León Bendesky
¡Es la economía!

La principal preocupación de la sociedad mexicana es el estado de la economía. Y esto por la simple razón del efecto adverso que su funcionamiento produce en las condiciones de vida y en el bienestar. Es ahí donde está integrada la demanda general por mayor seguridad, ya que el temor de ser víctima de la delincuencia no se puede separar de la degradación económica que se ha producido durante ya largos años. Así, la inseguridad abarca, también, el temor por perder el empleo o por no encontrarlo, la angustia que causa un ingreso que no alcanza, la atención médica que no se recibe o la vivienda que no se puede adquirir, la imposibilidad de fraguar un patrimonio por pequeño que éste sea. El horizonte de las oportunidades y las posibilidades de una vida mejor se ha achatado de modo muy visible.

Bien harían los políticos en hacer caso de esta condición que define la existencia de la gran mayoría de la población en el país. Eso incluye tanto a los políticos que tienen hoy el mando del gobierno y la responsabilidad de cambiar decisivamente el curso de las cosas, como a todos los que pretenden llegar a esa posición. La cuerda se ha estado estirando durante mucho tiempo y ya está muy tensa. La creciente desigualdad económica y social, la desconfianza, la incertidumbre, la impunidad y el agravio son marcas indelebles. Nadie puede saber cuánto resiste esa cuerda, no hay teorías que sirvan para aproximarse a ello; puede haber, en cambio, sensibilidad y ése parece un bien escaso. Pero, claro, se dirá que Venezuela es un país lejano y seguramente sus políticos son irresponsables y sus habitantes no saben lo que hacen, eso siempre es un consuelo cuando se ve a la distancia y cuando no se aprecian suficientemente los riesgos que se tienen enfrente.

Los indicadores más recientes de la evolución de la economía no son halagüeños. Mientras la inflación sigue creciendo a tasas muy reducidas (apenas 0.39 por ciento en la primera quincena de julio) para satisfacción de las autoridades monetarias, los indicios son que la producción interna sigue en un estado de inmovilidad. Al discurso oficial se contrapone otro por parte de los empresarios que admiten la falta de recuperación de los mercados y la insuficiencia en la creación de empleos, y los trabajadores saben bien del retraso salarial. Esto expresa cada vez de modo más claro la imposibilidad de anclar un proceso de crecimiento sólido en un sector exportador desligado del resto de los agentes económicos. En tanto la política económica no sea capaz de movilizar de manera efectiva los recursos internos no habrá crecimiento duradero y estable.

Hoy, la forma de mantener la estabilidad de precios es restringiendo la demanda agregada, y es claro que si aumenta la actividad económica habrá nuevos desequilibrios externos y mayor presión sobre el tipo de cambio y las tasas de interés.

Esto lo sabe cualquier economista de la orientación ideológica que sea, aunque prefiera no aceptarlo, y para saber por qué habría que consultar a su psiquiatra o cuando menos a su jefe. Ya hicieron lo que mandaba el llamado Consenso de Washington y no resultó suficiente. Por el contrario, la dinámica económica no se ha podido sostener y el sistema bancario sigue en condiciones inoperantes, nadie sabe cuánto más costará resucitarlo. Pero ya se preparan para hacer lo que sigue con la segunda generación de reformas, pero sobre una institucionalidad con pies de barro.

Hay una cuestión que valdría la pena debatir abiertamente y sin dogmatismos y es la siguiente: ¿qué es lo que ha cambiado de manera fundamental en el proceso de creación de la riqueza, en el marco de lo que se conoce como la globalización, que permita que esta economía crezca y se desarrolle con las políticas actuales? Pero enfrentemos esta cuestión sin dogmas y demostremos que ello se puede hacer sin esa movilización de los recursos internos: humanos, naturales, de infraestructura, financieros y culturales.

Hasta ahora los aspirantes a gobernar al país han sido parcos en unos casos; en otros, muestran su falta de propuestas y una enorme sumisión al poder del cual dependen; y en otros más abusan de la audacia que puede quedarse sólo en el discurso. Para ofrecer a la nación una alternativa económica hace falta imaginación y claridad sobre la sociedad que se quiere, se necesita de un respaldo técnico sólido y políticas viables que puedan construir a partir de lo que hoy se tiene y aprovechando al máximo las reformas que se han realizado, y logrando, a partir de esa base, proponer una convocatoria que respalde políticamente un proyecto de país que hoy ha perdido la capacidad de sumar fuerzas y convicciones.