Elba Esther Gordillo
e-mail

Inmersos como estamos en la era cibernética, en la que navegar por Internet, más que un lujo, se ha vuelto una necesidad; en que la comunicación con miles, con millones de personas es posible con sólo ``accesar'' la tecnología adecuada, cobramos plena conciencia de los enormes cambios que como civilización hemos alcanzado.

Cuándo nos hubiéramos imaginado, ya no digamos en los tiempos de H. G. Wells, sino hace apenas una década, que ``chateando'' podríamos entablar conversación con un noruego o con un habitante de las Islas Fiji; lo que antes fue privilegio de quienes tenían los recursos para viajar, hoy se ha vuelto una posibilidad real para quien lo desee.

El bajo costo de la tecnología, la disponibilidad de acceder a ella en muchos centros educativos hace que, con sólo desearlo, formemos parte de ese mundo globalizado que tanto se pregona y que tantos epítetos genera.

Y esos efectos de demostración que se generan a cada instante, sin ningún tipo de control posible, tienen impacto no sólo en el individuo que los consume, sino en la sociedad toda, ya que el nuevo nivel colectivo de información, la mayor capacidad de análisis, la transforma cualitativamente.

No se trata entonces de preguntarnos si queremos ser parte de la globalización, ya que es una discusión superada cotidianamente, sino de cómo podemos afrontarla de la mejor manera, no sólo para aprovechar sus innegables beneficios, sino para minimizar sus también innegables perjuicios.

Quizá la primera condición es aceptar que enormes sectores de la sociedad forman ya parte de un mundo interconectado e interdependiente y que ello pesa de una manera determinante por sobre el país en su conjunto. Si los sectores más modernos y dinámicos de la sociedad ya circulan por las venas de la tecnología de punta, lo que debemos proponernos es cómo incorporar a más sectores para que también lo hagan, en lugar de ocuparnos en detener a los que van a la vanguardia.

La segunda condición es invertir en el conocimiento, tanto en su generación como en su distribución. La tecnología es el resultado de la acción humana y ello no está fatalmente determinado en favor de unos y en contra de otros. Muchos de quienes dan soporte a la tecnología que ha convertido al mundo en la aldea global son mexicanos que no encontraron en su país ni los medios ni la comprensión para desarrollar aquí sus capacidades.

Sólo los grandes retos son capaces de convocar a las grandes transformaciones. Por eso hay que ver lejos y decidir lo que aspiramos ser en el año 2100, ya que apenas estamos a tiempo de lograrlo si empezamos a trabajar desde hoy.

La escuela pública, los maestros, no pueden estar al margen de los conocimientos que hoy se reclaman ya que, de lo contrario, su aportación será obsoleta desde el momento mismo de generarse. La educación básica debe acostumbrar a los niños mexicanos al enorme reto y placer que significa teclear un e-mail cada mañana para decirle a alguien lo que siente y lo que quiere; para expresar por escrito, como la forma de comunicación humana más profunda, lo mucho que alguien significa en nuestra vida.

[email protected]