Astillero Ť Julio Hernández López
El arranque oficial de las campañas de los cuatro precandidatos priístas a la Presidencia se ha dado en un escenario insólito: el de la esperanzadora posibilidad de que los dos principales partidos de oposición, el PAN y el PRD, pudiesen llegar a un acuerdo político que les permitiese presentar candidatos conjuntos a la Presidencia de la República, así como a los cargos legislativos federales elegibles, el año entrante.
Tal posibilidad de alianza electoral opositora ha cambiado --al confirmarse su viabilidad-- las circunstancias políticas nacionales de una manera extraordinaria.
De hecho, en unos cuantos meses los mexicanos hemos presenciado el irreversible deterioro del aparato presidencial que durante décadas había dominado asfixiantemente la vida pública, en particular las actividades cívicas, políticas y electorales.
Mal de fábrica
A causa de una deficiencia de origen (en la que concurrieron inexperiencia, apatía, ingenuidad y frivolidad), la operación política correspondiente a la Presidencia de la República ha causado en lo que va del sexenio en curso una serie de desajustes y cambios políticos altamente trascendentes.
Aparte del decaimiento del rigor con el que antaño se ejercía el control político (basta recordar la mano férrea del salinismo), el estilo de gobierno del doctor Ernesto Zedillo ha enterrado (con buenas intenciones, pero con peligrosos resultados) la forma tradicional de relevo presidencial con la que el sistema se había garantizado durante décadas que la sucesión fundamental se diese en un marco ordenado (injusto y sin democracia, pero ordenado).
Una primera consecuencia de esa incapacidad de los operadores de Los Pinos para darle viabilidad y fuerza a su opción sucesoria (la de Francisco Labastida Ochoa) ha sido la altamente riesgosa polarización que se ha dado ya con el adversario del zedillismo que es el salinismo postulante de Roberto Madrazo Pintado como apuesta por la Presidencia de la República.
Renos y dinos rumbo a la reunificación
Pero ahora, ante las posibilidades de unificación de los dos principales partidos opositores, el priismo en conjunto (zedillistas y salinistas, labastidistas y madracistas, duros y blandos, reformistas y conservadores, reno(vadore)s y dinos(aurios) está en peligro real de perder el poder.
Un resultado inmediato de esas posibilidades unitarias es el acotamiento del falso abanico de precandidaturas priístas. Frente a un proceso de elección o de consulta de un candidato presidencial opositor único, quedan totalmente fuera de contexto las aspiraciones de Manuel Bartlett y de Humberto Roque.
Ya el propio creador de la roqueseñal ha tomado nota de la gravedad de la situación y ha advertido que el PRI debería cambiar de estrategia si la oposición se une. Bartlett, sean o no ciertas las acusaciones que se le hacen, necesariamente quedaría fuera de oportunidad política, pues su figura poca posibilidad de competencia tendría frente a un candidato opositor único.
Otra reacción natural será la de los principales factores de interés y de presión política al interior del PRI. Frente a un riesgo cierto de perder la elección presidencial, los segmentos más densos del sistema habrán de aplicarse para conseguir que cesen los pleitos en las alturas (el choque de trenes del salinismo contra el zedillismo) y no se pongan más en riesgo los fuertes, importantes (a veces hasta criminales) intereses de esas franjas de privilegios históricos.
Consulta o primarias, that is the question
Conviene, sin embargo, tener cuidado en el punto que podría entrampar las posturas panista y perredista favorables a la unificación: elecciones primarias, como pide Cuauhtémoc Cárdenas, o consulta, como propone la cúpula blanquiazul.
Ambas propuestas, ciertamente, tienen inconvenientes y presentan aristas que, de no ser adecuadamente atendidas desde ahora, podrían sentar las bases para inconformidades futuras que acaso desembocarían en reticencias para asumir los resultados y para apoyar genuinamente al triunfador.
