Ť Cimbró el Zócalo; frustración en el Metropólitan
Charly García, un genio al que todo se le perdona
Pablo Espinosa Ť Bajo el sol, el más grande rocanrolero de América Latina hace cimbrar la gran plancha de cemento, la más grande de la, a su vez, capital más grande del planeta.
Bajo el viento, la cantilación, el corear multitudinario de los grandes temas clásicos de ese personaje de los que casi ya no hay: leyenda viva, excéntrico de sí mismo.
Bajo un bendito cataclismo del más grande, opulento, exquisitísimo estilo de rocanrolear, Charly García se consagra y se mira al espejo ųla multitud que lo aclama: šsalve!ų, y lo que ve le fascina. Canta con dificultad, toca como los mismísimos dioses.
Bajo la lluvia, sobre el proscenio, Charly García se arrodilla frente a una diosa pagana. Le rinde pleitesía, la abraza y se abrasan ambos ųla diosa y Mercurio, mensajero aladoų a una multitud que ve asida su alma a la de ellos dos y la piel se nos pone chinita cuando ambos, Charly García y Mercedes Sosa, entonan gloriosos esa pieza hímnica titulada Rezo por vos.
Bajo cundidos racimos de nubes, rayos de sol, viento luminoso y megatones, toneladas, aluviones de decibeles en forma de música finísima, enardecida, el Zócalo de la ciudad de México fue, la tarde de este domingo, el epicentro de una volición raigal, una fuerza telúrica, uno de los conciertos masivos más importantes, en sentidos varios, que la historia de la cultura mexicana guardará como un tesoro inmarcesible.
Charly García en concierto, con Mercedes Sosa. Dioses del Olimpo latinoamericano, cuasi una fantasía de rocanrol.
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Todo lo contrario a lo sucedido unas horas antes, la noche del sábado, en el teatro Metropólitan: resuelta la incertidumbre de que si la novia lo dejó, de que está deprimido, de que no tomó el avión, de que tomó otra cosa, de que si hay o no hay concierto... una hora más tarde de lo programado aparece, por fin, en escena Charly García, ese Frank Zappa de Argentina, ese Groucho Marx de la pampa urbanizada, ese Wolfgang Amadeus Mozart del Río de la Plata, ese Encanto de Hombre, ese artista enfermo de genio que ilumina con su cara pintada de plata, su jirafesco caminar, su torrencial huesura, su Ilustrísimo Carisma el escenario entero, y hace una caravana rococó y suelta, de entrada, un rhythm and blues endiablecido y encadena a una segunda rola, a una tercera, y sus versos se encadenan de inmediato con el público que gime: "el amor real/ es como dormir despierto", y Charly Carisma García hace deambular por la escena entera su contumaz huesolatura y salta y se tira al suelo y nos dice que nos va a enseñar un besito que le dieron y nos muestra la panza, la mitad del esternón, el luengo ombligo, y nos dice que el besito estuvo rico y procede a desabrocharse el cinturón, pero se aburre de hastío y sigue, con el cinturón a medio abrir, su calaquesco deambular por el proscenio, y avienta ahora el micrófono, ahora tira al aire un zapato, el otro, se quita la camisa, se sienta ante un set de pianos (hileras de sintes, piano eléctrico, un pianito rojo, destartalado, entrañabilísimo barroco en pleno siglo XX) y nos muestra por qué vive como Salvador Dalí (de hecho trae un cuadro de Dalí en su T-Shirt blanca): pues porque, como decía Dalí de sí mismo, es un Genio y lo demuestra: sostiene el mundo entero en uno, uno solo, tan sólo un acorde y si su mano izquierda está extrayendo polen de un teclado, de la derecha salen mariposas en el tris solitario de un compás. Contemos: uno, dos, tres, apenas cuatro compases, y aunque el oído no lo crea, señoras y señores, está sonando, al mismo tiempo, rhythm and blues, funky, soul y, en el colmo del dominio técnico, unas percusiones de candombe.
Wolfgang Amadeus García. El sentido del humor de Charly tiene un parangón: su manera de expresarse es con sonidos, su manera de jugar, de deconstruir y volver a construir, de estructurar una armazón invisible, como un niño (Mozart haciendo música con copas de cristal) arma un castillo de naipes, sopla y vuelve a construirlo en un compás. En re menor. Pocos oídos, pero los hay, son capaces de captar las muchas bromas que se gasta Charly al piano, al micrófono, a la guitarra. Su sentido del humor, mozartianísimo, está desplegado en sus discos por igual que se despliega en plena escena. La noche del sábado en el teatro Metropólitan dijo sentirse, primero, a toda madre, pero luego empezó, a pesar del prodigio de sus staccatti, sus glissandi en plenos boogie, sus atisbos de genialidad musical entre desplantes, a decir que los mexicanos ya lo tenían hasta el copete y que mejor mañana nos veríamos, "en el Zócalo, o algo así, y vamos a tocar diez horas, hasta que empiece a llover o hasta que se nos hinchen las bolas", y entonces sintió que los pirruros, los feligreses y sus muchos fans no estaban a la altura de un público de Charly García. Quizá Charly Mamoncísimo García sintió que el espejito espejito no le decía que era la más bella, o qué se yo, le entró el spleen, el mal de amor, el Síndrome del Solo, y en plena marcha la locomotora, estando su banda tocando como los dioses, en plena altura de intensidad sonora, agarró el micrófono y dijo ''shya, shya, chau''. Y se fue. Y nunca regresó, y pasaron las horas y desde que el estupor de sus músicos, el nerviosismo de su equipo y el encabronamiento natural del público crecieron hasta que dio la medianoche encerróse en su camerino y no volvió a la escena.
