Masiosare, domingo 1 de agosto de 1999
Los documentos del general Marcelino García Barragán incluidos en el libro Parte de guerra muestran contradicciones en la intención (eludir su responsabilidad y la de la Secretaría de la Defensa en la represión contra el movimiento estudiantil de 1968) y plantean nuevas interrogantes en torno a la conducta de la cúpula del gobierno y del Ejército.
Son de gran importancia las revelaciones en el sentido de que el general Luis Gutiérrez Oropeza organizó, con elementos del Estado Mayor Presidencial a su mando, tanto a las bandas terroristas que ametrallaron escuelas como a un grupo de francotiradores que dispararon contra la multitud en la plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968 y a los responsables de una serie de atentados con explosivos en 1969.
Sin embargo, su intención queda clara en la ``autoentrevista'' de García Barragán. Lo que quiso hacer el ex secretario de la Defensa fue autoexonerarse y exonerar a las tropas bajo su mando de la responsabilidad de lo ocurrido en Tlatelolco y en los ataques terroristas anteriores y posteriores.
Pero, sin querer, muestra en sus documentos que en el pecado lleva la penitencia.
En efecto. Dice García Barragán que él sólo trazó el plan operacional en Tlatelolco, que nadie más conocía ese plan y que su objetivo era capturar a los dirigentes estudiantiles sin que ``hubiera balazos''. Reconoce además que el Batallón Olimpia formó parte de las fuerzas militares que ejecutaron su plan. Entonces, si su intención era esa, ¿por qué muchos testimonios hablan de que los primeros disparos en Tlatelolco partieron de los elementos del Batallón Olimpia apostados en el tercer piso del edificio Chihuahua? ¿Formaban esos disparos parte del plan operacional del general?
El ex secretario de la Defensa afirma que las instrucciones a sus tropas en Tlatelolco fueron las mismas que en las operaciones represivas previas en que participó el ejército, entre ellas el no hacer fuego hasta tener cinco muertos por bala y no usar las bayonetas en combate cuerpo a cuerpo. Sin embargo, resulta que en la orden de operaciones del 2 de octubre para el batallón de fusileros paracaidistas se dice que esa unidad llevará las armas desabastecidas y que no hará fuego sino hasta cumplirse el requisito anterior; pero en las especificaciones de la misión de la segunda brigada de infantería para ese mismo día tal condicionamiento ya no existe, sino que se dice que si el ejército es agredido, contestará al fuego. Además, en ninguno de los dos casos aparece la prohibición del uso de la bayoneta a que hace referencia García Barragán.
En tales circunstancias, cabe preguntarse: ¿cuál sería el plan del ex secretario de la Defensa al dar a dos unidades militares participantes en la misma operación dos instrucciones distintas acerca de cuándo hacer fuego? Y sabiendo que en Tlatelolco hubo numerosos heridos por bayoneta, ¿qué preveía García Barragán en Tlatelolco al no incluir en sus instrucciones la prohibición del uso de esas armas blancas?
También resulta sospechoso que si el militar pensó en aprehensiones ``sin balazos'', que a la segunda brigada de infantería se le instruyó en disparar solamente contra los sitios de los que surgiera fuego enemigo, pero al batallón de paracaidistas no se le dio tal instrucción. Nuevamente, a qué se debe tal diferencia en las órdenes, nada común para dos unidades que van a participar en la misma operación.
García Barragán sostuvo en la conversación con el general Lázaro Cárdenas que había dado órdenes al capitán Careaga de aprehender a Sócrates Amado Campos Lemus cuando éste estuviera ante el micrófono. Lo curioso es que Sócrates no estaba programado para hablar en el mitin del 2 de octubre y tomó el micrófono a la fuerza. ¿Sabía el ex secretario de la Defensa que ello iba a ocurrir? La charla muestra la capacidad de García Barragán para mentir a una persona a la que, según él mismo admiraba y respetaba, pues ante ella insistió en la calumnia de que los disparos en Tlatelolco los iniciaron las inexistentes cinco columnas de seguridad estudiantil y que el ejército se limitó a contestar el fuego. Además, acepta haber violado la ley al haber interrogado personalmente y con otros ``investigadores especiales'' a los detenidos en el Campo Militar Número Uno.
Así las cosas, los documentos de García Barragán muestran la histeria y paranoia anticomunistas que privaban en las cúpulas militares y políticas. Aunque pretenda atribuir sólo a Luis Echeverría el pecado de actuar movido por la información ``falseada y exagerada'', en todos sus documentos transpira la idea de que el gobierno y el Ejército creían estar enfrentando una situación casi de guerra interna que García Barragán insinúa estuvo a punto de desembocar en la suspensión de las garantías constitucionales. Lo que no explica ni justifica el general es por qué siguió sosteniendo hasta el final de sus días esa visión de la ``conjura comunista'' cuando él mismo aporta señalamientos de que la actuación del Estado Mayor Presidencial provocó la existencia del clima de zozobra y la propia masacre de Tlatelolco.
Parte de guerra aporta algunas luces, pero también hace surgir nuevas sombras que sólo podrán ser desvanecidas cuando finalmente el régimen se atreva, o sea obligado, a dar a conocer todos sus archivos sobre el movimiento estudiantil de 1968 como un paso para acabar con la impunidad de que se abusa desde el poder, antes y ahora.