La Jornada Semanal, 1 de agosto de 1999



Germaine Gómez Haro


Artes visuales


La Vena de Germán Venegas



Desde su exposición individual en el Museo de Arte Moderno en 1993, ``Polvo de imágenes'', el pintor y escultor Germán Venegas se había mantenido prácticamente alejado del circuito de exposiciones, tanto en museos como en galerías. Poco supimos de él en estos últimos seis años. La exposición en el MAM, como el mismo artista lo manifestó en ese momento, marcó el fin de un ciclo en su quehacer artístico para dar inicio a una nueva búsqueda: la exploración a fondo de la pintura-pintura. Recordemos que, si bien en sus primeras exposiciones en la galería OMR (1988) Venegas se dio a conocer en ese momento como pintor con obras insertas en la corriente ``neomexicanista'', su oficio inicial fue el de tallador, siguiendo la tradición familiar de artesanos poblanos, para más tarde destacar profesionalmente en el ámbito artístico como un notable escultor en madera. Muchas de sus obras tempranas fueron productos híbridos en los que combinaba, con fortuna y acierto, pinturas y relieves en madera. Sin embargo, poco a poco fue dejando a un lado el lenguaje pictórico para concentrarse de lleno en sus magníficas tallas. Actualmente, quizá sea más conocido como tallador que como pintor.

El regreso a la pintura y su total dedicación a esta técnica no ha sido tarea fácil. Como complemento a su indagación formal en el terreno pictórico, Venegas se ha abocado en los últimos tiempos al estudio de las filosofías y religiones de la Antigüedad -China, Japón, India, así como el mundo grecorromano y precolombino-, aprendizaje que ha modificado sustancialmente su percepción de la vida y de la muerte y ha enriquecido su iconografía dotándola de una esencia de espiritualidad universal. Así, en sus pinturas y dibujos recientes conviven escenas y alusiones a deidades e iconos orientales y occidentales, mezcladas con sutileza en composiciones ajenas a toda interpretación convencional. Una sorprendente muestra de este trabajo se presenta actualmente en el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara en la exposición titulada ``La Vena''.

El guión curatorial y la perfecta museografía de esta espléndida exposición -a cargo del siempre talentoso Carlos Ashida- giran en torno a tres impresionantes esculturas talladas por Venegas a partir de unas ceibas colosales que fueron derrumbadas por la naturaleza en el rancho ``La Vena'', donde el artista fue invitado a trabajar con ese preciado material. Se trata de tres piezas monumentales esculpidas increíblemente en sólo tres meses de trabajo intenso, cuyo peso individual ronda las tres toneladas: Niño viejo (3.50X1.60 m), Chac Mool (4X1.50 m) y El Bendito (4X1.50 m). Imagínese, lector(a), la dimensión descomunal de estas figuras que son, en una palabra, impactantes.

Niño viejo y Chac Mool se asemejan en su ejecución técnica a los relieves monumentales de años atrás. Sus cortes, en apariencia bruscos y un tanto burdos, las dotan de un carácter fuertemente expresionista: como toda la obra escultórica de Venegas, estas piezas se apartan de todo canon de belleza clásica para situarse, más bien, dentro de los códigos de representación de las figuras totémicas del universo ancestral precolombino. Por su parte, El Bendito es una obra excepcional en la que el escultor hace converger dos tradiciones y dos estilos opuestos que, por la sutileza de su propuesta conceptual y su ejecución formal, se vuelven complementarios: las dos caras de una moneda. El espectador entra a la sala en cuyo centro se ubica esta pieza, flanqueada por una hilera de columnas clásicas que contribuyen a crear un ámbito de templo antiguo, y se topa de frente con la imagen de un gran Buda colosal. A diferencia de las obras arriba mencionadas, este Buda fue tallado con golpes delicados y certeros, creando una elegante figura de volúmenes suaves y armoniosos, de fino y terso acabado, afín al principio de proporción y equilibrio de la estética oriental. Pero al recorrer la pieza por su parte posterior, otra sorpresa asalta al espectador: detrás de la imagen sagrada se yergue un enorme esqueleto cuya sonrisa sarcástica nos recuerda, en la ferocidad de su expresión, las más vívidas calaveras de la tradición popular mexicana. En esta pieza Germán Venegas intenta plasmar con su lenguaje personal ese concepto esencial del budismo que es la búsqueda de la unidad de los contrarios y la ambivalencia de la dualidad -vida y muerte, en este caso- que se consigue por vía de ese estado difícilmente perceptible que propicia la meditación.

En esta exposición, Carlos Ashida conjunta con gran acierto piezas de pintura, dibujo y escultura que fueron originalmente concebidos en forma aislada y en momentos distintos. Aquí comprobamos que la obra reciente de Venegas conserva una unidad en su conjunto, lo que revela su claro planteamiento formal, conceptual y filosófico. Hago votos para que algún museo capitalino se anime a presentar esta muestra excepcional.

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