Algunos, porque al-genio-todo-se-le-perdona, dijeron pues ya qué, ya terminó. Así es él. La mayoría, empero, no cabía en su enfado, desilusión, franco encabronamiento. Los gritos exigían: ''šque vuelva, o que devuelvan las entradas, ratero!''. En el pórtico del teatro Metropólitan algunos se dijeron golpeados por la policía que acudió presta. Hicieron los defraudados ųviajaron desde Tampico, Monterrey y otros lugaresų una lista de estafados y dispusiéronse a levantar una demanda. Los vendedores de suvenires ofrecían: "llévese su camiseta de Charly García, pa'que la queme". ƑPor qué, si todo iba tan bien? Estaba tocando la banda, y Charly con una guitarra colgada desde sus omóplatos de arcangel huesudo, Sweet Home Bs. As., tan a toda madre que era, consideró don Charly Salvador Dalí García, que era ese precisamente el instante de decir basta, shya, chau.
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Fue otra historia la del domingo en el Zócalo. Charly García en plan grande, con un espejote ųel públicoų que le decía: eres la más bella, los dioses te bendicen. Tocó las viejas, las nuevas, las entrañables rolas. Dijo que los dinosaurios van a desaparecer, "pero la gente que ama no puede desaparecer"; antes de que cayera la lluvia coreó "chipi-chipi-chipi-chipi-po-po"; jugueteó con las mujeres guapas, en el coro de sus guapas, la guitarrista y la saxofonista: "guap guap guap uuuh, guapa"; regaló la rolísima que dice que nos siguen pegando abajo; hizo maravillas coreables entre el mar de periscopios de cartón que sobresalían del monstruo de las mil cabezas que glorioso deliraba, tocó, tocó, tocó chingón, como sólo Charly García sabe hacerlo cuando está contento y durante más de dos horas, de un inicio sobrio, un descanso para subir a las alturas con algo invisible que ya traía dentro cuando regresó del camerino, trastabilló con su huesolatura, pero marcó enhiestos los diamantes que brillaron en su pentagrama; regaló muchas de las mejores gemas de su entrañable repertorio, incluyendo su sublime cover a Procol Harum, La blanca palidez, inspirada en Una pálida sombra; rindió después "un homenaje a mi maestro: John Lennon", y entonó ųtodo el tiempo rindió tributo al don mayor: el amorų It's only love, y también estrenó canciones, composiciones nuevas donde regresa a sus inspiraciones varias, a sus medios recitativi y sus pulsiones bárbaras, sus beats devastadores en el más rasposo estilo Lou Reed, en el glam divino a lo David Bowie, en la poesía mayor a lo Bob Dylan. El rocanrol divino de Su Graciosa Majestad Charly García, el roquero más chingón de toda la comarca de América Latina, en todo su glorioso, majestuosísimo esplendor.
Era tal el éxtasis que tenía presa y liberada el alma de maese Charly que en el momento en que ųarte, ciencia, artesanadoų cambiaba súbito el compás, el tono, el ritmo y sus dos valquirias (la requintista, la saxofonista) se adelantaban al proscenio en una explosión de riffs enardecidos, que Charly García desde la fila de teclados que lo coronaban gritó, lleno de placer: "šesto es rocanrol, no jodan!", lo cual ųtraducido al mexicanoų significa ni más ni menos: "esto es música, no chingaderas", y su delirio y sus desplantes y sus bromas incluían un trino en las teclas más agudas, un rapto de abalorios en notas rapidísimas con la izquierda, mientras la derecha le servía para hacer mímica de bostezo, para enseguida bromear más al micrófono: "esto lo puede hacer cualquiera", y enseguida le mienta la madre al público, es decir a sí mismo; es decir, al viento, en su blanca palidez; es decir, a nadie. La carcajada de Mozart y en medio el más endiablecido arcángel-rocanrol.
La presencia del orgullo indígena, el canto sagrado en la persona, la garganta, la sonrisa de Mercedes Sosa, figura maternal de Charly García, era el acabóse de todos los delirios. Como mata el viento, Rezo por vos, Cuchillos, Volver a los 17 y De mí, cinco rolas cinco cantadas al alimón por Mercedes Sosa y Charly García, y después la lluvia y ocho piezas ocho de regalo. Luego del sol, el viento, la lluvia, el parque y otras cosas, la Historia no tiene otra más que registrar el concierto del domingo como uno de los tesoros más preciados de la vida en el corazón de la noble y leal ciudad de México.
Porque las personas que aman no pueden desaparecer.