n Leñero: ante mi poca imaginación, acudí a la realidad
Escribir a máquina no sólo permite corregir, sino rehacer
n ''A lo mejor La vida que se va es mi última novela'', dice
César Güemes/ II y última n Para su fortuna y aunque le pese, nunca dejará de ser ingeniero. A flor de página en sus historias está el diseñador de edificios narrativos. En esta ocasión, sin embargo, Vicente Leñero hizo un esfuerzo consciente por apartarse del restirador. Para suerte de los lectores, no lo consiguió del todo, y por eso La vida que se va (Alfaguara) contiene a la vez la historia de muchos amores y un complejo narrativo del cual Leñero no puede separarse, para su fortuna y aunque le pese.
-Es importante saber, Ƒdónde estaba el Leñero novelista que había desaparecido desde Asesinato, que publicó en el 85?
-Siento que todo puede ser novelable y al mismo tiempo soy un fanático de lo que llamamos nuevo periodismo. Dado que mi imaginación no era muy rica, la realidad me daba los temas para novelar. El ejemplo más claro fue Los periodistas. Desde tiempo atrás quería escribir un texto sobre el medio periodístico y llegado el momento la vida misma me brindó una trama muy compleja, dramática y más interesante que lo imaginado por mí. Asesinato, por su lado, me implicó un gran esfuerzo. Todo lo dicho en esa obra tenía correspondencia fiel con la realidad. Y lo que yo deseaba desde siempre era hacer sentir que la novela sucedía en un golpe.
''Es algo que me dijo una vez Ibargüengoitia, luego que me regaló Dos crímenes. A la mañana siguiente le comenté lo que me parecía. Jorge me dijo entonces: pero si me tardé dos años en escribirla y tú te la lees en una noche, qué barbaridad. Pues sí, la novela no debe mostrar el trabajo ni el andamiaje que tiene detrás. Por eso admiro al género como a ningún otro. Ahí es donde el prosista prueba si de verdad domina su oficio, frente a otras tareas que son más sencillas, como escribir teatro, que se me da con facilidad. En la novela está uno encuerado y no hay de dónde agarrarse. El mayor de los retos era hacer una novela sólo producto de la imaginación".
-ƑFue ese su proyecto sabático?
-Claro, cuando salgo de Proceso me propuse hacer una novela-novela, en la que no tuviera posibilidad de esconderme en la estructura. Había exigencias más personales que literarias. Creo que el escritor tiene apetencias y retos por vencer, que son diferentes a los de todos los demás. Mi reto era poder bien con un género.
Preservar la temperatura narrativa
-Pero ya había hecho Estudio Q, maestro. No tenía nada más que probar.
-Esa novela la quise muchísimo porque era muy escrupulosa, estaba contagiado por las técnicas narrativas de ese entonces. No importaba lo que se narrara sino cómo se contara. Cuando terminé de escribir Estudio Q, en la última revisada, sentí que ahí había un mundo que se me había echado encima. Así de grande me pareció el aparato narrativo que de alguna manera ocultaba lo que yo deseaba contar. No pude deshacerme de ese brete. Bueno, Los periodistas tiene un aparato formal excesivo para la historia que narro, hay pedazos de guión de cine, monólogos interiores medio poéticos y demás. Es casi una antología de los recursos que podía utilizar. La hice sintiendo la necesidad de despojarme de todo eso.
''Cuando se me ocurre La vida que se va, viene ya con una forma complicadísima. Mi problema era cómo contar eso sencillamente, que se pudiera leer sin que el lector hiciera un gran esfuerzo como sucedió con mis otros libros desde Los albañiles hacia acá. No deseaba despedirme de mi encanto por la forma sino por fin contar algo. Creo que cuando García Márquez nos devuelve la maravilla de contar historias, cambia la literatura, se rompe una de las líneas por las que iba el boom y se abre otra que no es inédita pero sí renovada. En mi caso, voy por el lado del periodismo y el azoro o el miedo ante la imaginación. No todos los escritores son buenos imaginadores, ahí está el problema. Además, acepté el reto porque a lo mejor ahora sí es la última novela que escribo."
-En dos años solucionó el conflicto, sin embargo.
-Empecé la novela a finales del 96. Primero batallé con las maneras de contar eso que tenía en mente, luego de que ya me lo había imaginado teatral y cinematográficamente. Terminé con el texto a finales del 98. Claro, no tenía la exigencia de un horario estricto como cuando estaba en la revista. Le dediqué más o menos el mismo lapso que a Asesinato. Me parece mucho.
-Visto desde el periodismo es una eternidad, pero en el campo de la novela es un muy buen promedio.
-Aunque se corre un riesgo: perder la temperatura de la narración. Si uno se tarda demasiado, hay que volver a hacerla toda. No escribo en computadora sino a máquina, y eso permite rehacer, no sólo corregir. Vamos, que el borrador sirva de base para escribir algo distinto. Aunque hay amigos que me dicen que es muy fácil hacer cambios en la pantalla, la página en blanco siento que me da más posibilidades que el procesador ya cargado con un texto previo.
Gustar de la inquietud
-ƑHizo planos gráficos para ver las posibilidades de la trama?
-Sí. Hice tres mapas de Norma y las desviaciones de la historia. Me sirvieron para contener las variantes, que pueden bifurcarse tanto que el centro se pierde. Fijé las fechas, las edades, indagué los hechos del pasado. A lo mejor hay muchos anacronismos, pese a que me dediqué un tiempo a bucear sobre todo ese mundo. Comencé buscando una casa donde sucediera la narración. Le dije a mi mujer: acompáñame, vamos a buscar una casa como la que imagino. Avanzamos sobre Córdoba y di con un sitio al que nunca entré. No intentaba hacer algo documental, pero cuando uno escribe es más sencillo describir un sitio que más o menos conoce. Es una facilidad visual.
-Después de todo, consiguió una novela que contiene varias historias de amor, de pareja o filial. ƑEstaría de acuerdo?
-No sabría responderte, pero me gusta la inquietud. Siento que en las historias de amor está la clave de las decisiones que uno toma: me caso con esta mujer o con aquella otra. Ese también era un tema pendiente. Veo que en la pareja la mujer carga con la responsabilidad del amor. Claro, eso extendido también a lo amistoso. Pero el amor tiene algo de femenino. Indudablemente que ahí hay un desdoblamiento. Don Lucas, por ejemplo, está construido en torno de una visión de mi padre, no tanto en lo anecdótico sino en su entrega a algo muy concreto como puede ser una pasión. A lo mejor lo que hice con todas estas vueltas estructurales fue una novela de amor. Si resulta así, qué bueno. Me da gusto.