Si pensamos, a punto de que termine este siglo, en todo lo que en él ha ocurrido en cuanto a teatro, hemos de volver la vista al origen, ese Ubú rey de Alfred Jarry -estrenado en 1896-, con el que se inicia la revuelta (aunque no hay que olvidar la del romanticismo, sobre todo con Sturm und Drang, de Max Kingler, y todos los manifiestos en contra del clasicismo) de las vanguardias que a lo largo de esta centuria irrumpieron en los escenarios con el deseo de terminar con un teatro bien hecho, burgués y adocenado. El caso de Jarry y su saga de Ubú es en verdad extraordinario. Se sabe que desde niño amaba las marionetas y que el personaje nace de un texto de Charles Morin que el hermano de éste, Henri, condiscípulo de Alfred en el Liceo de Rennes, compone para burlarse de su profesor de física, y que Jarry convierte en drama. La paternidad del personaje queda en duda algún tiempo, pero escritos sucesivos del dramaturgo esclarecen del todo este punto.
El Padre Ubú es mucho más que una broma de liceo, a pesar de sus aparentes puerilidades (que se repiten en otros textos, como los de los inventos útiles, broma casi adolescente). En sus breves escritos teóricos, Jarry asienta sus muy claras -y extremadamente elitistas- ideas no sólo acerca del teatro, sino de esta obra en particular, la más conocida de las suyas. Con su enorme carga de desprecio hacia la humanidad, el autodestructivo Alfred Jarry desea poner al público de su época frente a un espejo que lo haga verse tan deforme, brutal y estúpido como es. Como observa Genevieve Serreau, el anarquismo de Jarry lo llevaba a negar el tiempo mediante anacronismos, a negar el espacio con la contaminación de países (Rey de Polonia y Aragón son dos títulos de Ubú), a negar incluso la figura humana con la utilización de máscaras. Habría que añadir el uso de neologismos, entre los que más escándalo armó en su tiempo la famosa exclamación de ``mierda'' que nunca se atrevió a ser mierda gritada en un escenario. Así, ciertas alteraciones de letras en algunas palabras llevan al entendimiento de lo que la sucia palabra esconde en su propia alteración.
En nuestros días tamaña irreverencia no pasaría de ser un chistecito cotidiano. Es verdad que en el original la escatología, así sea disfrazada, está presente: el mismo ``logotipo'' de Ubú, pintado sobre un vientre enorme, sugiere funciones intestinales. Pero se siente que en esta versión de Haydeé Boeto, Carlos Corona y Mariano Cossa, se abusa un tanto de términos como nalgas, pedos y mierda, lo que ya no espanta a nadie, pero infantiliza un tanto -en el sentido de que son los niños malcriados los que las dicen para ofender y los únicos que las celebran cuando las oyen- la que podría ser una pueril versión del Macbeth shakespereano, olvidada ya la carga de feroz ironía del original. Y escatimada, lo que puede ser peor, la intención actualizada contra la corrupción del poder, que en nuestro país es asunto primordial. Ciertamente que con ello se traicionaría bastante a Jarry, pero en una versión tan libre podría permitirse. Como se permite el travestismo odiado por el misógino autor al dar a una actriz papeles masculinos y, en una ocasión, papel femenino a un actor.
Si se ha convertido a Ubú rey en una farsa grotesca a la que se liman sus aristas más hirientes -contraviniendo nuevamente a Jarry, que no la deseaba ``divertida''- el resultado cómico es excelente. Con una escenografía tan ``heráldica'' como la hubiera querido el autor, con ese módulo que es mesa, balcón, foso, potro de tormentos, caverna en la catedral de Varsovia, colina o barco -y a la que no se da crédito de autoría- la dirección de Marco Antonio Silva y Carlos Corona le imprime un ritmo vertiginoso y con muy buenas soluciones, apoyados por los títeres de Haydeé Boeto, la música de Mariano Cossa y el vestuario -que apenas enuncia el ``logotipo'' Ubú- de Georgina Martínez Madrid y ``la compañía'', así como el atrezzo y la utilería de Guillermo Méndez y los videos de Jorge Zárate y Alejandro Valle. Pero sobre todo hay que tomar en cuenta la gracia y la inteligencia que mantienen los actores Carlos Corona, como Padre Ubú y, en diferentes papeles, Haydeé Boeto, Carmen Mastache y Jorge Zárate. A propósito de este buen actor, que está en tres escenificaciones diferentes en cartelera, cabe insistir en la pregunta de cómo se forman estas compañías -la presente es el Grupo Bochinche- algunos de cuyos miembros actúan también en otros, por así llamarlos, grupos, como sería el caso del propio Zárate y de Haydeé Boeto que se presentan con Teatro Tinglado, lo que muy aparte de que estos jóvenes y talentosos actores tengan tanto trabajo, lo que se celebra, nos dice mucho de la precariedad de sostener compañías estables.