La Jornada Semanal, 1 de agosto de 1999



(h)ojeadas


Signos como pequeñas heridas

Mario Bellatin



Carmen Boullosa,
Treinta años,
Alfaguara,
México, 1999.

Hace mucho tiempo, cuando la escritura estaba reservada sólo para algunos, hubo una mujer que recorría poblado tras poblado contando historias. Tenía la piel tan llena de arrugas que parecía la de un elefante. Los pobladores aprovechaban las primeras horas de la noche para sentarse a su alrededor y escuchar una serie de relatos que se extendían hasta que los oyentes caían rendidos de cansancio. A cambio la mujer recibía cobijo y alimentación. Incluso le daban un atado con víveres para que se sostuviera hasta su llegada al poblado siguiente. La mujer era conocida como la Mujer Historias. Algunos decían que tenía grabada en la espalda una serie de signos. Alguien que los había visto afirmó que parecían pequeñas heridas causadas por una aguja.

Lo curioso era que, a pesar de que se lo preguntaban una y otra vez, la mujer no sabía de dónde provenían las narraciones que iba elaborando. No recordaba haberlas soñado, ni que le hubieran sucedido a ella o a otras personas. Sentía que alguien se las soplaba al oído mientras las iba diciendo. Afirmaba no conocer cómo aparecían las andanzas, las alegrías, las muertes y aventuras de una serie de personajes que cobraban vida al ser nombrados. Sólo una vez se atrevió a desafiar a la musa que la acompañaba en su peregrinaje. Fue cuando de manera consciente decidió hablar de un pasaje de su infancia. En el momento de mencionar el lugar donde había nacido, la lengua se le trabó. A partir de entonces la Mujer Historias enmudeció para siempre.

Este suceso, que no recuerdo dónde leí, apareció repetidas veces en mi mente mientras iba recorriendo las páginas del libro Treinta años, de Carmen Boullosa. ¿De dónde provienen realmente las ficciones que se van contando? ¿Hasta qué punto un hacedor de relatos tiene la libertad para decir lo que verdaderamente se propone? ¿Cuán necesarios son los disfraces y las máscaras, incluso la necesidad de creer que lo narrado es cierto para poder sentirnos amparados en esta credibilidad? Me parece que el tema central de esta novela es un recuento de las angustias por las que pasa el acto de narrar. ¿Quién nos cuenta la novela? ¿Cuál es la perspectiva de este relator? La Mujer Historias era un personaje de carne y hueso sentado frente a una fogata, que incluso pese a su corporeidad estaba entrampada en un universo de ficciones que no era capaz de entender. En este caso nos encontramos con una voz narrativa que se atreve a preguntarse por las esencias que mueven a las personas a contar y oírse entre ellas.

Para lograr este cuestionamiento, la novela se zambulle en una búsqueda para mostrar las distintas formas como se puede narrar algo, y es precisamente en este despliegue de registros donde se halla la vitalidad literaria de este libro. Desde las páginas iniciales es evidente la necesidad de hacer real lo irreal y viceversa, de demostrar que las cosas del mundo por todos conocido obedecen a lógicas muchas veces absurdas. Comenzamos siendo testigos de una extraña epidemia de gripe que amenaza con extinguir al género humano, para pasar de inmediato al mundo fantástico del poblado de Agustini. Es excepcional el contrapunto que se comienza a establecer entre Europa y el pequeño poblado, entre el inusitado pensamiento racional de la niña Delmira y el espacio desbordante que debe habitar; entre la historia política oficial y la contrastante visión que de ella tienen sus protagonistas. Este juego en conjunto produce atmósferas tan extrañas como las que se viven durante la ensoñación, donde no sabemos si es más real el cocodrilo albino que hace piruetas en la habitación de Delmira o los niños tosiendo al unísono en el U-Bahn de Berlín.

