Bárbara Jacobs
Recursos de amparo

De interpretación de los sueños sé todavía menos que de literatura, pero cuando puse el punto final y me quedé dormida, me encontré en una habitación en desorden. Era una especie de cabaña en La Selva Negra, y yo tenía la consigna de empacar lo esencial y huir. Parecía haber estallado la guerra, pero yo estaba de pie en un rincón sin poder hacer otra cosa que ver el caos a mi alrededor. Ver es mucho decir. Era de noche y había apagón forzoso. Supongo que la poca iluminación provenía efectivamente de la luz de la luna, o tal vez de los bombardeos que, no obstante, no hacían ruido. Yo no estaba asustada; sencillamente, no era capaz de hacer lo que sabía que era mi deber. Mi vieja psicoanalista, muerta años atrás, surgía de la nada y de un salto se presentaba delante de mí. Estaba vestida con una túnica negra con bordados dorados. No me hablaba, pero sí emitía el sonido "tsss", al tiempo que inclinaba la cabeza y hacía el gesto de las manos y los dedos del concertista que se dispone a tocar el teclado del piano. El movimiento de su cuerpo, y sobre todo el sonido "tsss" que no dejaba de emitir, en algún lenguaje me indicaban claramente que lo que estaba por tener lugar se trataba de un juego.

Anoté: Onomatopeya. Ante la página en blanco, Ƒimitar el sonido de las cosas? Emplear palabras que imiten el sonido de las cosas. O seguir las indicaciones subliminales que un sonido despierte en ti. Esto entraba dentro del apartado de las admisiones a la hora de escribir. ƑQué mecanismo se encarga de filtrar lo que entra y lo que no entra? Sobre la mesa, un par de tijeras y una lupa. Ingéniatelas; corta; y ve lo mejor que puedas; nunca sobra luz.

Esto quería ser el Prólogo a un libro, pero, por más que lo esperé, no llegó el amigo imaginario que me desbloqueara y me animara a jugar. ƑY la vieja psicoanalista, vestida de bruja? O de maga. El de tu máquina, también es un teclado, y todo trabajo terminado es un intento de poner orden en el caos. Iniciar la escritura de un libro es hacer estallar la guerra. ƑY terminarlo?

Por fortuna, amaneció. A unos pasos de mi ventana, contemplaba atónita un tronco rosado, Ƒsangrante?, mientras una especie de jardinero rapado y en mangas de camisa alegaba que, si lo podaba un poco más, volvería a florecer. Nunca como antes, pensaba yo, lamentando la desnudez del tronco. Buscaba la mirada, o una señal en la mirada de una persona que había observado esta escena, pero que no estaba lo suficientemente cerca para que me fuera fácil entender su posición. ƑAprobaba el uso del hacha que colgaba de la mano del jardinero? De nuevo, brillaron ante mí las tijeras, que se perfilaban como herramienta esencial del instrumental del escritor. Antes de tomar una decisión, nos diluíamos en calma y en silencio.

De modo que regresaba sobre mis pasos. Veía un cuerpo desnudo atravesado sobre mi cama abierta, la sábana y las cobijas dobladas a los era. Era un maniquí de trapo. Tenía la piel cubierta de círculos rojos iguales, que formaban un diseño armonioso, cada círculo con un punto en el centro, como blancos en un campo de tiro. En un momento dado, la muñeca se daba vuelta, y yo hacía la reflexión de que entonces estaba viva, lo cual parecía alégrame. No dejar inexplorado ni el menor recoveco de un alma; todo es meta.

Dar, restituir, continuar la vida de un personaje, razones o motivaciones que pueden llevarte a escribir una novela. El personaje puede ser de la vida real, pero si ha vivir en la imaginación tendrás que trastrocarlo. ƑFalsear para autenticar? Mezclar para autenticar. El maniquí baleado se dio vuelta, Ƒno? La prueba consiste en pellizcarlo: si grita, todo va bien, aunque se mire en el espejo y se pregunte quién es. Posesiónate de él. O él se posesionó de ti. La verdad es que cuando empecé, me puse literalmente sus zapatos, y al final mi pie se había ajustado a su talla, cuando autor y personaje se confundían en el caos.

En realidad, cada libro que escribas va a enseñarse algo; si no aprendes algo nuevo de cada libro que escribas, sería mejor que no los publicaras. Y el motor que te podrá en marcha para que los escribas no está bajo tu control. Ni del de tu voluntad. Ni del de tu razón. Por eso lo que se establece entre ti y el libro es un movimiento estático. O una marcha y una contramarcha. Es lo que se llama tensión.

Se parece a la atracción de lanzarte en paracaídas; por una parte el arrojo, y por la otra la confianza en que el paracaídas se abrirá. Pero el momento en el que experimentas verdadera libertad es, precisamente, entre que brincas y que se abre el paracaídas. Es decir, en el instante en el que no te encuentras a salvo. Y aquí está la clave de todo, porque sentirse a salvo equivale a estar muerto. Se siente a salvo el que ha dejado de pensar y de dudar. Y de temer.

Es más el escritor que tiene por material la vida, nunca está a salvo. Es un prófugo de la sociedad, que es con quien crea la tensión necesaria para escribir. Por eso, en lugar de Prólogo, debería presentar sus libros con un Amparo.