DISQUERO Ť Pablo Espinosa
Dos grandes bandas dos
La sola mención de los nombres hace mover caderas, pies y entendederas: Tommy Dorsey, Artie Shaw. Las bandas de estos grandes maestros se avientan un tirito, un quién vive, un mano a mano, un tete a tete, un a-ver-de-a-cómo-nos- va, un quítate tú pa' ponerme yo, un aquí nomás mis chicharrones suenan, una amistosa, entrañable confrontación de swing, disertación de maestros cantores de Nuremberg en plena pista de baile. En la colección Swingstation, el disco así sencillamente titulado Tommy Dorsey & Artie Shaw (Universal) se conjuntan nueve piezas clásicas de la orquesta de Tommy Dorsey y siete de Artie Shaw y su orquesta. Música de ojos entornados, caderas contoneadas, pasitos de a lo que quiera la pareja (cachetito, cartón de cerveza, tamal, etcétera). El corte dos, por citar un ejemplo de la grandiosidad de este disco, está pleno de sonoridades de sinfónica. El corte 11, en tanto, es un clásico del corazón, lo mismo que el 14: I'll remember April, o bien para no tomar las cosas tan en serio, el corte uno: un sabroso boogie woogie. Aunque el título y la sabrosura de la pieza quinta, Cheek to cheek, resultan menos que irresistibles. Las creaciones del trombonista Tommy Dorsey y del clarinetista Artie Sahw refulgen desde las bocinas, se tienden bajo las plantas de los pies. La fascinación de la música y el baile, en jazz. Jazzecito.
Pelearán diez rounds
De la era de las grandes bandas. A ese lugar común pertenece el disco de aquí junto. Lo cual pudiera resultar una falacia si no se tratase, como lo es, de una convención gentil, pues las grandes bandas siguen vivitas y coleando hasta la fecha. Citemos un ejemplo magistral: la big band de la maestrísima Carla Bley. Nocaut. En tanto, con el título de Battle of the bands. Gil Evans vs. Charles Mingus (BMG), salió recientemente a luz una joya discográfica. Las orquestas de ese par de gigantes del jazz moderno se agigantan en una confrontación, merced a la tarea recopilatoria de entre archivos fonográficos a cargo de los editores de este discazo, que saca chispas, lanza centellas desde los lugares más exquisitos del Olimpo. Cuando suena el track segundo, por ejemplo, el placer se convierte en guiño, desliz de la inteligencia, travesura, una frase emblemática del genio del contrabajista aquel que viviera entre nosotros sus últimos días (vivió durante algunos años, sus póstumos, en la ciudad de Cuernavaca) y juguetea, track 4, con una pieza cuyo título lo dice todo: Los mariachis, pero en lo que estábamos era en el track 2: Tijuana Gift Shop, una bromita musical digna del Charles Mingus Jazz Workshop. A ese mismo nivel de antología están las piezas a cargo de la Gil Evans Orchestra, por supuesto. Jazz de primerísimo nivel.