido de la belleza es, desde este punto de vista, algo profundamente personal y subjetivo. Por ejemplo, mientras alguien pudiera sentirse extasiado ante un cuadro de Miró, otro podría pensar que por qué tanta alharaca por unas manchas de pintura carentes de forma y orden. Desde una perspectiva relativista, los dos puntos de vista son perfectamente válidos, de modo que afirmar que una obra artística o una teoría científica es bella resulta, para efectos prácticos, totalmente ocioso porque siempre habrá alguien que ųfundamentadamenteų opine lo contrario.
El problema de la elección de teorías científicas mediante criterios estéticos es, desde un punto de vista filosófico, mucho más interesante que la simple cuantificación de la belleza. Para los filósofos de la ciencia, dichos criterios introducen un elemento de irracionalidad que debe ser cuidadosamente estudiado, ya que la objetividad y la racionalidad de la ciencia quedan en entredicho.
El físico y filósofo estadunidense Thomas Kuhn afirmó que la importancia de las consideraciones estéticas en ocasiones puede ser decisiva para que un científico rechace un paradigma y elija otro, y ello puede ocurrir a pesar de que el primer paradigma muestre una precisión cuantitativa notablemente mayor que el segundo.
Existen pocos estudios sistemáticos de la influencia de los factores estéticos en las revoluciones científicas. Uno de ellos fue realizado recientemente por James McAllister, profesor de filosofía en la Universidad de Leiden, Holanda (Beauty and Revolution in Science, Cornell University Press, 1996). De acuerdo con este autor, el componente de simplicidad del criterio de belleza de las teorías ųsostenido por Steven Weinbergų es en realidad un componente empírico de las mismas, de modo que cuando un científico cree seleccionar una teoría por motivos estéticos en realidad está siendo influido por valoraciones de orden empírico.
El criterio estético puede actuar en la ciencia de manera conservadora, al impedir que se acepten aquellas teorías que rompen con los cánones de belleza vigentes. McAllister afirma que los adeptos a una teoría antigua retienen por un tiempo sus cánones estéticos, hasta que ųvoluntariamente o de manera forzadaų adoptan otros nuevos. En el momento en que se produce la ruptura estética (es decir, la adopción de nuevos cánones), es cuando realmente ocurren las revoluciones científicas.
McAllister radicaliza sus puntos de vista al afirmar que si no hay ruptura estética no hay revolución: desde su particular punto de vista, ni la teoría heliocéntrica de Copérnico ni la de la relatividad de Einstein produjeron auténticas revoluciones científicas, ya que sus adeptos mantuvieron los antiguos criterios estéticos. En cambio, la sustitución de elipses por círculos en astronomía y la preponderancia del indeterminismo sobre el determinismo en la mecánica cuántica sí las originaron.
Si los postulados de McAllister resultaran verdaderos, a partir de la publicación de su obra citada las revoluciones científicas deberían denominarse revoluciones estéticas.
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