El planteamiento es simple en apariencia. A partir de los recuerdos de una intelectual latinoamericana radicada en Alemania, se descubre la crónica oculta de un pueblo que no sólo se representa a sí mismo, sino donde están contenidos los mitos que sostienen a todos los pueblos. Desde un inicio se advierte que la novela está codificada. El pueblo se llama Agustini y la protagonista Delmira. Delmira la de Agustini, suelen nombrar al personaje. Desde el comienzo se sabe entonces que se trata de una ficción dentro de la ficción, que se está ante el infinito espacio de lo literario, donde las intenciones conscientes y propósitos extra narrativos se diluyen hasta entrampar al narrador en el laberinto que él mismo creó. Ignoramos quién cuenta, no conocemos los alcances y la razón de ser de los mundos representados, no podemos creer que sean la misma persona la Delmira de Agustini y la intelectual que vive en Berlín. Pero precisamente el hecho de no saberlo, de sólo intuirlo, nos hace entender que estamos ante una verdadera novela, frente a una estructura literaria que se sostiene precisamente en lo literario para cobrar sentido. Con esto se podría decir que considero que existen novelas que son más o menos literarias. A lo que me refiero en realidad es a que Treinta años pertenece a esa línea de obras narrativas que no llevan a remolque una carga de realidad para que funcionen como texto. En este libro están los elementos para lograr que lo verosímil no tenga que ver con lo creíble.

Es importante señalar el instante en el que se encuentra esta intelectual al momento de empezar la narración. Está encerrada en su departamento europeo. Ella misma afirma que ha cometido un grave error de orden académico y que por ese motivo debe abandonar la vida que ha elegido. Por ciertos indicios se descubre que su falta fue plagiar a Lope de Vega; peor aún, modificó a su antojo las traducciones que debía hacer del español al alemán. Este hecho es suficiente para desmoronar el universo construido a base de racionalidad y al instante establece un puente con aquel pasado de fábula que parecía sepultado. Pienso en Felipillo, el traductor traidor que durante el Imperio Incaico motivó el asesinato de Atahualpa. Recuerdo las noticias políticas de algunos diarios, donde un traductor traidor representa otra realidad. Quizá la modificación de las traducciones no fue sino un acto inconsciente cometido por el personaje para reencontrar un pasado del cual no sabe si debe arrepentirse o no debió abandonar. No lo sé.

Aunque se suponía que iba a escribir sólo de Treinta años de Carmen Boullosa, empecé refiriéndome a la vieja leyenda de la Mujer Historias. Repito que se me apareció varias veces durante la lectura del libro. Ahora sé que quizá fuera porque este libro es la mejor prueba de que la lengua de Carmen Boullosa no se trabará. Y lo creo porque a pesar de la insistencia del narrador por establecer una serie de registros literarios, alcances, enigmas al lector; de ser un claro reto a las voces que quién sabe de dónde nos soplan cosas al oído mientras escribimos, el relato se sitúa en un más allá abstracto que no creo que ninguno de nosotros esté en capacidad de analizar sino tan sólo de someternos al disfrute estético que nos ofrecen estos mundos representados. ¿Habrá querido Carmen Boullosa poner punto final a toda una tradición donde el exotismo es una de las marcas definitorias? ¿Su intención habrá sido la de llevar las cosas al límite para que todo lo que venga después no pueda ser sino una parodia de la parodia? ¿Nos encontraremos en una situación similar a la de hace cinco siglos, cuando era necesarísimo acabar de una vez por todas con el acartonamiento al que habían llegado las novelas de caballería?

Estoy seguro de que se acabó la inocencia para mencionar nuestras realidades. Bienvenido quien lea este libro disfrutando abiertamente con los sucesos y ocurrencias de la serie de personajes entrañables que flotan en las pupilas de una niña, pero serán recompensados verdaderamente los que traten de desarticular este tratado villano donde cada palabra parece contener una clave. Carmen Boullosa parece decirnos que sin conocer lo inmutable no se pueden construir los cimientos de una nueva literatura, pero también que sin conocer lo mudable el estilo no puede renovarse.