Tal como los panistas recelan, es cierto que una elección abierta conlleva los riesgos de que factores ajenos a las formaciones opositoras pretendan inducir resultados, al presentarse a las urnas como si fuesen realmente opositores y no enviados del oficialismo para torcer el proceso, sembrar motivos de discordia y empujar hacia el triunfo justamente al precandidato que el priismo considerase menos peligroso.
También es cierto, por otra parte, que la encuesta, o consulta, que proponen los panistas, difícilmente podría reflejar la auténtica voluntad mayoritaria de los verdaderos votantes de una alianza opositora. Con una cultura política dominada por la simulación, con instrumentos demoscópicos todavía imperfectos, con tantos demonios de-seosos de meter la cola, tampoco son los métodos de las encuestas los más adecuados para saber a quién preferirían los panistas y los perredistas (más los militantes de los otros partidos opositores concurrentes a la alianza) como candidato presidencial.
Pero, mientras resuelven la manera de conciliar las dos posturas, y habida cuenta de que existe una real voluntad de ambos lados (panista y perredista) de avanzar (Fox ha dicho que si Cárdenas acerca o modifica su postura original a la del PRD en general, entonces el arroz de la candidatura única ``ya se coció'', y Cárdenas, aunque renuente todavía, ha dejado ver que no se aferrará a la idea de las elecciones primarias), en el PRI es donde hoy están, por primera vez en la historia de las elecciones presidenciales mexicanas, las dudas, las confusiones, los enfrentamientos, los temores.
El fantasma opositor convoca a la unidad
Ayer, en el arranque de su proceso interno, la palabra clave fue la de ``unidad'', y la sombra permanente fue la de la coalición opositora. Por ello, Fernando Gutiérrez Barrios, el garante de que el proceso priísta no se descarrile, ha advertido que los llamados cuatro fantásticos (dos, en realidad) son adversarios transitorios, no enemigos.
Y los dos principales fantásticos han asumido ese compromiso de unidad, así sea de tabasqueños dientes para fuera, y significativamente han abierto fuego no entre ellos, sino hacia las políticas del presidente del sexenio más corto (estas licencias literarias sólo pueden florecer en un mundo alrevesado como es el de la política mexicana, donde un sexenio de poder presidencial puede no durar seis años, sino mucho menos).
Así ha dicho Labastida Ochoa (el candidato del oficialismo que debe crecer aún a costa de su amigo presidente, paradójicamente para poder aspirar de mejor manera a ganar la candidatura, luego la Presidencia, y finalmente cuidarle las espaldas al que entonces se habrá ido) que de llegar a Los Pinos no gobernará de cara a los indicadores macroeconómicos.
Y Madrazo Pintado ha dicho que de no atenderse los reclamos de los priístas, y de no elegirse democráticamente al candidato presidencial priísta, entonces se correrán riesgos derivados de la imposición.
Por lo pronto, la fiesta priísta tuvo como invitado incómodo al fantasma de la alianza opositora. En estos días veremos si la amenaza se desvanece o si hemos entrado de verdad en México al carril histórico de la verdadera competencia por el poder real.
Astillas: El gobernador de Jalisco, Alberto Cárdenas Jiménez, desató en días pasados el futurismo electoral, al señalar al presidente municipal de Guadalajara, Francisco Ramírez Acuña, como su posible sucesor. Ya que ambos panistas, el gobernador y el alcalde, pertenecen a diversas corrientes dentro del blanquiazul, las palabras de Cárdenas Jiménez debieron multiplicarse para incluir en la lista de presuntos a otros personajes que son de su misma línea, como Fernando Guzmán y César Coll. La pugna entre los panistas se dará allá a partir de las posiciones conservadoras de ambas corrientes, pero con los matices de cierto apego doctrinario en el caso de Ramírez Acuña y de un franco ultraderechismo en el otro bando. El acelere panista tuvo también resonancia en los demás partidos: en el PRD se mueve Raúl Padilla, ex rector de la U de G, y en el PRI Juan Manuel Correa Ceceña...
Fax: 5 45 04 73 Correo electrónico: