Carlos Martínez García
Con la misma moneda

Hace tres décadas se iniciaron las expulsiones de indígenas evangélicos en San Juan Chamula, Chiapas. Los expulsores son indígenas también, nada más que seguidores de esa particular simbiosis religiosa que es el catolicismo filtrado por las tradiciones y espiritualidad de los chamulas. En San Juan, desde finales de los sesenta los núcleos de creyentes evangélicos desafiaron con su conversión al nuevo credo al sistema político-religioso de Chamula, lo que el monolitismo cultural de la localidad consideró un delito, y en consecuencia los dirigentes y pueblo tradicionales decidieron actuar contra los heterodoxos que se atrevieron a cuestionar prácticas ancestrales consideradas inamovibles.

Dada la estrecha relación que en los pueblos indios existe entre lo religioso y la vida cotidiana, es necesario comprender que rechazar la identidad religiosa colectiva dominante coloca, necesariamente, a los conversos a otra fe en una posición vulnerable ante los guardianes de las tradiciones de las comunidades. Por lo tanto, la ruptura que hicieron los indígenas protestantes chamulas en el terreno de las creencias religiosas los llevó inevitablemente a diferencias con la organización política de San Juan Chamula, tan ligada al sistema de creencias religiosas. En una sociedad reacia y repelente a otras posibilidades de ser chamula que no sean las sancionadas por la tradición, los evangélicos no tardaron mucho en comprobar las reacciones hostiles y persecutorias en su contra. En un pormenorizado recuento de las expulsiones sufridas, la revista Comunión (editada por pastores evangélicos residentes en San Cristóbal de las Casas) estimó, en diciembre de 1993, que en los 26 años previos habían sido desplazadas de Chamula poco más de 30 mil personas identificadas con el credo evangélico. La mayoría de los expulsados emigró a las afueras de San Cristóbal, lo que contribuyó de manera importante a la reindianización de esa ciudad.

Las expulsiones disminuyeron en años recientes, pero no desaparecieron e incluso resurgieron cuando hubo intentos de construir templos protestantes dentro de las fronteras de San Juan Chamula. A pesar del hostigamiento los grupos evangélicos han permanecido en Chamula y crecen paulatinamente. De acuerdo con el Censo de 1990, en este municipio 70 por ciento se consideró católico; la mitad de un punto porcentual dijo ser protestante o evangélico. Pero lo sorprendente está en el rubro de quienes respondieron ninguna religión: 25 por ciento. Una posibilidad es que como medida de protección las familias disidentes del particular catolicismo chamula hayan elegido adscribirse al apartado de sin religión para evadir las agresiones. Hasta hace cuatro años lo normal había sido que los protestantes agredidos o expulsados se quedaran con el agravio, ante la pasividad de las autoridades estatales y la escasa solidaridad de organismos defensores de los derechos humanos.

Un sector de los evangélicos históricamente agredidos decidió en julio de 1994 secuestrar al presidente municipal de Chamula, Domingo López Ruiz (contra quien existían 53 investigaciones previas, ''todas ellas suspendidas por el gobierno estatal'', según nota de José Antonio Román y Elio Henríquez. La Jornada 30/6/1996), a quien trasladaron a la Dirección de Asuntos Indígenas del gobierno estatal en San Cristóbal de las Casas. Al tratar de rescatar a López Ruiz, los chamulas tradicionalistas fueron recibidos con balazos; el saldo fue de tres muertos entre los que pretendían liberar al líder secuestrado. A partir de ahí el ala protestante partidaria de pagarle con la misma moneda a sus expulsados se fortaleció en su convicción de hacerse justicia por propia mano. En las últimas semanas, como lo ha venido informando este periódico, se han dado nuevos enfrentamientos entre el sector evangélico proclive a armarse y los chamulas que se empeñan en que dentro de su territorio no existan templos protestantes, al igual que prohíben a los hijos de evangélicos ingresar a las escuelas.

El tenso clima social y político que se vive en Los Altos de Chiapas será más agitado si se intensifica el conflicto por cuestiones inicialmente de diferencias religiosas y se desbordará a otras comunidades distintas del municipio de San Juan Chamula donde también hay expulsiones de creyentes evangélicos. Urge que todas las instancias que puedan contribuir a destensar los ánimos de violencia se apresten a construir espacios de negociación en los que cada parte del conflicto acepte el derecho del otro a preservar su identidad, pero sin imposiciones excluyentes. La tarea no es fácil, y no lo es por la acumulación de impunidades que permitieron sucesivos gobiernos chiapanecos a los caciques chamulas bajo el pretexto de estar defendiendo su cultura de prácticas ajenas a ella.