Cuando acababa el libro me preguntaba qué significarían los signos marcados en la espalda de la Mujer Historias. Aquellas como heridas hechas por una fina aguja, a cuya contemplación pocos tenían acceso. Quizá le servían para salvaguardar su condición de Mujer Historias, y tal vez desaparecieron cuando su lengua quedó trabada. No creo que los signos en Carmen Boullosa estén marcados en la piel. No los imprimió ninguna aguja. Son imperceptibles, y el hecho de que no se vean pero se intuya su presencia, hace que esté garantizado el vigor de su literatura.



H i s t o r i a


Marxistas-Annalistas

Marcela Dávalos



Carlos Antonio Aguirre Rojas,
La Escuela de los Annales. Ayer, Hoy, Mañana,
Montesinos/Biblioteca de Divulgación Temática No. 69
España, 1999.

Hace tiempo que la historia dejó de ser el registro de los grandes acontecimientos. Una nueva historia, surgida de la desesperanza posterior a la primera guerra mundial, comenzó a ser escrita por ese grupo llamado La Escuela de los Annales, que polemizaba con todo aquello que hasta entonces se había entendido como ``relato de los acontecimientos y de los hechos dignos de memoria'': la actuación de los grandes personajes políticos, las guerras, las firmas de tratados o los asuntos nacionales.

La nueva situación mundial terminó con los tiempos perennes del siglo XIX y derrumbó todas las certezas morales. Las guerras, la crisis de 1929, los fascismos, la emergencia de un nuevo modelo económico, la transformación de los hábitos en la vida cotidiana y los nuevos medios de comunicación fueron algunos de los aspectos que rompieron con aquella estabilidad y motivaron la búsqueda de otros tiempos, de otros criterios para medir el pasado.

En el artículo ``Combate por la historia'', los fundadores de la revista Annales, Marc Bloch y Lucien Febvre, anunciaron que acabarían con ``una pedagogía destinada a formar ciudadanos y patriotas y un arma al servicio del Estado y de la Nación''. El combate era contra un mundo que homogeneizaba y, desde los Annales (1929), Annales de Historia Social (1941) o Annales. Economías. Sociedades. Civilizaciones (1946), los miembros de la revista siempre encontraron en las diferencias y en la larga duración la llave para criticar al supuesto proceso civilizatorio.

Así, Lucien Febvre hizo una lectura de Rabelais y Lutero contraria a la que hasta entonces los consideraba modernos y librepensadores; Marc Bloch halló en el pensamiento medieval tradiciones míticas; Jean Pierre Vernant hizo una lectura historizada de los mitos; Jacques Le Goff construyó el tiempo de la iglesia y el de los mercaderes, y Fernand Braudel convirtió al mar en protagonista de una historia que reveló a los hombres mediterráneos la prolongación de antiquísimos hábitos. En fin, en su inquietud por terminar con la idea monolítica de la historia positivista, Annales dialogó con otras ciencias sociales, desde la antropología hasta la psicología, pasando por la geografía y la lingüística; dudaron del hecho histórico ya que, decían, siendo el historiador quien elige e interpreta las fuentes, ¿quién puede tener autoridad para seleccionar los acontecimientos?

El libro La Escuela de los Annales expone la vida de esa famosa revista ubicándola en una geografía de trazos temporales. Luego de periodizar los tres Annales principales (el primero, desde su fundación hasta 1941, año en que Lucien Febvre encabezó la revista; el segundo, de 1956 a 1968, bajo la dirección de Fernand Braudel; y el tercero, nacido de la ruptura cultural del 1968 hasta el famoso número ``Un giro crítico'' de 1989, en que los miembros decidieron reflexionar sobre el camino andado), Carlos Aguirre Rojas hace otras cuatro subdivisiones: 1) Etapa formativa o ``Prehistoria de los Annales''; 2) Annales de transición o Annales de Lucien Febvre, pues Marc Bloch fue perseguido por los nazis y debió retirarse del proyecto; 3) Annales braudelianos, y 4) Annales marxistas o ``marxistas-annalistas''.

