"La vida gay no siempre es rosa". En Europa los carteles contra la homofobia (odio a homosexuales) son explícitos y concentran en la brutalidad de sus imágenes (un hombre golpeado, sangrante, abandonado en un llano), la urgencia del mensaje y su desencanto ante visiones más complacientes de la vida gay. La directora Ana Kokkinos (Only de brave, corto lésbico) propone en su primer largometraje, De frente al vacío (Head on), algo parecido: la exploración del ambiente sórdido en el que Ari (Alex Dimitriades), un joven griego inmigrado en Australia, afirma su deseo homosexual, manifestando de paso su hartazgo existencial.
La descripción del ámbito familiar de Ari, microcosmos de una minoría étnica en Melbourne, es excelente; el peso de las tradiciones, el afán de éxito social y asimilación cultural, los matrimonios arreglados, el resguardo de las apariencias, la voluntad patriarcal continuamente desafiada por la rebeldía del primogénito, todo esto se observa con precisión y detenimiento, incluso con lirismo, como en la escena en que padre e hijo bailan juntos el tsiftiteli griego. Esta oposición entre las tradiciones del inmigrado y el asedio de la cultura local, acentuada por la experiencia de la marginalidad sexual, tuvo en los ochenta una expresión elocuente en Mi hermosa lavandería (My beautiful laundrette), del inglés Stephen Frears. Ana Kokkinos enriquece hoy la propuesta tomando en cuenta la evolución del cine gay/queer en la última década, con emblemas tan opuestos como Las noches salvajes, de Cyril Collard, y Jeffrey, de Christopher Ashley.
De frente al vacío elige la visión nihilista, desencantada, el territorio de la promiscuidad y el riesgo, del encuentro fortuito en mingitorios y callejones oscuros, la crudeza gráfica de los encuentros sexuales (head on, el título original, significa no sólo impulso frontal sino una alusión coloquial al sexo oral), y el rechazo de toda prédica moral de cualquier signo. Todo ello como reflejo de una novela empecinadamente provocadora, Loaded, de Christos Tsiolkas.
Desde la ventanilla de un auto, Ari arremete en la noche contra las minorías étnicas, desafía a hindús, griegos y musulmanes por su conformismo, por su ilusión de ser aceptados por Occidente, por el trueque cultural en el que inevitablemente son perdedores. A pesar de mostrarse renuente a cualquier tipo de asimilación, Ari es, paradójicamente, guardián y continuador de la tradición machista, defendiendo celosa y absurdamente --dadas las circunstancias-- la virtud de su hermana, revelando detrás de su vistoso anarquismo, su orgullo de joven patriarca griego. Un aspecto fascinante de la cinta es la confrontación de este temperamento contradictorio y fanfarrón (el macho orgulloso de ser sexualmente pasivo) con el personaje de Johnny/Toula, un travesti alejado por completo del folclor camp, de la tranquilizadora imagen jocosa. "Nunca hay que callar", le sentencia en la calle a un Ari atribulado luego de haber sido ambos brutalmente golpeados en una delegación de policía.
En la novela de Tsiolkas, en la cinta de Kokkinos, la carne es triste. Las felaciones son forcejeos, voluntad frenética de dominio, pausa o punto de llegada en un itinerario nocturno de alcohol y drogas, trámite pesado para una afirmación personal que apenas se sostiene. Como en Extraños placeres (Crash, Cronenberg), se ignora aquí por completo la realidad del sida, como si el registro de la prevención fuera competencia exclusiva de las ficciones románticas, de ese contacto de ternura y solidaridad al que Ari se niega cuando conoce a Sean (Julian Garner), el joven bisexual que de él se enamora. De frente al vacío captura muy bien el impulso transgresor del protagonista, la cámara de James Grant traduce su nerviosismo e impaciencia en tomas a menudo efectistas, pero a veces muy afortunadas, como el registro de una felación desde lo alto de una barda, con la revelación, segundos después, del bullicio de la calle comercial opuesta. El registro de atmósferas de sordidez, la crudeza de los diálogos, la promiscuidad sexual, el derrumbamiento de estereotipos ligados al homosexual (reciedumbre del protagonista, desafío moral del travesti), el inusitado perfil físico de las parejas sexuales (requiem por el glamour ), y la evocación de los rituales de las drogas, son elementos que el cine gay ha soslayado por afán de respetabilidad o por su necesidad de conquistar espacios más amplios de expresión y reconocimiento, dentro y fuera de Hollywood. Kokkinos rescata un clima olvidado por ese cine, retoma a su manera el realismo intransigente del Fassbinder de El año de las trece lunas, que es el mundo del travesti Elvira y sus emociones tristes. Esta elegía es probablemente de una tremenda incorrección política, aun cuando refleje realidades sociales inocultables; pero es algo más: una exploración perturbadora de sexualidades marginales, con su registro de frustraciones y, no menos importante, con su gozosa reivindicación final.
De frente al vacío se proyectó durante un mes en la Cineteca; hoy inicia su exhibición comercial con funciones de medianoche en varias salas.