Adolfo Sánchez Rebolledo
Amalia y el PRD

Amalia García, primera presidenta del PRD, tendrá que poner en juego moderación, inteligencia y habilidades poco comunes para conducir a ese partido político en una época de grandes turbulencias, riesgos y oportunidades extraordinarias.

En el plano más inmediato, Amalia tiene ante sí la ardua tarea de cuidar, y en muchos casos restaurar, la maltratada legalidad partidista, evitando los manoseos y las interpretaciones que sirven en la lucha por el poder interior, pero desalientan a los ciudadanos comunes que desean ver al PRD como una organización confiable e institucional, con responsabilidades de gobierno muy importantes. El episodio del cuestionamiento estatutario de hace unos meses, así como las irregularidades impunes de las elecciones de marzo, son estigmas que aún lastiman la credibilidad del partido, como lo demuestran los altísimos índices de abstención registrados el domingo pasado, a pesar del entendimiento unitario de los ex contendientes que permitió el triunfo de Amalia.

Pero ese no es el único asunto en la agenda. El primer desafío será evitar una posible fractura de su partido, justo en la víspera de pasar a definir las alianzas y la plataforma política hacia la contienda electoral del año 2000. El agravamiento del pleito entre Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas, recrudecido durante el periodo electoral, es una prueba de fuego para el nuevo liderazgo perredista. La situación exige que Amalia intente, más que la reconciliación política y personal entre ambos líderes, (lo cual parece imposible y hasta innecesario) un método honesto de solución de las diferencias, antes de que éstas comiencen a pudrirse en detrimento de nuestra incipiente convivencia democrática.

Sin embargo, lograr ese propósito no es cosa sencilla. La prisa por empujar a Porfirio fuera del partido, sustentada en una torpe subestimación de su papel político (pero rigurosamente acreditada por los excesos verbales del senador Muñoz Ledo), expresa la postura de las tendencias más intolerantes del PRD, justo aquellas que ven en casi cualquier crítica a Cárdenas un ataque inaceptable contra la integridad partidista, que debe suprimirse por medios expeditos. Recrear el pluralismo y propiciar el debate en un ambiente de tolerancia es la titánica tarea que, a partir de hoy, llevará a cuestas Amalia García y de la cual depende su futuro al frente del PRD.

Y es que no puede ser de otro modo. La situación interna del partido (sea la aparente provisionalidad institucional o la improvisación de sus planteamientos) repercute necesariamente en sus relaciones con las demás fuerzas políticas, pero también, y eso es lo importante, en la actitud de sus posibles electores. La acción estará en todos los frentes, dentro y fuera del PRD, como corresponde a un año de grandes decisiones nacionales. Amalia tendrá que hilar muy fino para darle un nuevo cauce al tema de las alianzas con el PAN -que en mi opinión tiene poca cuerda real-, a sabiendas de que ni Fox ni Cárdenas han llegado al punto de estar dispuestos al sacrificio para darle entrada a una coalición sin jaloneos. Fox ya dijo que no acepta el cambio de las elecciones internas, lo cual deja en suspenso la decisión sobre el fondo de la cuestión y en un predicamento toda la estrategia.

Como quiera, el asunto no quedará ahí: con alianzas o sin ellas, el PRD está en la tesitura de dar un salto adelante en su visión del país, aceptando que la transición democrática no podrá culminar exitosamente sin un verdadero acuerdo en lo fundamental, sin exclusiones sectarias, que permita superar el pasado autoritario para dejar paso al futuro que se niega a florecer.

En estas circunstancias, Amalia tendrá que hacer esfuerzos mayores para no sucumbir bajo el peso del pragmatismo o el oportunismo clientelar, que vuelven por sus fueros dentro del partido al desatarse las pasiones electorales, oponiendo al sectarismo las virtudes derivadas del trato maduro y respetuoso que ella ha sabido cultivar. Así sea.