El sentido de esta exhaustiva periodización se dirige a mostrar los desvíos irreparables de los terceros Annales, debido a que el libro de Carlos Aguirre es un balance de la escuela marxista: para él, durante los años que van de 1968 a 1989 la revista se alejó de las propuestas de sus fundadores y relegó ``a un segundo plano a la historia económica y social, relegando también con ella el fecundo diálogo que los Annales mantuvieron, antes de 1968, con el marxismo y con los marxismos que les fueron contemporáneos''. El error de esos terceros Annales fue ``ocuparse de temas que antes habían sido poco frecuentados, popularizando y multiplicando las investigaciones sobre la historia de la familia, sobre las tradiciones y formas de conciencia de una clase obrera en gestación, sobre la historia del miedo o de los olores, sobre la sensibilidad y las actitudes morales de una cierta sociedad, sobre los imaginarios populares, sobre el nacimiento de la idea del purgatorio, sobre la cosmovisión de un molinero en el siglo XVII, sobre la historia de la locura o de la razón punitiva en las épocas clásica y moderna, sobre la historia de la vida privada y de la vida cotidiana, sobre el imaginario trifuncional del feudalismo, sobre la idea de la muerte o la descristianización, o sobre la imagen del niño en el antiguo régimen o los estratos condensados en el rito y el mito del aquelarre europeo entre muchas otras''. Esta postura respecto a esos Annales ``vagos'' y en una ``clara situación de pérdida'', se debe a que el libro La Escuela de los Annales considera que la objetividad braudeliana, en su versión de ``las estructuras materiales'' debe ser el eje que ordene las investigaciones históricas, so riesgo de perder toda sistematicidad y metodología. Por ello reitera el extravío respecto a sus fundadores y en particular a Fernand Braudel como los maestros de verdad, sin considerar que historias como la de la muerte, la familia, la locura o los olores evidencian que hay múltiples racionalidades y no una sola objetividad; racionalidades que, por cierto, son construcciones temporales, efímeras, que relativizan la aparente identidad de nuestros valores actuales o, dicho de otra manera, evidencian la irracionalidad del presente.



C u e Ť t o


La frontera también cuenta

Leo Eduardo Mendoza



Eduardo Antonio Parra,
Tierra de nadie,
Editorial ERA,
México, 1999.

La narrativa surgida en el norte del país -vasto territorio imaginario- ha sido catalogada de muy diversas maneras. Se habla tanto de literatura del desierto como de narrativa fronteriza, a más de otras clasificaciones. Y a pesar de lo vaga que es esta taxonomía, ambas vertientes se juntan en algunos de los escritores que han despuntado con más originalidad y fuerza. Tal es el caso de Eduardo Antonio Parra: con tan sólo dos libros de cuentos, sin duda la suya es una de las voces más representativas de la nueva narrativa mexicana. La obra de Parra -como la de Elmer Mendoza, Ignacio Toscano, Juan José Rodríguez y muchos otros- concreta el sueño de independencia de las llamadas literaturas regionales. Más allá del centralismo cultural y político que convierte en periferia todo lo que toca, escritores como Parra nos demuestran que allá lejos - en la borderline- se escribe bien -muy bien- y el mundo es, las más de las veces y como en todos lados, alucinante, oscuro y perverso.

Tierra de nadie -segundo libro de historias de Eduardo Antonio Parra, editado por Era al igual que Los territorios de la noche- confirma el extraordinario talento de este narrador para atraparnos en el vértigo de sus historias. Sus cuentos se leen de corrido, en una especie de furiosa cabalgata. Pero ese vértigo -del cual sólo escapan los relatos extremos, aquellos que abren y cierran el libro- es el producto de una prosa elaborada con la paciencia del artesano.

