José Cueli
¿Dónde la universalidad de los universitarios?

La UNAM es desde su inicio y aun antes un espacio kafkiano sin fin, es decir, sin sentido concreto. Cada puerta conduce a otra puerta que permite a sus miembros buscar quiénes son y qué es su universidad. ¿Quién eres? y ¿quién has de ser? son secretos de otros que esperan detrás de otra puerta, casi siempre invisible o movediza. Monstruosidad del tiempo, porque sometidos al orden de éste sufrimos una metamorfosis. Quizá podamos captar un poco de tiempo en estado puro, perdurable, más allá del presente y del pasado. El pasado está en el presente y éste ya estaba en el pasado. La máquina del tiempo, ya estaba, es la analogía, la metáfora, la correspondencia entre dos hechos distintos, lejanos en el tiempo y en el espacio y esencial y misteriosamente idénticos.

Somos personajes en perpetua mutación, de percepciones poco fiables: una sucesión de máscaras. Abolir el tiempo en este conflicto es encontrar el enlace entre la impresión huidiza de ahora mismo y el recuerdo de una impresión pasada. Experiencia del tiempo recobrado que cura del dolor de perder la identidad y dejar de ser uno. Ese dejar de ser uno mismo que difunde un hilo misterioso, un malestar inexplicable en la UNAM.

En las aulas abandonadas, donde sólo se oye el rumor impresionante del silencio, una frase repetida (diálogo) de boca en boca, determina la metamorfosis. Los universitarios se la transmiten sin sorpresa, pero con recelo. Todos esperan con ansiedad, enojo, desconfianza e indignación un estallido. La agitación subterránea no es algo secreto para nadie. Sin embargo, al conjuro de la palabra ¡diálogo! se produce un hondo pánico que todo lo inmoviliza.

En pos del ¡Viva quien vence! cervantino, los contrincantes bullen en la sombra y mientras la ciudad parece traducir las perplejidades de los que se preguntan cuánto durará el conflicto y cuáles serán las consecuencia de éste, se suceden los episodios de otro diálogo subterráneo en que se repite y repite una modificación del entorno universitario, pero en el que dichas modificaciones no mueven su estructura.

Vivimos una época, según el politólogo francés Sami Nair, quien parafrasea a Freud, dominada por el ``narcisismo de las pequeñas diferencias''. Razón por la que lejos de abrir el acceso a la universidad concreta, este cambio comporta a menudo una regresión, ¿no es precisamente esta riqueza de identidades múltiples que se da en la UNAM, la que está amenazada por las fijaciones unilaterales que definen a los individuos no en función de la universalidad, sino en relación con su pertenencia étnica, política o confesional?

Los fraccionamientos identitarios (políticos, culturales) representan en la UNAM realidades inevitables. No es posible suprimirlas de forma autoritaria, pero podemos y debemos encontrar el modo de integrarlas en la identidad colectiva, haciendo un llamamiento al fondo de universalidad que subyace en cada uno de nosotros.

En una situación crítica como la que hoy nos atañe a todos como universitarios y ciudadanos, resurge la preocupación y toman sentido las palabras de Andrés Lira, respecto de la Universidad como una institución siempre en crisis frente a la sociedad de masas, como imprescindible en la conformación de nuestra vida social y cultural.