Para Eduardo Antonio Parra la escritura es, antes que nada, una lucha con las palabras. Un escritor ciego y bibliómano dijo alguna vez que sólo existe un puñado de temas a los cuales se vuelve una y otra y otra vez. Parra lo sabe por experiencia propia: sus cuentos son recreaciones cuidadosas pero no menos efectivas del universo que nos presentó en su primer libro. Un mundo lleno de sangre, de terror, a veces de amor y, las más veces, de amargura y desengaño. Pero esto no limita para nada la eficacia de cada cuento ni la fuerza de su prosa. Muy al contrario dota de carne, de alma, a las obsesiones y los temas del autor. Parra ha inventado un espacio fronterizo -rural, urbano y primigenio- que sólo puede ser habitado por sus criaturas, casi todas ellas frágiles, dolientes, asustadas, sin salvación posible, ni siquiera por el amor.

Los nueve relatos que componen Tierra de nadie constituyen una revelación -incluso cuando de antemano descubren los hilos de su trama-: los personajes de Parra viven en una tensión permanente y ésta se transmite a los lectores como una corriente eléctrica gracias al cuidadoso trabajo narrativo. Así, el pleito entre los dos gandules de barriada de ``La navaja'' se convierte en una ballet mortal, preciso en sus descripciones y sus acciones, que sólo puede conducir al aniquilamiento de uno de los antagonistas; una muerte por demás absurda, gratuita, en un sordo estallido de violencia...

Los cuentos de Parra están dotados de una dureza extrema: no hay piedad para los personajes y, cuando ésta existe, la muerte termina con cualquier ilusión: el profesor rural que desea ayudar a su antiguo colega sólo acierta a quitarle la vida; el reportero de nota roja, maravillado ante una pareja de amantes pordioseros, se rebela contra los ávidos buscadores de amarillismo y contra sus propios jefes para contarnos una historia de amor que deviene tragedia.

El de Parra es un mundo desolado. Territorio de fantasmas, de apariciones, de mujeres capaces de aguardar -Penélopes de la frontera- la vuelta de su hombre, ganando mientras tanto fama de santas o de brujas, o bendiciendo a los que parten al otro lado: un mundo con su propia y muy particular mitología, sin embargo común a todos nosotros. He ahí uno de los grandes aciertos de la obra de Parra: aun cuando sus personajes pertenecen a un territorio, sus vidas, sus fracasos, sus escasas alegrías nos tocan a todos por igual. Los personajes de Parra son los marginados del sueño fronterizo que los acecha y los desprecia: un Telémaco cargador busca a su padre en todos y cada uno de los autos que cruzan el puente internacional, mientras un par de amigos, en el otro lado, queman su vida en un hotel de jubilados y las maravillas soñadas se convierten en pesadillas tanto para quienes resisten los embates de un pueblo fantasma como para el travesti burlado por aquellos policías a quienes, paradójicamente, desea.

Tierra de nadie es un libro cuya brevedad -poco más de un centenar de páginas- se ve compensada por la intensidad de los textos, obtenida mediante un cuidadoso trabajo escritural. Los editores mencionan en la cuarta de forros del libro que la obra de Parra está emparentada con la de Rulfo y la de Revueltas. Y no hay duda: son estos dos escritores los demiurgos a cuyo amparo Parra ha escrito sus cuentos; textos fronterizos, norteños, pero también universales.



FICHERO

Biografía

Duchamp, Calvin Tomkins, Biblioteca de la memoria, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 1999, 639 pp.

Crónica

Crónicas desde el país vecino, Luis Arturo Ramos, Col. Confabuladores, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1998, 131 pp.

Ensayo (económico)

La banca en México, 1820-1920, Leonor Ludlow y Carlos Marichal (coordinadores), Col. Lecturas de historia económica mexicana, Instituto Mora/El Colegio de Michoacán/El Colegio de México/Instituto de Investigaciones Históricas-UNAM, México, 1998, 269 pp.

Ensayo (filosófico)

Cinco filósofos y lo sagrado y un ensayo sobre la presencia, Ramón Xirau,

El Colegio Nacional, México, 1999, 119 pp.

Ensayo (literario)

Teorías del cuento IV. Cuentos sobre el cuento, Lauro Zavala, Col. El estudio, Difusión Cultural UNAM, México, 1998, 401 pp.

Los dientes eran el piano. Un estudio sobre arte e imaginación, Hugo Hiriart, Tusquets Editores, México, 1999, 257 pp.

Un suspiro fugaz de gasolina. Los murmullos estridentes de Salvador Gallardo Dávalos y Leticia López, Gobierno del Estado de Aguascalientes/Instituto Cultural de Aguascalientes, México, 1998, 300 pp.

El espejo y la nada, Federico Patán, Textos de Difusión Cultural. Serie Diagonal, Coordinación de Difusión Cultural/Dirección de Literatura/UNAM, México, 174 pp.

Ensayo (musical)

En la más honda música de selva, José Antonio Alcaraz, presentación de Héctor Anaya, Col. Lecturas mexicanas, cuarta serie, Conaculta, México, 179 pp.

Ensayo (político)

El Partido Acción Nacional: la larga marcha, 1939-1994. Oposición leal y partido de protesta, Soledad Loaeza, Col. Sección de Obras de Política y Derecho, Fondo de Cultura Económica, México, 1999, 607 pp.

El crédito en Nueva España, María del Pilar Martínez López-Cano y Guillermina del Valle Pavón (coordinadoras), Col. Lecturas de historia económica mexicana, Instituto Mora/El Colegio de Michoacán/El Colegio de México/Instituto de Investigaciones Históricas-UNAM, México, 1998, 243 pp.

Milenarismo

El fin de los tiempos, J.C. Carriére, J. Delumeau, U. Eco, S.Jay Gould, Col. Argumentos, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 1999, 283 pp.

Narrativa

De los niños nada se sabe, Simona Vinci, Panorama de narrativas, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 1999, 183 pp.

El hombre que gustaba de mirar la lluvia, Armando Ortiz, núm. 189, Fondo Editorial Tierra Adentro/Conaculta, México, 1999, 121 pp.

La suerte de la consorte. Las esposas de los gobernantes de México: historia de un olvido y relato de un fracaso, Sara Sefchovich, Col. Tiempo de México, Editorial Océano, México, 1999, 470 pp.

Suite de la duda, Guadalupe Angeles, Col. Los cuadernos del jabalí, Unidad Editorial del Gobierno de Jalisco, México, 89 pp.

Cartas cruzadas, Darío Jaramillo Agudelo, Col. Biblioteca Era, Ediciones Era, México, 1999, 557 pp.

Yo amo a mi mami, Jaime Bayly, Narrativas hispánicas, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 1999, 401 pp.

Poesía

Manual de viento y esgrima, Alfredo García Valdez, Libros del bosque, 2, México, 1998, 65 pp.

La medida, Víctor Manuel Pazarín, Col. Los cuadernos del jabalí, Unidad Editorial del Gobierno de Jalisco, México, 65 pp.

Fragmentos, Jesús Miguel Montes, Revista Cultura de Veracruz, núm. 11, México, 54 pp.

Asiento en las ruinas, Antonio José Ponte, Col. Pinos nuevos, Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 57 pp.

Cuaderno carmesí, Jorge Ortega, núm. 134, Fondo Editorial Tierra Adentro/Conaculta, México, 88 pp.

Teatro

Triste golondrina macho/Amor del bueno/Muy señor mío, Manuel Puig, edición al cuidado de Graciela Goldchluk y Julia Romero, Col. Ficciones, Beatriz Viterbo Editora, Rosario, Argentina, 1998, 222 pp.

Bajo un manto de estrellas/El misterio del ramo de rosas, Manuel Puig, Col. Ficciones, Beatriz Viterbo Editora, Rosario, Argentina, 1998, 159 pp.